Siempre me gustaron los objetos antiguos, escuchar en ellos el susurro de los que vivieron antes.
En el 2012 me ofrecieron un trabajo extraño: organizar un museo en el Normal.
Empecé a pasar mi tiempo entre archivos y libracos antiguos, microscopios, cámaras oscuras, tinteros, plumas. Hace sólo 100 años el mundo era muy distinto.
Las primeras alumnas del Normal, fotografiadas en poses preparadas y teatrales, están con vestidos cerrados que caen hasta los tobillos. Para muchas, esa sería la única foto de sus vidas.
Los cuadernos, boletines, actas, escritos con la caligrafía minuciosa de la pluma cucharita, hablan de la morosidad de los días de antaño.
El nuevo cargo me dio acceso a los recovecos más misteriosos de la escuela: las dos torres, la antigua casa del portero en la terraza, el gimnasio original, del que quedan los lockers con las portezuelas colgando de los goznes oxidados, la silla del odontólogo del consultorio escolar, como salida del laboratorio de Frankenstein.
La ciudad era chata cuando se construyó el edificio actual del Normal, en 1936, y aquella era zona de quintas, chiqueros y prostíbulos. Hubo que pedir la extensión de la iluminación y el tranvía eléctricos. Hasta no hacía poco, en el edificio anterior, el agua se sacaba de un aljibe.
Cuando llevo a los alumnos a recorrer la escuela, los invito a mirar. Algunos hace años que estudian allí, pero reconocen que nunca prestaron atención, y ven por primera vez el reloj de la cúpula, el parrarayos, la campana en el patio.
De todos los hallazgos que hice hurgando en los trastos viejos, el más fascinante fue el de las diapositivas de vidrio.
Las encontré una tarde en que la escuela estaba vacía y oscura porque llovía a cántaros. Después me puse a investigar. Me enteré de cosas sorprendentes: que las diapositivas se proyectaban con La linterna mágica; que en Europa, en el siglo XVIII, habían existido linternistas ambulantes ofreciendo sus ilusiones en las aldeas. Que en la Francia revolucionaria apareció un tal Robertson, inventor del fantasmascopio (una linterna mágica con ruedas para acercar, alejar y mover de arriba abajo las proyecciones). La gente huía despavorida de las funciones, seguros de haber visto fantasmas.
También me enteré que la casa fabricante de las diapositivas, Molteni, tenía una historia trágica: su fundador había abandonado el negocio de la óptica después de que, en 1897, en una función en París, una de las linternas fabricadas por él provocara un incendio en el que hubo 140 muertos.