Soy plenamente conciente de que las próximas palabras son un riesgo, pero no puedo evitar escribirlas… es un deber que asumí para con los muchachos; una deuda. Una exposición que, ahora que lo pienso, ellos no van a querer asumir. No importa. Me sacrifico y pongo la cara: voy a hablar de la peña.
¿Por qué es tan importante la peña? La verdad, no tengo ni idea. Incluso, no creo que sea importante. Si lo fuera nadie daría tantas vueltas para organizarla. Se pondría un día, una hora, un menú, una Play y listo el pollo transgénico. Pero no, no sucede nunca así. Es más, he comenzado a sospechar que es condición sine qua non que sea una histeria intermitente el poder concretar el banquete semanal.
El primer obstáculo, para empezar, es poder acordar el día de la peña. Seamos buenos entre nosotros: no es moco ‘e pavo poder coordinar entre 6, 7, 8 (no se pongan melancólicos) o más personas para fijar de manera inamovible un día de acá a la eternidad para juntarse a hacer lo que hacemos por los grupos de whatsapp con el agregado de una comida y, fundamental, muchos porrones. Sí, la versión 2.0 de las peñas incluyen compartir videos entre los comensales por los celulares; estar pendientes del Facebook e, imprescindible, instagramear el plato del día. Además de alto guiso, ¡alta joda!
Es epistemológicamente inválido que una peña sea un viernes o sábado. Gente, si es alguno de esos días no es peña, es salida; no jodamos. Si usted está buscando una excusa para salir de farra con sus amigos o amigas, y su pareja no lo o la deja, busque una mejor y no traicione el espíritu de la peña. Los fines de semana se sale de jarana, no se hacen peñas. Además, ¿durante cuánto tiempo se puede sostener lo que debería ser una obligación un viernes o un sábado? Yo arriesgo que no más de 15 días. Y sí. Piensen que si ustedes están en pareja, más temprano que tarde va a venir el reclamo “todos los viernes con los chicos/as y nunca me dedicás uno a mí”. Pero supongamos que no están en pareja… es peor. “Che, yo hoy no puedo. Me acaba de escribir fulanita/o que está sola/a y bueno, ustedes entienden”. No, yo no lo entiendo, y nadie lo entiende… pero a todos nos pasa. En síntesis, la peña es de lunes a jueves y se terminó.
Para que todos puedan el mismo día debería ocurrir un milagro… o bien, debería existir un gualicho (como esos que cortan las lluvias) que haga que todos coincidan. Bueno, los milagros no existen, aunque los gualichos sí, y no hay ninguno que pueda contra los vuelteros. Por lo tanto, debemos asumir que alguien va a quedar afuera siempre. Y no porque no lo banquemos (aunque si el que queda afuera es justo ese personaje, mejor), sino porque la democracia neoliberal es así: se vota, gana Macri y bancátela papito. Y si no te gusta andate a Panamá. Bueno, por lo general el que se queda afuera soy yo y sospecho que es porque soy insoportable, justamente por estar pensando en todas estas cuestiones.
¿Y qué se hace con el que confirma asistencia y luego no va? Se le cobra el menú, desde luego. ¿Y con el que cae sin avisar? Que vaya a comprarse un choripán a Los 4 vientos, en pleno junio a las diez de la noche o que coma masitas de agua (estamos en Santa Fe, “masita” es válido), pero que no se le ocurra querer comer del menú que calculamos con la exactitud de un matemático porque, con la inflación que hay, tampoco vamos a andar repitiendo el plato y mucho menos alimentar a irresponsables.
Hay cosas en las que todos nos ponemos todos de acuerdo: una semana en cada casa; el que pone la casa se ocupa de las compras y cocinar, no lava los platos; está prohibido eructar en la mesa y se tiran los reyes para ver quién queda afuera del truco en caso de que seamos un número impar de comensales (en realidad es para ver quién lava los platos). En caso de que sea en mi casa, tampoco se apoyan los vasos transpirados sobre la mesa… para eso tengo unos hermosos portavasos de Chaplin. Si la franja etaria de los peñadores oscila entre los 22 y los 30 años, se juega a la Play hasta la madrugada; y si se sobrepasa esa edad, como muy tarde a la 1.00 la cosa se termina porque al otro día hay que laburar.
Tengo varios grupos de amigos (algunos son amigos en serio) y con ninguno pudimos establecer las condiciones necesarias para poder, al fin, concretar el turno fijo para la peña. Creo yo que por un condimento necesario que casi nunca está presente: compromiso. La juntada con los amigos o las amigas debería ser eso, una obligación, un comprometerse a no fallarle a los demás… y cuando eso se concreta, deja de ser divertido y no me dan ganas de salir de mi casa. Por eso prefiero Netflix. ¿Ahora me entienden?