Espacios | Cineliminal cerró su temporada con música y remeras a rayas.
Las modas no se pueden justificar, apenas, sí, describirse: variantes del modelo Nike Airmax, pantalones vaqueros, manoseo de placares como fuente de camisas. Solamente algunas recurrencias relevadas y siguen entrando pibes con barbas tupidas, desfachatadas, incipientes. Remeras lisas, zapatillas de lona. Las mangas arremangadas de los buzos, lejos de las muñecas desnudas, el preludio a los bolsillos estilo canguro estirados para abajo.
Muchos de los que están esperando que termine la película para pasar a escuchar y bailar pop alcanzaron a ver o aunque sea a espiar los colores saturados de MTV, sus separadores caricaturescos, Beavis and Butthead. La evanescencia de esos años afianzó el rigor con el que ejercen el estilo directo: vestirse de acuerdo a la comodidad, de ocasión, con más accesorios o sin, solo con la billetera a cuestas o con la mochila del trabajo; bailar como sale, si sale, o reservarse expectante, como formando una línea de mediocampistas defensivos en conjunto con los acompañantes (la conjugación masculina responde al adelanto de las filas femeninas, las celebradoras más efusivas del show de Matilda, dúo rosarino con impronta mixtura entre Diego Frenkel y Leo García).
La película desgrana la actividad de los Video Jockeys y en la pantalla, que a falta de viento no se ondula, se proyectan entrevistas y animaciones con calidad de VHS, se cola la ráfaga y la parábola de Gativideo. El desarrollo de la película es cronológico y al llegar a la actualidad algo se desarma con la inclusión de escenas en HD. La película se vuelve un poco más fría por eso, aunque la idea (uno de los VJS referenciados flashea hackeos cerebrales) ya cobró fuerza por sí misma como para mantener la atención. Generación Artificial, de Matías Pintos, es el título del atractivo docu ficción previo al show de Matilda.
No hay prejuicio que haga pie, ni estética ni de ningún orden en estos festivales que en la pluralidad de la oferta –feria, proyecciones, shows, intervenciones, barra de comidas, cartas de tragos y bebidas en general– abrocha los intereses de varios públicos en una velada misma. Gratuitos o con entradas módicas, son organizados por grupos de inquietud artística en aumento y no reculan en incluir las propuestas con metodologías de trabajo idéntica. La Cineliminal, por caso, organizada por estudiantes de cine como Gigi y el Pana, empezó “buscando casas para hacer juntadas de amigos y mirar películas con convocatorias que cada vez eran más largas. Llegado un momento, las terrazas nos quedaban chicas y terminamos por llegar a un lugar como el Mercado Progreso en el que también le damos lugar a proyectos amigos como editoriales, cooperativas de comida o artistas, ya sean músicos, cineastas, pintores… Siempre les aseguramos un reconocimiento económico por participar”, detallan en charla con Pausa. En sucesivos veranos, cada temporada superó de manera tan exponencial como impensada a la anterior. A esta altura, las ediciones venideras del ciclo ya forjaron sus propias garantías.
No hay zarpe, no existe situación semejante a un insulto o una desubicación. No hay patovicas ni empujones. Como en todo ámbito hay cuestiones implícitas: no importa si el pelo largo o parcialmente rapado, si el pulóver no es estilo cárdigan, aunque cuanto menos previsible sea en cuestiones de catálogo, mejor. Lo que cuenta es la actitud y la espontaneidad: entre las rondas que se aproximan bailando, entre las que se recluyen apartando sillas o merodeando la barra, la química cocina encuentros desde las miradas que examinan qué porte contrasta menos con las pretensiones propias. Cigarrillos armados, tatuajes sobrando el cuello holgado de las remeras a rayas, Campari y jugo de naranja calibran la percepción en modo nocturno.
Los consumos disonantes entallan a la medida de lo que esta mayoría (de no menos de 18, 20 años de edad, para muy arriba) a bicicleta espera. Acceder al contacto íntimo a través del chamuyo ya no es plausible, no se estila, paradójicamente, en estos ámbitos libre de estilos que definen sus estándares por la negativa a lo impuesto. Serán la sintonía de las intensidades, el contacto visual, el conocerse de una serie de salidas con destinos idénticos los factores que definirán la suerte de la noche conformando grupos amistosos o parejas. No interesan los feriados, los días hábiles, siempre se encontrará un núcleo duro de personas que, escapándole a lo masivo, consigue más recorriendo los suburbios de la cultura.
Publicada en Pausa #169, jueves 31 de marzo de 2016