El borrador se me despachula en la mano cuando froto el pizarrón, el paño pegajoso y áspero queda agarrado de una punta de la maderita. De tan ridículo, de tanta lástima que me da se me viene a la mente un zapato despegado, con la suela moviéndose como una boca parlanchina. Los contables y los de estadística sí que saben apretar a la tiza, esas tablitas son imposibles de borrar, más con esta mierda que exuda polvo. Me arden las manos, trato de hacerlo rápido para no descuidar los cuarenta y pico que tengo atrás. Pero no puedo apurarme tanto, si le doy a un clavo o a un desnivel –lo digo por experiencia– el borrador sale disparado como un proyectil que se estampa contra la tarima de parquet. Esa elevación es arcaica y ridícula, pero quizás tenga lo suyo para una petisa como yo ante cuarenta y pico. Me cae bastante bien la tarima, excepto por ese hueco en el vértice que deja al descubierto la estructura flotante, pienso que ahí puedo tirar sin querer queriendo el borrador, la tiza, trabar mi sandalia o perderme entera.
¿Hasta dónde llegará ese pozo en la tarima? Un escape, una fuga a lo Alicia para niños que no quieren crecer. Un túnel clandestino hacia la libertad.
A uno de los chicos se le cae al suelo la campera, la levanta y la sacude, queda sucia, se queja. Son cuarenta y pico, no tengo la lista, no está, porque “falta incorporar a los repetidores”. Así me va a costar mucho más aprenderme sus nombres. Llega uno un poco tarde, recorre con la mirada todo el salón, desconcertado y mudo señala la ventana. No quedan sillas, yo también estoy parada, salvo por unas dos que sostienen las persianas, éstas se abren deslizándose hacia arriba, son ventanas corredizas de madera gris humo que no traban. Si no se les ponen sillas debajo se vuelven guillotinas.
Hoy es el primer día de clases en la escuela secundaria de los cuarenta y pico de doce o trece años, me dan pena, no estrenan nada, ni siquiera a la profe. Es la primera semana y ya estoy de tirar. Pienso en cómo voy a hacer para conservar la energía, para corregir cuarenta y pico de trabajos y carpetas todas las semanas. Cómo lograr que aprendan los cuarenta y pico, atender las cuarenta y pico diversidades, no quiero resignar a ninguno, pero cómo. Antes de terminar abro la clase a consultoría de dudas acerca del nuevo espacio, que trato de volver más amable, pero ni siquiera lo logro para mí, cómo hago con los cuarenta y pico. Después de un silencio atípico, sobreviene un bullicio que se intensifica y enseguida se hace eco un interrogante colectivo: ¿En esta escuela dan netbooks? Una de las chicas mira a su compañera y le dice inclinando la cabeza con energía: No, porque el gobierno las sacó, nena, ¡sacó el Conectar Igualdad! Exageradamente asombrada la otra Alicia proclama: Yo lo quemo. ¿A quién?, me atrevo. A Macri, ¿a quién va a ser, seño? Sad faces por cuarenta y pico.
Bien ahí, Larisa, colega y compañera. Se acompaña el sentimiento, creéme. 😉 Un abrazo y te felicito!