En un soberbio show, que será muy recordado, Hugo y Los Gemelos iniciaron su cuarta temporada.
La cuarta temporada en el ruedo de Hugo y Los Gemelos empezó antes de la noche del sábado 7, porque todos los que finalmente estuvieron ya tenían prendido adentro algo que se hizo patente durante el show. Ya no solamente se ríen de las salidas del Abuelo cuando está presentando Vitivinicircus, no sólo aplauden, no se conforman bailando: ahora las fechas generan expectativa, los hacen gritar, ansiar, pedir, poguear. Después de uno de sus recitales más largos, La Licuid siguió haciéndose cargo del escenario para seguir una madrugada de baile en pleno Fomento 9 de Julio, un par de metros de Facundo Zuviría.
Hace dos años, cuando agotaban de gente la disponibilidad del Cine América, decíamos que las filas que doblan esquinas no hablaban necesariamente de calidad sino más bien de suceso. Ahora las dos se conjugan; además, hay aspectos que persisten de aquel contexto en el que la orquesta desfachatada subía los primeros calores: la emergencia hídrica, la resonancia de su suceso y la garantía tácita de una novedad que estrecha cada vez más la comunión entre los artistas y los espectadores. Asimismo la calidad de la banda, harto confirmada tanto en el sonido miembro a miembro como en el conjunto todo, ya trasciende de la amistad con el oído y es directamente un éxito, que imputan a la mística que ordena su dinámica: su infalible calendario lunar.
Banderines celestes con puntos y líneas replican la cuenta preferida por los mayas y llegan hasta al número 13 con sus puntas pinchando el aire. Una ruleta de esas que se usan para sorteos indicó cuatro ganadores de un disco que secretamente está titulado Esos que están en esa, cuya presentación fue el móvil de la noche, aunque en él están reunidas apenas nueve de las canciones que conforman el repertorio gemelo. El pensamiento mágico oprimido en un mundo individualista e imperativo resalta en el color de las canciones, puntualmente el de sus palabras y sus sonidos como “chifletes de sol”, como sugestión a la danza y a la celebración de momentos rituales como la quema de palo santo, el olor de los minutos previos a que la banda entre.
Lautaro Ruatta siempre llega con el tiempo justo, de acuerdo a cuestiones coyunturales de la actualidad, sirviéndose de los casos indicados para detonar las carcajadas: Lázaro Báez, el éxito de Sig Ragga, la Colo Montemurri “hecha una vieja chota” que se venga a hachazos del televisor, Javier Bonatti acompañando al propio Ruatta (Osvaldo y Chunchuna, la pareja preferida como avance de Los malvestidos) sin obviar al peronismo, los tarifazos, el conflicto docente. Son paradas a las que se llega por azar, casi por asociación libre y que van llenando de sentido la potencia de la puesta en escena que, entonces, no descuida ni su forma ni su contenido.
En sintonía, siguió un homenaje por el cumpleaños de Sigmund Freud; intervalo y segunda parte del show que duró más de tres horas: cercados por casi veinte luces de diferente servicio estético, los once jugadores se permitieron zapar, usar orejas luminosas y títeres vaqueros junto a Adrián Brecha para introducir una ranchera, “Gualeguaychú”, a la que le siguieron “La ley del tiempo” y “Barranquitas Soho”, el himno propio y el motivo del pogo fuerte. Sin ensayos ni guiones rigurosos, los actos y las canciones se articulan miméticamente y con un ritmo propio, que no se petrifica y sale como esa especialidad de la casa que no le falla nunca al cocinero. En este caso, la cosa se le debe a los dos compositores y cantantes principales: el Brujo Pedretti (guitarra acústica y armónica) y Nano Filosi, que además de la percusión hace sonar algún que otro instrumento menoscorriente.
Todos ratos de satisfacción plena para los actores, para la decena de músicos que ensamblan cuanto género haya sido clasificado, para el público, que va recibiendo sobrecitos con letras de canciones adentro, que salta debajo de globos celestes, anaranjados y amarillos y se siente parte de algo que va a durar “lo que ustedes quieran que dure”, dijo, despojado de sus personajes, el profesor Ruatta al final de ese tramo de la noche.