Pasó por la ciudad Leonardo Oyola, el autor de Kryptonita, y enamoró a todos en el América y en Ochava Roma.
En menos de un año, el escritor Leonardo Oyola vino a la ciudad por vez segunda y no lo hizo de casualidad. Después de haber participado en la realización 2015 del Festival de Literatura de Santa Fe, sintió que su trabajo congeniaba con el ánimo del público de acá y, particularmente, que un lugar estaba gustando de trabajar con la cultura de una manera que lo atrae bastante: en relación estrecha con un barrio del oeste (él se crió en esa zona del Gran Buenos Aires), pero más que con la barriada en sí, con las personas que viven ahí. Ese ámbito al que Oyola se amigó es el Centro Cultural Ochava Roma, que lo recibió en el mismo viernes en el que el grupo de teatro homónimo hizo la primera de su serie de muestras con la presencia también de algunos otros invitados.
El año pasado los geeks (el término que ahora reemplaza a “nerds”) y los cinéfilos se sobresaltaron cuando empezaron a circular un póster y un tráiler de superhéroes girando por el conurbano bonaerense con Juan Palomino de Súperman, Pablo Rago de Batman y Diego Capusotto como Joker. El resultado fue bueno a los ojos de la crítica y el público, con un presupuesto obviamente no muy largo ya sumó a su capital cultural una versión criolla de una historia tipo cómic. Oyola fue quien escribió Kryptonita, nombre de la novela (apuntada como uno de los mejores libros nacionales del 2011) en la que se basó la película homónima que desarrolla una noche en un hospital de La Matanza con una Liga de la Justicia amotinada esperando que el Kal-El autóctono se recupere de una herida. Además, el proyecto ya está en curso de adaptación al formato de serie televisivo.
Los pibes ligaron
Si hay un público que ya había ganado de antemano fueron los chicos, que el mismo viernes pudieron disfrutar de una función exclusiva de la película y una charla posterior con el propio autor en la sala del Cine América. La universalidad conseguida tanto en el texto como en el film significan para Oyola un avance en materia de romper con los límites impuestos por los cultores de los géneros que, en pos de encasillar y hacer entrar en un catálogo tal o cual texto, echan a menos a literaturas que tildan de “infantiles” o de “buenas”, “malas”, “canónicas”. Para ampliar ese margen él mismo publicó novelas como Sopapo (2012), donde un pibe de 9 años descubre que su viejo es un ninja de los capos, que se distingue por el corazón y por el estilo directo, cifrado en el código que se habla en la esquina, con los amigos. A sus narradores casi que los tiene de primera mano, de haber sido un pibito que flashaba con David Carradine en Kung Fu, de haber bailado Dirty Dancing y Erasure (“desconfío del escritor que no baila, porque no tiene sangre”), de haber laburado en un penal de Córdoba, provincia que apoda a una de las protagonistas de su novela en curso, Ultra/Tumba: una historia de amantes cordobeses que se fugan para mirar Lost, que parece prometer también zombies.
Los teatreros se muestran
Después de volver a ver su película, de charlar con pibes que fueron a verla en calidad de escolares, de comer unos sábalos a la parrilla, el escritor volvió al barrio Roma para hacer un programa especial de radio y ver cómo las sillas que prestó el centro de jubilados se iban ordenando para lo que vendría más tarde. El Grupo La Ochava hizo efectiva su primera velada de muestra con monólogos de Silvia Fratoni, Griselda Bertone y Raúl Calza, los primeros de una muestra que seguirá en los sucesivos viernes del mes. Las relaciones de poder entre patrones y empleados, catarsis post divorcio y la líbido incontenida de un hombre mayor por la calle, los matices por los que se pasearon las actuaciones, que contaron con las adhesiones de una intervención desde el entrepiso ochaviano a cargo de René Martínez, ejecutando un popurrí en violín de canciones como “Yesterday” y el openning de El Padrino. También estuvo el dúo Bonatti/Ruatta compartiendo la lectura de un cuento que se llama “Estrellas para niños fugaces”, del libro Arrullos de ceniza cruda (2015), de autoría del segundo.
Leonardo Oyola volvió a hacerse cargo de la voz y leyó un capítulo de su libro próximo, cuyo ambiente respiró él mismo durante unos talleres literarios en una cárcel cordobesa, de a ratos con los ojos un poco hinchados e hiperventilando otro poco para aguantar una arcada de llanto. Después, le restó importancia a la salida del colectivo de vuelta de las 3 y 20 y se quedó pasando música, bailando Luis Miguel, Misirlou (la del principio de Pulp Fiction) y Kool & The Gang y sacándose fotos hasta que se terminó la batería de la notebook.