Adiós al gran Muhammad Alí

Por Guillermo Alfieri

La historia del gran pugilista y militante por los derechos civiles y raciales en los Estados Unidos, narrada desde un literario ringside de las heroicas peleas en los clubes de barrio.

La muerte vino en alivio de Muhammad Alí, a los 74 años de edad. Apenaba verlo afectado por el Mal de Parkinson, exhibido sin piedad por los mercaderes del boxeo. El deterioro del presente contrastaba con la figura del cuerpo tallado con esmero y la mirada desafiante, que en los años 60 y 70 intimidó a los rivales y al poder de los segregacionistas raciales y religiosos. Por aptitudes y actitudes, Muhammad Alí queda en el podio de los más grandes pugilistas de todas las épocas y en el de los bregadores por los derechos civiles, con denuncias de los crímenes de la guerra, al costo de perder títulos y habitar la cárcel.

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Muhammad Alí y Malcolm X

 

El boxeo es un laboratorio social. No lo sabía, cuando llegó a mi barrio bonaerense, en festivales organizados por el Club Social y Deportivo Ramos Mejía, con participación de ignotos principiantes. Entre combate y combate otros chicos, con los ojos vendados, disputaban las monedas que el divertido público arrojaba sobre el ring. En la adolescencia conocí el Luna Park y definí preferencias. Hinché por Alfredo Prada en las peleas con José María Gatica. Sufrí por la derrota del exquisito mendocino Cirilo Gil ante el tumultuoso y contundente Martiniano Pereyra.

En la primera aproximación a Julio Cortázar leí el cuento “Torito”, inspirado en Justo Suárez, ídolo nacido en el porteño enclave de Mataderos. En el cine vi El Caballero Audaz, El Estigma del Arroyo y Rocco y sus Hermanos. Como es habitual, las expresiones artísticas colaboraron en intensificar la mirada de lo que parecía el limitado objetivo de dar y recibir trompadas. En lo que ocurría sobre el cuadrilátero, influía el negocio, la mafia, la posibilidad del ascenso social, lo mejor y lo peor de la condición humana, tratada en medulosos ensayos.

 

Jack Johnson fue el primer campeón mundial negro de peso pesado, en 1908. Era hijo de esclavos, de origen afro estadounidense. Al título lo retuvo hasta 1915. Su biografía lo indica como protagonista de una vida extravagante. Joe Louis se calzó la corona en 1937 y la conservó hasta 1949, récord que se sostiene en vigencia en el segmento de los grandotes. En el intento de derrocar a Louis se esgrimió el diseño de la “esperanza blanca”, surgida en pleno nazismo, en 1938. Sin embargo, el alemán Max Schelling fracasó en el propósito. Cassius Marcellus Clay se consagró campeón mundial en 1964, con el precedente de haber festejado en las Olimpiadas realizadas en Roma en 1960.

Nacido en Louisville en 1942, mostró no ser indiferente a mandatos simbólicos, religiosos y políticos. Dispuso llamarse Muhammad Alí. Muhammad fue un persa que pretendió reformas en el islamismo y terminó condenado y ejecutado. Alí es una voz árabe que significa alto, elevado. A la vez, el joven boxeador se identificó como musulmán. En África soplaban vientos de descolonización y en Vietnam se combatía la invasión de tropas norteamericanas. Muhammad Alí fue desposeído de su título y encarcelado en 1967 por negarse a concurrir a esa guerra, priorizando su condición de musulmán. Al año siguiente, asesinaron a Martin Luther King y los partidarios de Poder Negro, radicalizaron sus posiciones.

Muhammad Alí despertó amores y odios. Habló hasta por los codos y gesticuló hasta la desmesura. Autopromovió sus presentaciones. Como boxeador fue completo, combinando defensa y ataque, sustentado en brazos con aceitados resortes y piernas ágiles, con movimientos de bailarín que desconcertaban al contrario. En 1970 demolió a Oscar Bonavena en el último de los 15 asaltos y en 1971 perdió por puntos con Joe Frazier. En 1974 tuvo la chance de disputarle el título a George Foreman, en la República de Zaire, ex Congo.

En La Rioja los festivales de boxeo eran frecuentes, gerenciados por Paco Ariza. El pampeano Miguel Ángel Castellini se había radicado en la ciudad y el Negro Santillán era el preferido local. De vez en cuando, escribí crónicas y comentarios de peleas para el diario El Independiente. La televisión estaba en desarrollo y por el avance de las telecomunicaciones se pudo trasmitir el acontecimiento que medía a Muhammad Alí con George Foreman. Me invitaron a participar en el atractivo programa y acepté.

Es inolvidable. Alí había proclamado, a voz en cuello, “soy el mejor”. Los 60 mil espectadores en el  estadio y los millones de telespectadores comprobaron que la fanfarronada no era hueca. Foreman estaba furioso y atacaba como una tromba. Alí se ajustaba a parar los golpes, poner saludable distancia y trabar cuando lo aconsejaban las circunstancias, hablando en el oído del adversario e incitando al público a que no cejara en su aliento.

En los primeros rounds el jab de izquierda fue el golpe exclusivo de Alí para contener y dañar a Foreman. En el octavo la estrategia cambió. El que hasta entonces retrocedía se plantó en el centro del cuadrilátero y arriesgó el intercambio de puñetazos. No hicieron falta más descansos, en posición de conductor de carruaje sentado en el pescante. El brazo de Muhammad Alí se alzó en señal de triunfo. El rey recuperó el trono, con el KO a Foreman. En 1978 lo desplazó León Spinks, pero la revancha le devolvió el cetro poco después. Momento de retirarse, interrumpido en 1980, para perder con claridad frente a Larry Holmes.

 

Hace 32 años el Parkinson comenzó a invadir su salud, con crueldad progresiva. Se dejó mostrar, para recibir el alimento del aplauso, que anima a los artistas. Muhammad Alí deja una obra, construida dentro y fuera del ring, solo discutida por los intemperantes, que querían verlo derrotado para que no se propagara lo que representaba: la decisión de ser fiel a sus convicciones.

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