El caso López cambió el escenario político. El kirchnerismo exhibe una bancarrota en la conducción. El debate sobre la corrupción, pegado a una perspectiva moral que deja afuera causas y actores estructurales. Por qué la Justicia siempre será oficialista. El macrismo se apresta al escrache, pese a que no soporta un repaso de inventario. ¿Quién se relame mirando el escenario de mediano plazo?
“La autocrítica nunca vino, los que se quedaron cerraron puertas y transformaron el asunto en una especie de secta en donde casi nada se discute y nada se explica”; “Es un gran momento para que quienes fueron nuestros conductores, paren de bailar en los balcones, (ya tenemos al bailarín oficial y no es nuestro precisamente) y salgan a explicar las cosas, una por una”; “pero no me expliques que ellos también son malos, ¡ESO YO YA LO SE!”; “Hablemos de nuestros bolsos llenos de guita, de la gente, de nuestros traidores, de nuestros chorros, y si querés un poquito de nuestros payasos chiquititos, de nuestros propios enanos de circo”; “A mí me parece, capaz que pensás que no, pero creo que la gente de a pie, la que se jugó por este proyecto merece que alguien (unos cuantos) pongan la caripela”.
Todavía es la fuerza principal del peronismo en cantidad de militantes y dirigentes, pero la bancarrota en la conducción del kirchnerismo es tan profunda e integral que su mejor reacción al caso López provino de la boca de ¡Coco Sily!, un bufón que hizo del grito y los lugares comunes la fuente de sus gracias.
Todos lanzaron sus mea culpa, con distintos tonos y apuntando a distintos aspectos, del ex director de la Biblioteca Nacional Horacio González al jefe del staff de 6-7-8 Carlos Barragán, pasando por los dirigentes de cada una de las fuerzas políticas que componen el Frente para la Victoria. En líneas generales, se repudia la corrupción en todas sus formas, se defiende la honestidad de quienes no están sospechados y de la militancia y se separa las políticas de gobierno de los 12 años respecto de los escándalos. Cada una de las reacciones fue al mismo tiempo una esquivada al bulto, pero el bulto esta vez es demasiado grande y, cualitativamente, la situación es completamente distinta. El bulto: la acción de un secretario de Estado implica necesariamente, al menos, a su superior inmediato. Y por doble banda: si sabe de sus actos fuera de la ley es cómplice, si los ignora es un inepto que incumplió sus deberes. Y José López no solo tuvo como jefe inmediato a Julio De Vido, sino que forma parte del círculo político que toda la vida sostuvo a Néstor y Cristina Kirchner.
Preguntas al aire, como bolsos revoleados
Sin embargo, ningún golpe en el pecho que provenga del Frente para la Victoria impactará en CFK. No sucedió ya con Ricardo Jaime, Juan Pablo Schiavi o Felisa Miceli. Eso es como pedir que Laura Alonso investigue la duplicación de la fortuna declarada del presidente entre septiembre de 2015 y junio de 2016, o los veinte palos que gastó Mauricio Macri intendente en Don Niembraaa, que por el destape se perdió su diputación (pero no la biyuya). Es como haber esperado que los senadores de principios de milenio expusieran el monto de las coimas recibidas para sancionar la ley de flexibilización laboral impulsada por Fernando De la Rúa, recordada como Ley Banelco. O haber exigido por el vuelto de esos precios de remate a los abogados encargados de elaborar los pliegos de las privatizaciones durante la Reforma del Estado, a principios de los 90. Ni que hablar de solicitarle los listados de producción y faltantes a las autoridades de Fabricaciones Militares, sobre todo a las de Río Tercero, el polvorín que explotó y destruyó a media ciudad, el lugar de donde venían los fierros contrabandeados durante el menemismo a Croacia y Ecuador. Los paralelismos podrían aburrir, usted puede hacerlos buscando a sus amigos antimacristas o antikirchneristas en las redes sociales.
Hasta ahora, los términos del debate sobre la corrupción son exclusivamente morales. Y cuando los argumentos son morales, los bandos se trazan alrededor de la línea del bien y el mal y los polos se vuelven esencias. En la simplificación de folletín, están los malos, que son todos malos, y están los buenos, que son todos buenos. En un ribete que no sale de lo berreta, se puede decir “en todos lados hay malos y buenos”. Brillante.
Quizás sería mucho más interesante agregar algunos condimentos que siempre son obviados. El primero y fundamental: quién paga. Quién es el empresario que pone (como retorno del dinero público) la plata para la política. Tampoco para apuntar a la intrínseca corrupción de los empresarios, pero sí para ser conscientes de una cuestión: si algo se puede vender, entonces se va a vender. Es necesario despejar sobre esto cualquier observación moral: así funciona el dinero y ese es el secreto de las cosas cuando son mercancías; todo lo que se pueda vender, se venderá. Y toda venta tiene dos sujetos, a los dos lados del mostrador. El caso es que los políticos tienen que refrendarse continuamente por el electorado, que su exposición es absoluta y que, temprano o tarde, quedan fuera del juego. Los empresarios, por su parte, no cambian, siempre son más o menos los mismos y tienen una incidencia política –es decir, en la organización de las relaciones sociales– cuyo peso es, obviamente, superior al de los políticos. ¿Quién decide desde 1994 la política agropecuaria, por ejemplo? ¿Monsanto o el ministro de ocasión? ¿Quién decide la política urbana? ¿El secretario de planeamiento o Benuzzi inmobiliaria?
En lo puntual del caso López, lo ideal para el actual gobierno es que calle o que continúe con su inverosímil estrategia de insanía mental. López, si habla, manda en cana a empresarios y políticos de todos los colores y rubros, por igual. Eso no sólo implica a las figuras políticas del gobierno anterior y del actual, también arrastra a sus aliados en la parte privada (si es pertinente hacer esa distinción).
Otra pregunta interesante debería apuntar a la relación entre ley, Justicia y excepción. La justificación de los fueros para los políticos, garantizados por la Constitución, invoca la necesidad de protegerlos de embates y acusaciones sin fundamento, de parte de opositores u otros poderes, en pos de que puedan llevar adelante sus tareas. En los hechos, abren un ámbito de excepción e impunidad que no tiene ningún otro ciudadano, ni siquiera aquellos que portan chequera grande como para poder mover el sistema judicial en su favor.
Y así llegamos al tercer punto: la Justicia. Resulta que en 33 años de democracia, los únicos políticos de primera línea nacional que pisaron el palito fueron María Julia Alsogaray y las figuras del kirchnerismo antes mencionadas. El caso de la Ley Banelco demoró 13 años en llegar a juicio; todos fueron absueltos. Quizá hubo fundamento jurídico, si bien semejante demora disuelve toda noción de justicia, tanto como todo poder de investigación. De acuerdo a los fallos, no hay nada más probo y honesto que la práctica política. Creo que hay más curas abusadores enjuiciados que políticos corruptos.
El punto más obsceno, no cabe duda, tiene que ver con la conformación de la corporación institucionalizada de los cuervos, su estabilidad y su reproducción, que no puede emerger sino de una superposición de deudas, pagos, alianzas secretas y lealtades propias del peor de los contubernios.
Más rápido: la Justicia siempre va a ser oficialista y nunca jamás de los jamases va a llevar adelante investigaciones serias sobre el poder oficial porque su presupuesto depende del poder oficial, tanto como sus altas y sus bajas en la nómina, los nombramientos. Un juez que se mete con el poder se queda solo y se pega un tiro en el pie, sencillamente porque su patrón no es la ciudadanía ni el electorado, sino los funcionarios del Poder Ejecutivo en conjunto con los habitantes del Poder Legislativo. La Justicia carece estructuralmente de independencia y, al mismo tiempo, está íntegramente colonizada por el poder político y económico, ¡a causa de estas mismas razones estructurales! Quienes le reclaman el deber de la independencia en realidad están vendiendo un engaña pichanga. La Justicia jamás será independiente ni investigará al gobierno de turno si no responde directamente a la ciudadanía por sus actos. Y siempre responderá a la voluntad política del gobierno de turno: el kirchnerismo eligió no avanzar con dureza contra De la Rúa y Carlos Menem; el macrismo está descargando toda su artillería, inteligencia y cobertura mediática sobre el kirchnerismo.
Sistema, intemperie y bronca
Darío Lopérfido es el Luis D’Elía de Cambiemos y, por ello, hay que prestarle suma atención al momento de entender la organización simbólica más inconfesable de sus adherentes. Para Darío Lopérfido el peronismo es una anomalía a extirpar, un error de la historia, un masivo engaño social. Es la mentira y la distorsión, es la corrupción sistematizada en todo nivel. Si se quiere, al menos es una impertinencia conceptual, en términos de la teoría historiográfica.
En el regazo del macrismo cayó la foto de los fajos de billetes de José López, una millonada que, sin embargo, sigue siendo un vuelto en comparación con otros casos y, lo que es peor, respecto de lo que realmente podría llegar ser, en función de toda la guita que pasó por las manos del otrora responsable de la obra pública. Esa foto, en combinación con la intervención del Indec, vuelve casi imposible de sostener cualquier argumento que valore positivamente los 12 años que se fueron. Esa tarea quedará para el tiempo y la historia, que dará el justo lugar a lo que fue un proceso masivo de inclusión social, económica y política, producto de una decidida, coherente y sostenida orientación de la acción del Estado. Ahora, no hay dato que pueda validar eso y no hay currículum que se pueda defender por sí mismo. Las cifras son falsas y los hombres de la política pasada son culpables hasta que demuestren lo contrario. Han sido demolidos en su veracidad. Y los valores de las políticas públicas pasadas no tienen de dónde amarrarse.
El kirchnerismo se volverá objeto de escrache público. Y desde los medios de comunicación, que en otros casos repudian el método, se estimulan las patadas al gato muerto. Está fácil y hay que darle. Las entrevistas a los voceros del Frente para la Victoria son inquisitoriales, cuando no agresivas u ofensivas. Está bien, es el momento y se la tienen que bancar. Lo tenebroso es cuando, como síntoma, La Nación pondera positivamente –al darle publicidad y no criticarlo lo está haciendo– un escrache callejero al Papa Francisco, por su supuesto kirchnerismo. No se trata de defender la versión nac & pop de Francisco, se trata de señalar cuál es el mensaje de La Nación al publicar y celebrar el hecho: si al Papa se le dice que no "no sea cómplice", el Papa no es un límite, y entonces no hay límite.
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Hasta donde se puede otear en el horizonte, no hay nada que indique el fin, o siquiera el estancamiento, de la recesión en la cual nos hundieron las políticas económicas del actual gobierno. También esto tiene respuesta en la nueva gramática del debate: la culpa es de los que se la llevaron toda. Ok. Ponele. Ya se dijo: los términos del debate cambiaron y hay un actor al que se le eliminó la veracidad en todos sus planos. Es difícil razonar con quien ya ha formulado su –justificada– condena moral que es fácticamente imposible robarse el monto de un PBI, y otras sandeces que se vienen repitiendo alegremente. Sin embargo, eso no va a quitar la realidad dura. Las medidas económicas del macrismo continuarán y con ellas se profundizarán tanto la pobreza como la desigualdad. No es mala onda para evaluar la gestión, es lo que produjeron este tipo de medidas en cualquier lugar del planeta y en cualquier momento de la historia.
Si este es el panorama del sistema político de partidos mayoritarios en el mediano plazo, caben dos preguntas ¿Se acuerdan del voto bronca de las elecciones intermedias de 2001, cuando el voto en blanco casi que gana y los argentinos metían fetas de salame y forros en los sobres? ¿Cuánto falta para la próxima elección intermedia? ¿Cuántos dientes tiene Sergio Massa en su sonrisa?