Cuadrupedia y propiocepción

La zona más difícil de dominar es la espalda. A pesar de estar pegada a la columna, el cerebro del hombre está proyectado hacia adelante. Los oídos y la vista apuntan hacia el frente. Esta configuración, más el conocimiento de la muerte, hizo que el hombre se diera vuelta y se enfrentara al mundo como su objeto. Por eso dice Rilke que el animal cuando encuentra la muerte cae hacia atrás, porque su conciencia desconoce el futuro y la degradación final.

Para ponerse en cuatro patas primero hay que extenderse boca abajo y a partir de ahí comenzar a flexionar los miembros en reversa.  Primero los bazos, en relevo viene la cadera –la contusión cervical mantiene dormida esta zona, por lo que sólo se percibe su peso– que se alza sobre las piernas quebrando los espasmos. Una vez vencida esa resistencia, el cuerpo se irgue hacia atrás. Atrás es un vacío donde uno va ciego. En un momento las rodillas duelen, o tiemblan como las de un bambi; sienten la gravedad que reclaman el torso y la cabeza: el material pesado. Recién entonces uno puede pensar que está en cuatro patas. Si los pies conservan cierto grado de sensibilidad, el hecho de que estén apoyados contra una pared ayuda bastante. Suma otra referencia a la figura. Hay que sostener esa fe para que el cerebro consiga irradiar una imagen del todo y a la vez la función y el nervio que maneja cada una de la partes.

Hay que lograr reescribir en el cuerpo la información que quedó cautiva en el cerebro en forma de órdenes y de imágenes, algo que se llama propiocepción: la percepción propia o de sí mismo. Algo similar a jugar a la Wii, en donde se activan desde un punto una serie de actos que se realizan en otro lugar.

Ayer, el kine me sugirió que me tirara al piso, sobre unas colchonetas. Trajo una pelota fucsia, como de aquaerobic, y comencé por treparme a ella, meciéndome hacia atrás y hacia adelante. Jugué como un gato hasta aflojar la espasticidad y conseguir una pose relajada.  Me erguí y caminé hacia un espejo de piso llevando la pelota delante de mí. La pierna izquierda activó el arrastre desde el psoas de la cadera y comencé a marchar con las manos apoyadas sobre el globo, como una foca amaestrada con su pelota. Luego lo solté y continué hacia el espejo en cuatro patas, gateando con buenos trancos. La cabeza alzada controlaba la evolución en el espejo, viendo cómo funcionaba el frente e imaginando el atrás.

Mientras atendía a otro paciente, el kine me miraba de rabillo. Me dejaba hacer; después se acercó y me hizo unas tomas con el teléfono. Llegó el carro de la merienda, trepé a la silla y tomé mi banana con yogur. A las 5 me fui contento a T.O.

 

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