Adopté la bici como medio de transporte a los 17. Volví de un viaje que mi papá había pagado con mucho esfuerzo, y decidí que ya no iba a ocasionar más gastos. Para ahorrar el pasaje en colectivo, empecé a ir a la escuela pedaleando. Iba en la vieja “Úrsula”, una Massino de paseo que tenía desde los 11. Si bien empecé por una razón culposa, ir en bici desde Guadalupe hasta la Almirante me abrió un espacio de libertad y autonomía insospechadas.
A los 18, con los ahorros de mi primer trabajo como moza, me compré una bici con cambios. Una Haro, negra, alucinante. La mejor bici que tuve. Con ella soñé viajes que nunca hice. Una noche horrible me la robaron.
Después tuve varias mountain bike medio pelo, hasta que hace un par de años me regalaron una Vairo que anda bastante bien.
A los 34 recién aprendí a manejar. Ese año cobré el seguro de vida de mi papá y sentí que no daba para usar la plata en un viaje (la forma en que siempre gastaba mis ahorros). Así que me compré un auto. Al comienzo me generó horrendas contradicciones. ¿Para qué necesitaba uno si durante la mitad de mi vida me había movido por todos lados sin él? Los primeros meses, lo llamaba “el lavarropas”: era un electrodoméstico más, le había comprado una funda porque dormía en una cochera sin techo, y ahí quedaba la mayor parte del tiempo.
—¡Un auto contamina, es caro, es una adquisición estúpida, me he hamburguesado! –me decía.
Pero poco a poco lo fui adoptando. Un auto es genial los días de lluvia, para buscar a los sobrinos y para salir de noche. Para ir a trabajar... sí, llegás más rápido, pero tampoco taaanto más. Por lo menos dos veces a la semana, sigo usando la bici para ir al trabajo.
Pedaleo nueve kilómetros hasta Alto Verde. La laguna brilla a la mañana. Voy por la Costanera, cruzo el Puente Colgante y después agarro el terraplén. A ambos lados, los bañados están verdes y llenos de aves. Me cruzo caballos, chanchos, vacas. También he visto iguanas, lobitos de río, y víboras aplastadas. La mayoría de estas cosas son imposibles de apreciar cuando vas en auto.
David Byrne, en su libro Diarios de bicicleta, dice que la bici te da la mejor perspectiva de todas: un poco más elevado que tu altura caminando, a la velocidad justa para observar las cosas, y con la posibilidad de detenerte cuando quieras. Ni hablar de que sentís el aire en la cara, te mantenés en forma y el esfuerzo físico genera endorfinas que te ponen pilas y contento. ¡Y no gastás en nafta! Cuando empecé a manejar y después retomé la bici, me di cuenta de una cosa: cuando voy en bici canto.