Hace poco fue la segunda manifestación bajo el lema #NiUnaMenos. ¿Por qué repetirla? Porque a diario se repiten los femicidios e, incluso, aumentan. ¿Insólito? No lo creo. Lamentablemente, esperable.
Dicho esto, ese mismo día de la marcha, una amiga me comenta un meme que había visto en Facebook en el cual hay una foto de un caballo tirando un carrito y, al lado, una foto de una mujer golpeada. La imagen presentaba la siguiente pregunta: “¿Sabés cuál es la diferencia?” Antes de que mi amiga develara la respuesta, le digo: “Que el caballo no puede defenderse”. Sí, lamentablemente adiviné…y, probablemente, ustedes también lo hayan hecho.
En fin, ¿ven por qué no me sorprende que haya habido que repicar una marcha para visibilizar, otra vez, la violencia contra las mujeres? Porque la violencia está instalada en las microfibras de la sociedad y son permanentes sus manifestaciones. Son materia prima para el sentido común más retrógrado que uno pueda imaginar… y se viraliza tal como lo hace el sentido común: sin pensar. Hay personas que no solo le ponen “Me gusta” a ese meme, también lo comentan y lo comparten: ¿a qué mente pensante se le puede ocurrir “megustear” un dibujo donde se compara a una mujer golpeada con un caballo y, encima, la víctima es el animal?
Y así como se naturalizan estas supuestas “certezas irrefutables” que denigran a la mujer, ocurre lo mismo con la gran mayoría de las minorías. Sucedió en 2014 con la pensión a las personas transexuales, ¿recuerdan? La indignación de los homo y transfóbicos que los llevó a elucubrar maravillas tales como “Eh, pero por 8 lucas me pongo peluca y me hago romper el culo”. No voy a entrar a desmentir que la pensión haya ascendido a los $8000; prefiero arengar al valiente 2.0 a que lo haga: que se cambie el sexo, se ponga peluca y continúe con su vida tal como hasta ahora… Si total, pareciera ser muy fácil y ¡encima te pagan! Que intente llevar con dignidad su derecho a vivir su identidad plena como lo desee en una sociedad donde, por puto, te cagan a trompadas, te insultan, te niegan el laburo, el derecho a estudiar e, incluso, a acceder a un sistema de salud público. Si es tan fácil, ¿por qué no lo hace?
“Pobre es el que quiere”, es otra de las barbaridades que a diario escucho en cada esquina de Facholandia. “A ver chicos (diría la seño María Inés), levante la mano quién prefiere ser pobre en vez de tener plata. ¿Vos Juancito elegirías comer de la basura, vivir en una casilla con paredes de cartón y piso de barro, en los márgenes periféricos olvidados de siempre, sin nada para desayunar y rezando que la gente que elige tener plata recicle la basura para que vos puedas rasquetear algo de comida putrefacta cosa de no morirte de hambre? ¡Pero cómo que no lo vas a elegir!” La seño María Inés tiene razón: ¿a quién se le ocurriría no ser pobre con lo fácil que es salir a pedir en vez de ir a buscar trabajo? Porque acá trabajo hay; lo que falta es gente con ganas de laburar… o cómo se entiende entonces que esos tipos con un lomo impresionante y con dos manos no estén laburando en vez de andar limosneando. “Porque prefieren que les regalen las cosas, viste.” Yo, la verdad, no entiendo cómo si es tan fácil ser pobre, la gente no regala sus bienes y se hace pobre. Me resulta imposible de entender que alguien prefiera tener problemas burgueses a gozar de las dádivas de la pobreza e, incluso, las virtudes de la indigencia… si ni velorio te tenés que pagar: sos pobre y con que tiren tu cadáver al Salado después de morirte de frío por dormir en la Plaza Pueyrredón alcanza y sobra.
“Son putas porque es más fácil que ir a pedir laburo”, vengo escuchando desde que tengo conciencia. Primero: además de putas, pobres, está claro, ¿no? Estas son doblemente chantas: les encanta ser pobres y, por si fuera poco, pararse todas las noches a la intemperie, al acecho de todos los riesgos que una esquina de madrugada, en zonas liberadas, implica; protegidas por un tipo que cambia seguridad por sexo y un importante porcentaje de la recaudación de la noche; que se suma a la coima que tienen que darle a la cana; echadas a la suerte de que las levante un tipo que no las trompee, o les escupa la boca, o las insulte, o le apague los puchos en las tetas, o las engañe y las haga pasar por más de un imbécil que porque tiene guita se cree su dueño, y que, después de todo eso, ruegue que no la mate y la tire en un descampado. Si es tan fácil, no me explico cómo mi mamá, mi hermana, mi abuela y todas las mujeres que conozco, no dejan de sufrir en sus trabajos o estudiando y se dedican a la prostitución. No lo entiendo.
Sí, es muy fácil, como verán. Pertenecer a una minoría y defenderse es facilísimo. Tan fácil como ser un perfecto idiota que repite todo lo que le dijeron que tenía que decir.