Mano a mano con la primera directora del Museo Rosa Galisteo elegida por concurso. Los proyectos para el lugar y su visión sobre la política cultural.
En agosto del año pasado, el ministerio de Innovación y Cultura, realizó por primera vez un concurso para seleccionar a quien se haría cargo de la dirección del Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez. Analía Solomonoff, justo por esos días, había venido de vacaciones desde México, su país por adopción. Allí se enteró del concurso y la idea de volver a Argentina comenzó a hacerse cada vez más fuerte. “Volver significa regresar a mi máter, a un país que me define, porque a pesar de que me fui a los 4 años tengo una impronta argentina muy fuerte, esté donde esté hay algo que dice que no soy de ese lugar, no soy una mexicana típica, hay una huella que viene de otro lugar, hay una educación de mis padres profundamente argentina”.
La familia Solomonoff se fue del país, de Rosario en donde vivían, en 1976. El periplo incluyó Francia, Mozambique, Italia y México, donde finalmente se establecieron. Allí Analía se desarrolló como diseñadora gráfica, editora, gestora cultural y como subdirectora de La Tallera, el museo creado en la última casa-taller de Alfredo Siqueiros. Una carrera prolífica, con la cual ganó reconocimiento y que, por diversas razones, decidió continuar en Santa Fe. “Como ciudad esta es la dimensión que quiero, la posibilidad de caminar, de ver el agua correr, el tiempo para ti y para el otro…no extraño la megalópolis del DF, esa experiencia ya la tuve, no hay nada pendiente. También había algo muy fuerte, México me remite a esa Argentina de la cual nos fuimos, es un país que está teniendo 40 mil desaparecidos, con el índice más alto de asesinato de periodistas, un país devastado en el tema derechos humanos, el narcotráfico, es un momento muy complejo. Era un momento también donde yo sentía que me estaba costando mucho generar cosas que pudieran incidir en una sociedad y en una pequeña transformación, digo, siendo muy humilde y pensando que uno con pequeños gestos puede transformar algo, y llego aquí y justamente no me encuentro sola en esa voluntad, entonces la transformación se vuelve mucho más real, concreta, somos un equipo en eso”.
—Culturalmente ¿con qué Santa Fe te encontraste?
—Creo que Santa Fe como provincia tiene una historia que contar hacia afuera, hay una experiencia que está sucediendo aquí, que tiene que ver con un gobierno y un ministerio que se está dando la oportunidad de sacudir esos espacios hegemónicos y que va muy de la mano con lo que los espacios hegemónicos museológicos se están preguntando. En ese diálogo creo que Santa Fe está a la par y no está replicando, está proponiendo y generando cosas, espacios, desde ahí está a la altura para dialogar con cualquier museo en México.
Los objetivos
Analía está al frente de la dirección del Rosa desde el 1º de abril y, según las condiciones establecidas en el concurso, lo estará por al menos tres años más, con la posibilidad de renovar por otros cuatro. “Me parece perfecto porque es un tiempo que permite proyectar y pensar a largo plazo, que no es algo que sucede siempre. El concurso pone el acento en que deben consolidarse ciertas cosas pero también que debe haber renovación, eso creo que es lo rico e importante de este proceso”, comenta.
Al momento de pensar en los desafíos que tiene por delante al tomar la dirección de un espacio tan emblemático, con 94 años de historia, Solomonoff es clara: “para mí el gran reto es la conformación del equipo de trabajo, consolidarnos todos con una mirada, un objetivo y una visión de lo que queremos para este lugar. Tenemos que ser un espacio, por lo menos en este primer momento, que pueda reflexionar de dónde viene, a dónde va y dónde está ahora insertado. Es el museo pensándose a sí mismo. Se trata de mirarnos con nuevos ojos, entender que es un momento nuevo, la posibilidad de refundar el espacio, en el sentido de replantear un montón de prácticas, revisar la parte pedagógica, y después de tener todo ese bagaje ver qué hacemos ahora, que propondríamos en esta Santa Fe, en este barrio, y es también la oportunidad de que el museo empiece a dialogar con el resto de Argentina y, yo me aventuro, con el resto del mundo. Podemos imaginar esto, pensar hacia adelante e ir trabajando en ese sentido”.
Un museo en movimiento
Dejar de ser espacios inmaculados, sagrados y, quizás por eso, distantes, es uno de los desafíos que los tiempos que corren y las nuevas generaciones le exigen a los museos.
La Tallera, cuenta Analía, era realmente un taller, un lugar de producción, donde Siqueiros hasta había montado un sistema de poleas, maquinarias y fosas desde las cuales trabajar, casi como si se tratara de una fábrica. “Siqueiros es el artista que marca el quiebre entre el artista moderno y el contemporáneo”, explica. “Era un artista político, vinculado al arte público y que trabajaba con la experimentación de materiales y con mucha gente: con químicos, para desarrollar nueva tecnología de pigmentos; con cineastas y fotógrafos para todo el trabajo geométrico y de poliangularidad; con arquitectos, ingenieros, carpinteros. Creo que esa experiencia me marca mucho y me forma”.
De allí cabe preguntar, sobre la impronta que pueda darle a un espacio como el Rosa. “Tenemos que exigirnos como institución pública contenidos interesantes, una mirada crítica, una revisión, incorporar investigadores que trabajen sobre la colección, un programa pedagógico muy sólido, acércanos a distintas comunidades, la artística claro, pero también a los universitarios, la ciencia, los matemáticos, ingenieros, comunicadores, psicoanalistas. Por todos lados podemos encontrar puntos para trabajar, y no es sacarlos así nomás, es hacerlo dentro de un marco, de una coherencia, y por esto es importante lo del museo pensándose a sí mismo, porque pueden pasar muchas cosas en muchos campos, pero si llegamos siempre al mismo núcleo el discurso comienza a ser coherente. Y lo que nos corresponde después es que todo eso que estamos viendo, pensando y construyendo, aterrice en una comunidad que vea que están esos espacios para accionarse y ocuparlos, porque un museo vacío es nada”.