Un extenso mano a mano con el ilustrador Pablo Bernasconi: los lugares que ocupan los objetos, las palabras y las imágenes en su obra.
Gratificado por los espacios culturales que pueblan la capital provincial, Pablo Bernasconi se siente como en su casa rodeado de objetos, imágenes y expresiones artísticas. Nacido en Buenos Aires y habitante de la Patagonia, se abocó al diseño gráfico para consagrarse como ilustrador de diarios nacionales e internacionales, de revistas y libros propios y ajenos. Días atrás, visitó San Justo y Rafaela, y también brindó una charla en La Redonda, Arte y Vida Cotidiana sobre “Pensamientos Ilustrados. Certezas e intuiciones del devenir creativo”, en el marco del ciclo Los libros y las cosas que llevó adelante el Ministerio de Innovación y Cultura. Y tuvo una conversación con Pausa.
—En tu modo de ver, ¿qué representan los libros y los objetos?
—Son universos. Una cosa tiene que ver con la otra. Los libros son puertas, son accesos muy veloces a mundos que te transforman. En la niñez, llegan como libros infantiles. Después, en la adolescencia modulan y maceran contenidos, impresiones que uno tiene de su propio futuro. Los libros van acumulando saberes de una forma tan noble, tan precisa, tan amable que se vuelven necesarios cuando uno es adolescente, cuando cree que el mundo va a ser más ríspido de lo que será. Y después viene la etapa de la universidad o cuando uno ya es un adulto, en la cual elige y frecuenta más autores que le provocan placer, que sostiene por afinidades intelectuales. Para mí, los libros son compañía constante. Cuando viajo llevo libros, leo antes de ir a dormir, a la tarde, a la mañana. Me vinculo con los libros de una forma casi afectiva. Los objetos en mi obra tienen un lugar dedicado a la transformación metafórica. Miro mucho los objetos. Tienen una carga simbólica y afectiva. Por eso no uso objetos nuevos, porque no la tienen. Una computadora nueva o un celular no adquieren esa carga afectiva que tienen los objetos que pasaron por otras manos o por otras experiencias.
—A la hora de ilustrar un libro, ¿qué buscás comunicar?
—Depende el libro que ilustre. Si son mis propios textos hay una relación mucho más intrínseca, más cerrada frente a la misión inicial que era comunicar algo con el libro, más allá de que ilustre o escriba. Pero ya hay una idea fundacional que está plasmada desde algo que quiero lograr. Diferente es cuando ilustro libros de otras personas. Allí la narración con la imagen tiene que ser multiplicadora y que no redunde. También hay una búsqueda de la depuración, la simplificación, pero a la vez la expansión discursiva. Cuando ilustro estoy buscando una expansión discursiva en todo sentido. Y, a veces, esa expansión provoca nuevas narraciones, a veces provoca confusión, a veces provoca capas de lectura. Lo que a mí me interesa es sugerir más capas. Algunas son más fácilmente decodificables. Otras, llevan más tiempo. Otras tienen que ver con la edad a la que me dirijo. Pero en general, apunta a sugerir y expandir esas capas que, finalmente, producen placer en el lector. El lector tira de pistas que yo planté. Cuando empieza a tirar de esa soga, encuentra placer, que es el mismo que yo encontré en ponerlas.
—¿Cómo se construyó el oficio de ilustrador y cómo se formó tu impronta en ese campo?
—Fue de a poco, pero siempre sosteniendo las herramientas que me produjeron interés. Tiene que ver con la interacción entre el intelecto, el arte y la sabiduría. La herramienta que me dio la carrera de diseño gráfico, en la UBA, donde estudié y di clases, profundiza sobre eso. Hay una búsqueda continua para que valga la pena, que no sea superficial. Hay un oficio de esquivar la superficialidad. Busco eso. Creo que el diseño me puso herramientas que, cuando fui diseñador, no pude aplicar de la forma en que yo quería. Me parecía que uno tenía que ser mucho más medido con la impronta personal. Y desde la ilustración, tenía muchos más permisos propios para volcar universos que me parecían que podían llegar a funcionar. La ilustración es un acto de comunicación, no es un acto artístico completamente libre.
—¿De qué saberes y disciplinas te nutriste en ese proceso?
[quote_box_right]Cuando ilustro estoy buscando una expansión discursiva en todo sentido. Y, a veces, esa expansión provoca nuevas narraciones, a veces provoca confusión, a veces provoca capas de lectura. Lo que a mí me interesa es sugerir más capas. Algunas son más fácilmente decodificables. Otras, llevan más tiempo.[/quote_box_right]—Todas las manifestaciones artísticas con las que me llevo bien, y las que me son afines, fueron nutrientes de las cosas que hago hoy. Hay músicos que considero imprescindibles, lo que implican globalmente como obra. Tom Waits. Más allá de su música, el tipo fue fundamental, muy influyente en las formas innovadoras en las que usa los instrumentos y en la forma en que creó su propia carrera. Hay muchos músicos, cineastas, escritores. Por ejemplo, Italo Calvino, Borges. La forma de construcción de sus obras es mucho más ambiciosa. En todos ellos se ve un estilo madurado en el tiempo. No son destellos. Esos son los artistas que más admiro y que más me han formado más allá de la universidad. Roberto Fontanarrosa… la forma en que transforma su cosmogonía, de la historieta a la literatura, casi a la filosofía.
—¿Existen diferencias entre la ilustración de un libro y la de una revista o un diario?
—La diferencia inicial y la más obvia es el tiempo. Cuando hago un libro, me propongo, más allá de ciertos compromisos editoriales, un proyecto que puede durar seis meses o un año. Hice libros que tardaron dos años y al diario lo cuento en horas. Esa cosa esquizofrénica del tiempo es algo que ya aprendí a manejar. Es diferente un lector de mis libros que los que ven mis columnas en La Nación, pero con el tiempo aprendí a unirlos. Capaz esa afinidad que busco en asociarme con personas que les interesa lo que yo pueda mostrar son las mismas personas que leen mis libros.
—¿Podrías definir tu estilo como ilustrador?
—En un momento, erróneamente, decía que trabajaba en collage. Para decir que trabajo en collage tengo que explicar qué es el collage para mí. Considero es que estoy abocado a la multiplicidad de sentidos que es una de las propuestas del collage, conceptualmente. Estéticamente, el collage no es pegar un papel con otro, ni poner un objeto al lado del otro, sino invocar universos que pueden estar contrapuestos y que al estar unidos convierten cosas nuevas. Y yo hago lo mismo con acuarelas, o hago lo mismo que hice con objetos con tinta, con acrílico. Entonces, el estilo es una búsqueda permanente. Definirme sería un error.
—¿Qué criterios se ponen en juego cuando ilustrás un libro infantil y otro para adultos?
—No hay tantas diferencias en los mecanismos que experimento, sino más diferencias de saberes de los cuales tengo ciertas garantías. Como utilizo mucha simbología, en un libro para adultos, las metáforas son expansibles dependiendo de los elementos que ubique y hay cosas que utilizo en libros para adultos que probablemente no utilizaría en libros infantiles por una cuestión de no ser tan hermético con los resultados. Los chicos tienen mecanismos de disección de los libros diferentes a los de un adulto. Van del micro al macro. Ven el detalle y después expanden. El adulto va del macro al micro, no ve el detalle, ve algo enorme y después se mete adentro. Y eso lo tengo muy en cuenta.
—¿Qué técnicas preferís?
—Me es afín trabajar con objetos. Me encuentro trabajando mucho más rápido con objetos, donde la alquimia se produce de manera inmediata. Mezclo un zapato con un ventilador y algo pasó. Usando acrílicos, acuarelas, tengo que representar algo de una forma mucho más pausada. Pero uso cualquiera. Hay algunas en las que soy terriblemente malo. Para la acuarela soy un desastre, pero hay veces que la uso invocando al desastre. El óleo no me gusta, soy muy impaciente para el óleo. Primero me rodeo de objetos, genero algo y después lo termino haciendo con acuarela, con tinta o con lápiz.
—¿Cómo dialogás con las nuevas tecnologías?
—Me tienen sin cuidado. Las uso, pero me da lo mismo. No estoy subido a ninguna ola de cambio de programa. Eso me perturba un poco. Me da fiaca la tecnología. Aprendí a respetar los cursos, la maduración y la tecnología es muy irrespetuosa, es muy arrolladora y no me gusta que me lleven por delante. Si uno está flojo de bases, la tecnología te lleva por delante.
—¿Cómo conviven en tu obra la palabra y la imagen?
[quote_box_right]Los chicos tienen mecanismos de disección de los libros diferentes a los de un adulto. Van del micro al macro. Ven el detalle y después expanden. El adulto va del macro al micro, no ve el detalle, ve algo enorme y después se mete adentro.[/quote_box_right]—Hay cosas que he trabajado solamente desde la palabra porque la imagen era redundante. Y hay cosas que he trabajado solamente desde la imagen porque me parecía que la palabra era redundante. Sólo cuando están de acuerdo entre ellas, son socias, las vinculo. Pero el campo de las ideas es el jefe, es el que dice “ahora quédense a convivir un rato, vean cómo funciona esta casa”. Las hago convivir y realmente las pongo a prueba para que no haya redundancia y después que valga la pena que estén una al lado de la otra.
—Si no hubieses sido ilustrador, ¿qué oficio hubieras desarrollado?
—Veo difícil que hubiera sido algo diferente a manifestaciones artísticas, capaz hubiera sido músico. No sé si hubiera sido un músico profesional, pero sí hubiera chichoneado y decantado muchos de mis gustos por el lado de lo artístico. Pero también tengo una relación cercana con la naturaleza. Me atrae el riesgo, desde lo adrenalínico. Fui bombero forestal, soy piloto, fui buceador, me gusta navegar. Es un lugar que me atrae mucho y probablemente hubiera sido bombero.