Un año de actividades se lanzaron en honor al gran Juan José Saer.
Juan José Saer hubiera cumplido 79 el 28 de junio. La efeméride fue el pretexto elegido para darle marcha al Año Saer, un programa de homenajes para celebrar, difundir y estudiar lo hecho por el nacido en Serodino, hacedor de textos que se erigen como fundamentales para la literatura argentina post-Borges. La racha empezó un día después de lo que hubiera sido el cumpleaños del escritor con una charla abierta entre el poeta y editor Fabián Casas y Beatriz Sarlo, a quien le encargó hace un año la producción de Zona Saer, libro que se presentó oficialmente en el salón mayor del Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez.
Sobre una pared lateral del salón se repasaron fotos de Saer cuando chico, momento en el que ya se acomodaba con un gesto idéntico al de sus retratos de adulto ya siendo docente en la Universidad de Rennes y, acaso, replicando su lugar en la marquesina de los grandes escritores nacionales: mirando de costado. El secretario de Desarrollos Culturales, Paulo Ricci, agarró el micrófono y contó que desde el verano que se está preguntando “¿Qué hacer con Saer?”, duda compuesta por una ambivalencia con raíz en la trascendencia de su obra y, en contrapunto, en su complejidad. Así, por caso, resulta un desafío no menor la propagación de Glosa (1986), novela cuyo argumento consta (a grandes rasgos) en la caminata de Ángel Leto y el Matemático rumbeando por calle San Martín desde Bulevar hasta el Parque Sur, reconstruyendo una fiesta en la que ninguno estuvo. La sinopsis es flaca en contraste con su ejecución, en la que la oralidad de los personajes es de una construcción minuciosa, de una “narrativa apoyada en la poesía” (en palabras de Sarlo, que confió también que Saer calentaba la mano traduciendo poemas), sinónimos de innovación estilística en la que se ubica también otro under del litoral: Juan L. Ortiz.
Reflexión sónica
“Camino para acá me acordaba de una letra de una canción de Babasónicos que dice: ‘Sos tan espectacular que no podés ser mía nada más’. Eso me pasa con la obra de Saer, desde que leí por primera vez Cicatrices (1969). Me pareció increíble y lo que te sale naturalmente es tratar de que lo lean otras personas porque para la literatura no es algo individual, es algo colectivo”, introdujo Fabián Casas (Horla City y otros, 2010), casi que encontrando un contrapeso a una “extrema soledad” que el descendiente directo de sirio-libaneses vivió, en una época de producciones en la que él no cuadraba (el boom latinoamericano), por lo que debió esperar hasta la década del 80 para ingresar a los circuitos de discusión.
Tomar distancia de las corrientes en boga era la tarea que lo torna como un vanguardista de pura cepa. Claro que está la referencia de que del que había (hay) que alejarse es Borges, otro de los grandes desafíos incrustados en la obra de Saer. Sin ir más lejos, en su primer libro de cuentos (En la zona, 1960) se reconocen algunas operaciones borgeanas como la anteposición del adjetivo al sustantivo, aunque ese escritor de 21 años, agrega Casas, daba cuenta ya de lo que sobrevendría: “El último relato, ‘Algo se aproxima’, era muy inquietante. Yo pensaba ¿qué es lo que se aproxima? Como Saer es un gran escritor, tiene la particularidad de que sus textos son polisémicos; entonces permiten que pueda entrar la experiencia de los lectores. Otros te cuentan lo que te quieren contar y ya, pero él no es un escritor de gatillo fácil, de los que en vez de poner el texto en estado de incertidumbre lo pone en estado de respuesta. Saer produce que podamos discutir mucho sobre él. Hoy pienso que lo se aproximaba era la obra de él, una obra extraordinaria”.
Entretener a Juani
Zona Saer es el título del ensayo producido por Sarlo (que, justamente incluye un capítulo titulado “Romper con Borges”), homónimo del colectivo de amigos originarios de Serodino que ocuparon las primeras de las 20 filas de asistentes entre los que hubo escritores, académicos y público general, entre los que también se contaron autoridades como Miguel Lifschitz y la ministra Chiqui González.
En el libro se incluye un mapeo para seguir el recorrido de los personajes clásicos de Saer como Pichón Garay y Tomatis, hecho por la escritora: “Esos personajes, están todos sentados acá enfrente nuestro, son los amigos de Juani. Por favor, no se rían, lo que me pasó con Cicatrices es que la leí a mediados de los 60, ese ejemplar se lo presté a un amigo mío y lo perdió en un tren. Yo no conocía Santa Fe y además era muy joven, tendría 23 o 24 años, y cuando se nombraban las calles de la ciudad de Santa Fe yo las traducía a las calles de la ciudad de Buenos Aires, que era la única ciudad que conocía. Después vine muchas veces a Santa Fe y los amigos de Saer me hicieron hacer los recorridos, que fueron importantes. La idea de los mapas era un piso necesario para esa literatura”.
“Me propuse no leer ni una sola página de lo que ya había escrito acerca de él. No iba a haber ningún ‘copia y pega’ si yo quería hacer realmente el homenaje al amigo”, empezó a reseñar Sarlo en cuanto a la realización del libro, y siguió: “la segunda resolución que tomé fue escribir el libro como si estuviera sucediendo frente a mí. Yo quería liberarlo de un tratamiento académico que suponía que a Juani lo iba a aburrir”, amplió.
Cuidaban las espaldas de Casas y Sarlo la firma de “Juani” formulada gráficamente como slogan del año durante el que se estrenará una realización audiovisual documental, una de ficción a estrenarse en el Cine América el 1 de septiembre, una ópera (estas dos últimas basadas en El limonero real), publicaciones como Una forma más real que la del mundo. Conversaciones con Juan José Saer (también presentado durante la jornada del 29 de junio, con presencia de Hinde Pomeraniec, el editor Francisco Garramona y Martín Prieto) y El lugar de Juan José Saer y otros ensayos y, llegando a la conmemoración 80 de su nacimiento, un congreso internacional.
Asimismo, quedó inaugurada una muestra compuesta exposiciones de Fernando Espino y Juan Pablo Renzi (cuyas obras fueron facilitadas por su viuda, María Teresa Gramuglio), amigos y contemporáneos de Saer que supieron desarrollar una relación entre sus producciones plásticas y lo hecho por el máximo exponente de la narrativa argentina del último tiempo.