Acaba de publicarse un libro sobre sociología de la literatura. Como soy profesor, lo compré. Es de una socióloga francesa, una de esas eminencias académicas que publican sin parar, dirigen proyectos de investigación enormes y viajan en avión a otros países como invitadas a congresos. En una de las primeras páginas están los “Agradecimientos”, y la última oración dice: “La bibliografía fue organizada por Monique Bidault (†)”. Al lado del nombre aparece esa crucecita que me da impresión, un signo gráfico simple pero fatal.
Monique Bidault está muerta, pero desde la página 132 hasta la 169 de ese nuevo libro aparece su trabajo de hormiga. Apellidos de autores ordenados alfabéticamente: Leclerc, Leenhardt, Lepenies, Levin, Lévy, Lidsky, Lilti, Lough. Hizo sola esa lista: revisó títulos, años, números de página, nombres de editoriales o revistas. ¿Habrá hecho el trabajo gratis, por pura admiración, o cobró algo? ¿En qué habrá gastado su plata? Tal vez se lo gastó en alguna tienda parisina, o lo usó para comprar comida y cigarrillos.
Necesitaba saber cómo era Monique Bidault, por eso la busqué en Internet –algo que los espectadores morbosos, es decir todos, hacemos con los muertos desconocidos–. En un sitio de citas y contactos sexuales hay una Monique Bidault que nació en Jaulges, tiene 53 años y es “técnica de laboratorio”. No es ella. En Facebook hay otras. Una que vive en Vierzon-Bourgneuf y sólo sube fotos de su caniche negro: caniche en el patio, caniche en primer plano, caniche con chaleco al crochet que le tejió ella misma –“y sí, con los restos de lana hay que hacer algo de estos días”, dice en un comentario a la foto–, caniche con el filtro de la bandera francesa que muchos usaron para expresar solidaridad por los atentados en París. No es ella. La otra Monique Bidault es rubia y joven. Tiene una foto en la playa, con lentes de sol y una bikini rosada, abrazada a una amiga. Tampoco es. Estas dos Moniques ni siquiera se imaginan que había una mujer de nombre idéntico al suyo, enterrada ahora en algún lugar. Tal vez nuestra Monique Bidault no tenía tiempo para Facebook o no le interesaba. Tampoco sé cómo se murió, aunque me imagino un accidente o una enfermedad. Ya sé: la gente se muere todos los días de maneras horrorosas, absurdas o injustas, pero no todos tienen el honor de una crucecita impresa como la de Monique, que nos advierte lo que nos va a pasar, que nos dice que vivamos rápido y que no perdamos tiempo en libros inútiles.