Sara Hebe vino a Santa Fe y se presentó para las internas de la cárcel de mujeres.
Unos golpecitos desde el lado de adentro de la puerta alta. Un hombre asoma la cabeza y su hombro uniformado formando un ángulo recto. Su gesto se debate entre la severidad de rutina y la duda: una chata blanca cargada con cajas de tamaños varios y tres varones expectantes por atravesar el portal que está custodiando. Deja que una pregunta se le caiga rápido de la boca y al confirmar la intención de entrar se recluye otra vez atrás de la madera grisácea.
Como no había pasado en toda la semana, el viernes 19 de agosto a las cuatro de la tarde las nubes se ganaron el cielo y la tensión los estómagos: la vereda angosta se iba amuchando y la gente solo salía, nadie entraba. Al fin, llegó Marina Ochoa (Mar) con la lista de visitantes para el show y ella sí superó los golpecitos nerviosos y la puerta alta se la tragó: “¡Encima se fue con el pucho!” protestó Flor, que sabía que iba a tener que arrancar otro, con lo que cuesta. Después de un rato largo en relación a los nervios, vuelve Mar y, suspirando, confirma que tuvo que insistir un poco porque desde adentro dieron a entender que las cosas no se habían hecho “como corresponde”. Entramos, sin pertenencias personales más que unos papeles para apuntar, lápiz y cámara de fotos: “Sólo una y con las internas de espaldas, nada de rostros” advirtieron.
Sobre la calle Uruguay, frente a la plaza Ciudad de Rosario, a metros del Parque del Sur y al lado de la mole del Ministerio de Educación, el Instituto de Recuperación de Mujeres Nº 4 tiene la fisonomía de un conventillo enrejado en cada abertura posible, a la vez que también determina otras no incluidas en la naturaleza de su arquitectura original. Los primeros en mostrar sus documentos y sortear las cinco cerraduras fueron Nacho y Agustín, que se encargaron de armar el sonido y de oficiar de blancos de chistadas y besos en el aire que bajaban desde las ventanas semi oxidadas que, atrás de sus fierros, contienen a las internas con causas más graves. Abajo, a puertas digamos abiertas, el resto puede sociabilizar sin mayores restricciones.
Dos de los lados de la planta alta (donde están las primeras) se alinean con los de abajo para formar galerías que forman los cuatro costados del patio: en otro hay un pabellón aparentemente más chico, con una terraza propia en la que está colgada una frazada blanca y fucsia con corazones, una musculosa anaranjada y otras prendas difíciles de adivinar. La falta de viento las mantiene quietas, rectas, esperando la lluvia. El cuarto costado parece sólo tapial, aunque se vio a alguien parado por ahí.
Al costado norte hay una virgen de frente al patio, con la vista fija al extremo sur, donde hay una franja de ventanas como en la casa de Gran Hermano pero con rejas, obvio, desde donde de a ratos las atienden o reciben para encargos secretos o hablar por teléfono. En eso que algunas terminaron de enjuagar ropa en un lavadero con piletas de cemento y azulejos partidos, empezó la ronda de mates dulces y el pasador de la reja chilló como chilla todo el tiempo, sea que entre la guardacárcel gordita de lentes (la simpática) o Sara Hebe de pantalón adidas azul y buzo negro bardeando un poco en serio pero con carpa: la promesa de “No justice no peace” (sin justicia no hay paz) y el dibujo de un policía apuntando.
Otra guardacárcel, ciencuentona, la que estuvo la mayoría del tiempo vigilando el pasador chillón inmediato al patio, con el entrecejo aplastado encima de los ojos mira a 23 de las 46 internas formando una medialuna enfrentada a la cantante que ya había tenido shows de esta onda, por ejemplo en Buenos Aires, en el José Tiburcio Borda (Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial).
La mejor rapera argentina ya estaba fumando un pucho y charlando en la ronda con los 15 nombres de la lista y un par de internas, pero pocas tenían cabal dimensión de lo que es capaz la chubutense que hace poco pegó un tema en la televisión.
Sara no resalta por contextura ni por actitud avasallante, sino hasta que empieza a tirar unos ritmos desde su notebook. Con las rodillas un poco dobladas es incluso más petisa, pero así empieza a crecer y desde las ventanas van saliendo caras por partes de las chicas a las que no dejaron bajar por el lío que se armó hace unos días y por el que las reubicaron de pabellones. No está todo bien en estos días y por eso Mar había demorado un rato en la entrada: “Ya vine varias veces para coordinar esto y cuando llegamos me saltaron con otra, que no se iba a poder, que la lista de visitantes había que presentarla una semana antes. Por suerte tenía buena onda con una mina de adentro y nos dijeron que sí al final”.
“Desesperada”, “Historika”, “Eco Sistema”, “Asado de fa” resumen en sus títulos forma y contenido de su canto: “En las canciones no critico a nadie en especial, sino a la sociedad en su conjunto, al sistema, la desigualdad. Las cosas que pasan me pasan a mí y yo las transformo en esto que es rap, también cumbia, también rock. Al final, el objetivo que tiene mi música es ser compañera de las luchas sociales y por eso hoy llego hasta acá” comenta Sara a Pausa con su cuerpo debatiéndose entre el sueño y las ganas de actuar. Hace algunos días llegó de una gira de dos meses en tren, colectivo y subte por Europa, agarrando la fecha que se podía y ahora cuenta que tiene ganas de estar en el Encuentro Nacional de Mujeres que viene.
Si los teclados cumbieros que de tanto en tanto suenan hacen que las chicas empiecen a mover y a bajar, la voz del Pity en pasajes de “Transan” y “Sr. Kiosquero” incluida en las bases que vienen de la notebook terminan de promover el agite: todos los que estamos en el patio cantamos que la policía transa, con la guardia cincuentona recrudeciendo la mirada todavía al lado de la reja y la gordita de lentes disimulando una sonrisa.
Después de los primeros temas de calentamiento, las más pibas y las más señoras ya están en comunión con la artista que tiene a su bailarina propia, Grace, de calza metálica y con una galera que rápido nomás pasó al look de una de las chicas que estaba perreando.
Sara tiene pinta de barrio y saber letrado. Estudió Derecho y Teatro con Norman Briski pero no recula cuando confiesa que se escucha y siente que tiene cosas que mejorar: “yo ahora pienso que tengo que hacer más canciones, en producir un nuevo disco y seguir diciendo lo que no se puede en lugares como en el que tocamos hoy, con las pibas copadas bailando y pasándola bien, acompañando con lo mío”, dice Sara antes de la prueba de sonido para el show producido por La Zenaida, que a la noche hizo reventar a República del Oeste junto a Alto Vuelo (Alto Verde) y Cumbia Surr (Centenario).
Las nubes se abrieron hace un rato ya, lo mismo que la inhibición de los bailes, las palmas. Una chica de rodete filma manteniendo el pulso con las dos manos, acomodada por ahí arriba, como para que el recital quede registrado más allá de la foto que podía ser una sola “y con las internas de espaldas, nada de rostros”.
Ya pasó casi una hora desde que el recital comenzó. Mirna se emociona cuando Sara avisa que es la última canción y empieza a sonar El Marginal. Mirna estudia y dejó de estudiar cuando hasta las propias guardias la agarraban de máquina porque empezaba algún taller o mostraba algún interés. Termina la cantata y Mirna corre a abrazar a Sara y pide que le saquen una foto que antes de salir un policía va a hacer borrar de la memoria de la cámara. La otra memoria no es jurisdicción suya.