El Pokémon GO es la nueva sensación digital. Sea para defenderlo o para defenestrarlo, todos algún comentario sobre él hemos pronunciado. O sobre quienes lo juegan; aunque en este caso, el 98% de las opiniones son destructivas e, incluso, insultantes y discriminatorias. La “grieta” ha vuelto, y no culpa del kirchnerismo, tal como le gustaría a Macri que sea. La cosa es que al parecer nadie está exento de haber sido afectado, de algún modo o de otro, por él… Hasta yo, que casi siempre me entero de las nuevas tendencias cuando ya son viejas.
¿Qué es el Pokémon GO?
Supuestamente un juego de realidad aumentada, aunque desde diferentes perspectivas, puede ser definido de miles de maneras.
Por caso, Raúl, un amigo de Facebook lo denominó magníficamente “el tamagotchi del macrismo”. Otros han ido más lejos y se animaron a decir que es el embobador universal y los adictos a las conspiraciones apocalípticas aseguran que es el fin de la humanidad. Vale decir que estos mismos conspiradores ya han asegurado que el apocalipsis llegó varias otras veces, como cuando aparecieron los floggers, los youtubers, los wachiturros, Gran Hermano, internet, el celular, los auriculares, Facebook, el Candy Crush Saga, la Play Station (que no solo te emboba sino que te tiene agregándole grasa y colesterol a tu cuerpo), y no sé cuántas otras supuestas aberraciones que no impidieron que el mundo siga girando y nosotros no solo las naturalicemos, sino que además, las disfrutemos.
Pero no tengo ganas de entrar en una polémica que, sinceramente, me tiene sin cuidado, porque consiste en la misma vieja historia de siempre: ante lo nuevo, los guardianes de la moral y el buen gusto, los jueces de la intelectualidad y los paladines de la sabiduría, se comportan como los grandes conservadores que niegan ser. Prefiero malgastar los pocos renglones que me quedan hablando de la realidad aumentada, una tecnología que me parece, a primera vista y sin haberla experimentado demasiado, fantástica. De hecho, de haberla conocido hace un tiempo, me hubiese evitado andar como un idiota mirando para todos lados, buscando entre la muchedumbre a una persona, con el agravante de mi miopía. Me resulta sumamente atractiva como tecnología, no así, quizás, el jueguito del Pokémon en sí.
Aunque, si me pongo a pensarlo, la realidad aumentada (que la vamos a definir como la incorporación de elementos virtuales a un entorno real) no es tan inédita como creemos y ya hemos tenido otros casos de ella con anterioridad. ¿Qué no saben de lo que estoy hablando? Bueno, a ver si los convenzo con algunos ejemplos:
- El primer hecho de realidad aumentada que se me viene a la cabeza es el de las expectativas y la notable mejora en el poder adquisitivo de la clase media durante la década ganada kirchnerista, según González Fraga.
- Otro es, casualmente, la década ganada kirchnerista, según José López.
- Mirtha Legrand sin maquillaje y en HD. Aquí tenemos el típico caso de realidad aumentada y cine gore a la vez.
- Las tetas de Lía Crucet.
- La AFA después de la muerte de Grondona, es la realidad aumentada del “Todo pasa”. Sí, todo pasa, menos los quilombos que nos dejaste, Julito…
- Los 30.000 desaparecidos, según Darío Lopérfido.
- El título de periodista de Luis Majul.
- Realidad aumentada olímpica: el equipo de beach volley boliviano.
- El tarifazo (no hay remate).
- La cintura de Susana Giménez... sin Photoshop.
- Que a las rimas de Belén Francese las llamen “poesía”.
- La inteligencia de Iván de Pineda.
- Mis selfies en Instagram con filtro (acá caemos varios, así que no se hagan los vivos).
- “La campaña del miedo” en las elecciones… ah, no, pará: mejor esperamos el segundo semestre a ver qué pasa.
- La protesta social en Facebook.
En fin, el Pokémon GO llegó para quedarse… un par de meses, como el Preguntados y otro montón de cosas que hemos sabido tolerar e ignorar. La realidad aumentada es una aplicación, una tecnología; y como tal su esencia es ser una herramienta. Y como toda herramienta es neutra desde el punto de vista ético: depende de su uso y de quién la use que termine siendo buena, mala o ni fu ni fa. Como un martillo, por ejemplo, que puede servir para armarle la cuna a un hijo, para romperle la cabeza a alguien o como símbolo del comunismo. O como un libro, que puede servir para abrirle la mente a los lectores o para decir “uy, no sabés la cantidad de libros que leí en mi vida”… Bastante al pedo, se ve.