Cuando yo estudiaba vivíamos del aire. No sé si ahora se conoce esta expresión, pero yo se la oía decir a mi vieja cuando pedía plata para alguna cuestión: ¿Vos creés que vivimos del aire? Entonces, siendo más grandecita, y en relación a lo que hoy cuesta la vida, era así: mis viejos no podían pasarme guita, vivía en una casa donde, de un elenco inestable de entre cinco y seis chicas, laburaban tres (y eran muy generosas: había agua de colonia La Franco tamaño baño para todas –y todos– por ej.) nos prestábamos la ropa y comíamos por monedas en el comedor universitario. Pero también fumábamos, íbamos al cine, tomábamos vino y hasta comprábamos libros. De cualquier manera, si pintaba algún trabajo, era bueno para tener un par de zapatos nuevos o algún jean Lee. Yo, por ahí, trabajaba en el comedor, y, de vez en cuando, en algún estudio de abogados. Te pagaban tres pesos y te echaban a los tres meses, porque si no, quedabas efectiva, pero para ir tirando estaba bien.
No va que entro en un estudio muy paquete en San Martín casi General López, de un tipo casi 50 años, grandote y muy bien vestido donde hago cosas a máquina, escribo cheques, más un agregado de última, que era pasar el plumero por sobre los libros de esas bibliotecas infernales y mentirosas que pululan por ahí.
Y una tarde viene y me dice que, ya que a mí me gustan los libros, me quiere mostrar una joya de su propiedad. Y saca de entre los libros uno grandote, con tapas duras y bordes dorados con título dibujado no sé qué letras góticas, y me invita a sentarme a su lado mientras él lo abre. Me siento y miro ávidamente las imágenes hermosas que ahí aparecían, cuando me sorprendo con un sobresalto y digo, con un poco de espanto, nada de angustia y mucha perplejidad: Pero es un libro porno. Él se calla y me mira mientras yo me paro y pongo las manos en la cintura: Ud. tiene hijas de mi edad. ¿Qué creería si un señor de su edad le mostrara este libro a sus hijas?
Se levantó en silencio, fue al escritorio notoriamente ofuscado, escribió un cheque y me echó. Vaya a cobrar este cheque, está despedida.
El banco quedaba enfrente; yo iba todos los días. Le tiendo el cheque al empleado que me pregunta: ¿Está bien hecho? Entiendo rápido. En ese año, 1970, y hacía poco tiempo, Levinsgton le había sacado dos ceros a nuestra moneda, que ya no se llamaba Pesos Moneda Nacional, sino Pesos Ley 18.188.
Vuelvo al estudio, toco el timbre y digo: Señor, se equivocó al hacer el cheque. De modo que, con cheque nuevo, en vez de cobrar, suponete, 5.000, cobro 500 y me voy.
Cuando llegué a mi casa, mis compañeras y amigas me putearon en todos los colores. Si acaso lo hubiera pensado diez segundos. Pero no, te sale de una y de las tripas.