Los cambios en la seguridad social son casi tan significativos como la instauración de las AFJP y, de igual manera, han provocado tan poco impacto público como en los 90.
Las transformaciones en los sistemas de seguridad social, tanto en la creación de las AFJP en los 90, en su estatización en el 2008 o ahora, épocas de blanqueo libre de guita negra, suelen pasar de largo sin generar mayor batahola. Excitan mucho más un tarifazo, un bolso con millones de dólares, empresas fantasma en el Panamá que aspiran muchos más millones al exterior, un fiscal suicidado, una conspiración internacional terrorista votada por el pleno del Congreso, los despidos masivos de los nuevos tiempos o detenciones de prófugos en fuga por las islas o encanutados en esa tierra mítica de miseria, peligros y calor que es para nosotros el Paraguay. A esas historias las podemos imaginar, les ponemos cifras y todo pero, antes que nada, las podemos imaginar. Podemos hacer cine mental con ellas. Pasan una tras otra las escenas de una épica explosión social victoriosa, de un policial negro completo, de una intriga de espionaje, de una solitaria y lastimosa tragedia sin par, que desbarranca una familia a la intemperie de la calle. Las noticias de mayor impacto son aquellas que pueden ser narradas como una película. Así es como se reproducen en la conversación de verdulería, el intercambio mundano donde se cocinan los humores sociales.
Una célebre fábula resume el más reaccionario de los conceptos de seguridad social. Sus elementos imprescindibles están cifrados en la historia de la cigarra y la hormiga. No sólo es un cuentito espantoso para que infantes desprevenidos se alejen del arte y se vuelquen a grises menesteres como la administración o la ingeniería, sino que además explica de manera totalmente errónea cómo funciona una caja previsional. Recapitulemos: la hormiga amarroca alimento para el invierno –la vejez, el desempleo, un hijo en la pobreza– mientras que la cigarra toca el violín; llega el invierno y la hormiga sobrevive, pero la cigarra se congela. Las cajas previsionales funcionan exactamente al revés: la actividad económica productiva –no el ahorro– permiten que fluya hacia el Estado el dinero que se distribuye luego entre quienes lo necesitan, cuando lo necesitan.
Por suerte, nadie recibe por lo que puso en su momento, ya que todos ponen muchísimo menos de lo que reciben en el momento en que lo reciben. Por eso, con las AFJP –más allá de sus usurarias comisiones de más de un tercio de los aportes y de sus pésimos negocios financieros– tendríamos ancianos sin ningún tipo de cobertura a temprana edad.
La Anses es una máquina de redistribuir un flujo, no de guardar la plata de los aportantes para un futuro. Y todos aportamos, no sólo los trabajadores en blanco. Cualquier consumidor pone en la seguridad social parte del IVA que paga al comprar un queso. Luego, la seguridad social distribuye, con un fondo de dinero que le sirve de sostén –el Fondo de Garantía de Sustentabilidad– que, pese al lema del “manotazo a la kaja”, creció exponencialmente hasta diciembre, al menos. De hecho, el actual gobierno ya utilizó tres veces el Fondo de Garantía de Sustentabilidad para financiar sus gastos, si mayor éxito para poder empatar el cada vez más grande déficit fiscal.
Como la seguridad social es una máquina de redistribuir, los montos que reciben jubilados, niños con asignación, beneficiarios del Progresar o el Conectar Igualdad, dos cosas que existieron hace quince mil años, son un resultado de decisiones políticas, no de la naturaleza o de Alá, el misericordioso. La edad de la jubilación, el dinero para cada jubilado, quiénes se pueden jubilar y quiénes no, son el resultado de decisiones políticas. Y las decisiones políticas son el resultado de luchas sociales. La represión a los jubilados el 16 de agosto, donde se revolearon viejos y se le abrió el chorro azul al carro hidrante muestra en ilustrativo cuadro cómo por ahora la situación de la lucha social expresa lo re barata que está tu vieja.
Esos que viven de mi plata
En 2005, el Plan de Inclusión Previsional incorporó casi tres millones de adultos mayores a la seguridad social. Eso significó un aumento sustancial de la cobertura: pasó del 66% a casi el 94%. En 2014 se lanzó una nueva moratoria, cuyo objetivo fueron 474 mil personas que ya estaban en edad de retiro, pero que no contaban con los aportes suficientes para hacerlo. En total, para diciembre de 2015 la cobertura llegó al 97% de los adultos mayores; 3.389.852 personas del total cobraban una jubilación –la mínima– gracias al Plan de Inclusión Previsional. Son el 51,2% de todos los viejos que cobran una jubilación (por eso hay taaantos jubilados que cobran la mínima).
Todos esos son unos vagos que no quisieron trabajar nunca en su vida y que nunca hicieron aportes, y ahora quieren vivir de mi plata, que yo aporté toda mi vida. Así se expresa quien tiene el cerebro de una hormiga. Los jubilados cobran de la plata de los aportantes de hoy, no de los aportes realizados ayer. Por otro lado, la inclusión de quienes no hicieron la cantidad de aportes requerida no funcionó como un desaliento para la realización aportes: en 2003 el trabajo no registrado –que no realiza aportes– llegaba al 48,8% y bajó drásticamente hasta 2009, cuando se detuvo la velocidad de su descenso y se volvió más lenta, para rondar a fines de 2015 el 31%.
Desde el punto de vista de quienes rodean a los nuevos jubilados, ubiquemos qué haríamos con más de tres millones de viejos que no cobran un mango, si no se dignan a morir de una buena vez. Ese anciano debe comer, al menos. El alivio de una jubilación mínima es también un respiro para el resto de la familia.
Pero todavía no sabemos por qué tu vieja está de saldo.
El odio
Los trabajadores en negro son los más explotados por el mercado laboral. Aparte de los desocupados que se cayeron en la ola neoliberal noventista, los tipos que fueron incorporados a la Anses desde 2003 como jubilados son los albañiles viejos, esos que tienen cinco muñones por dedos y que se pasaron la vida almorzando pan y leche, para limpiar el polvillo de la cal, son los flacos fibrosos callados que comenzaron cortando caña o juntando frutilla a los 10 años y siguieron así hasta siempre, es ese mozo de madrugada, los ojos difusos y su joroba tan pequeña como para ser percibida pero no señalada o ese desquiciado dependiente detrás de un mostrador de un negocio oscuro, como una ferretería. Ninguno de ellos elige vivir sin obra social o aportes.
La construcción, el campo, la gastronomía y el comercio explican una porción importante del mercado laboral, en general, y del empleo en negro, en particular, constituyen su mayor parte. Esos son los que las hormigas odian, cuando llegan a viejos. Esos son los vagos, esos y tu mamá.
Tu mamá nunca trabajó. Tu mamá te ató los cordones todas las mañanas, antes de ir a la escuela, porque eras el rey de la casa. Cocinó, lavó, planchó, limpió, hizo los mandados, te cuidó en la enfermedad, te ayudó con la tarea, hizo todo lo que los reyes de la casa nunca aprenden a hacer. Tu mamá era, es y por siempre será ama de casa.
El 86% de las personas que pudieron cobrar una jubilación gracias a la segunda moratoria son mujeres. En la primera, fue el 73%. Por eso se las llamó “la jubilación del ama de casa”. Por primera vez en la historia, por su tarea en el hogar las mujeres fueron reconocidas como algo más que súbditas del déspota.
A partir de septiembre se terminan las moratorias y entra en curso un nuevo derecho, bien al uso actual. Con el nombre de Pensión Universal al Adulto Mayor, el gobierno logró que se sancione, como ley, una rebaja a la jubilación mínima. Eficaz invención semántica: aquello que es todavía más mínimo que lo mínimo es lo universal.
En pocos días, quienes no cuenten con los aportes necesarios serán castigados con el pago de una jubilación que representa el 80% de la mínima. Son $4.528, considerando que el monto actual de la mínima es $5.661. Ese castigo es por no haber podido estar en blanco durante suficiente tiempo: ese castigo es por haber sido los más explotados del mercado laboral o de la vida hogareña. Para las finanzas públicas, eso se puede traducir como la reducción de una jubilación mínima de cada cinco, de ahora y para siempre. Eso sí: como ya lo hace el 14,6% de los mayores, esos subjubilados pueden seguir trabajando... ¡para pagar los aportes! Si fuera cine, debería ser una porno. Protagonizada por tu mamá, hormiguita.