Cuando llegué al botero, dos chicos juntaban piedritas en la costa. No al tuntún, las elegían sopesándolas en la mano, y las metían en una bolsa de plástico. Por la forma y el tamaño, me imaginé que eran para la gomera. Primero me sorprendió que se vinieran al costado de la Circunvalación a juntar piedritas. Hasta que vi que encararon para una canoa atracada al costado. “Deben ser de la Clucellas”, pensé. Claro, en la isla no hay piedras, y se tienen que venir de este lado a buscarlas entre los escombros.
El mayor de los pibitos no tenía más de 11, el otro unos 7. El mayor le indicó al otro que empezara a remar, el nene lo hizo solamente al comienzo, y después lo relevó el más grande.
En mi nuevo barrio también, pasan los chicos con gomeras. Una de las primeras tardes, pasó un grupito de tres a los gritos, en dirección al bañado. Al rato los vi volver con una gallina enorme, muerta, a la que arrastraban.
—¿Y eso? –les pregunté.
—Una gallina salvaje, la mató el perro –me dijeron.
El otro día, en el bañado también, había dos hombres y un nene cazando pájaros.
Habían colgado del alambrado seis jaulas-trampera, a una distancia de unos dos metros una de otra. Dentro de cada trampera, había un pajarito, como señuelo.
Yo en mi vida usé una gomera, ni disfruté de tener un pájaro encerrado. Pero todo bien, entiendo que pueden ser sensiblerías de clase media. Por otro lado, me gustan las infancias rústicas de la costa, a diferencia de las infancias sobreprotegidas de la ciudad, encerradas y llenas de estímulos electrónicos.
Con mis amigos apreciamos los pájaros de una forma diferente. De hecho, últimamente me he dado cuenta de que son mis amigos, justamente, porque son capaces de prestarle atención a los pájaros. Los observan. No les pasan desapercibidos.
Con la Silvi, podemos hablar por teléfono de la bandada de negruchos que vio en su recorrida de trabajo por el campo. Con Paulo, nos colgamos a mirarlos en el patio. Con mi hermano y mi sobrina, los vemos con los largavistas que mi viejo usaba para las carreras de caballos. Con la Gabi, los sorprendemos mientras remamos. Mi amiga Maggie, de Estados Unidos, sale de excursión con su esposo casi todos los fines de semana, y la diversión no es más que encontrar pájaros. Tienen una aplicación en el celular, desarrollada por otros birdwatchers, por la cual podés subir la grabación del canto de un pájaro, y la aplicación lo identifica.
El otro día pensé en mandarles el canto de un pájaro por whatsapp.
Quizá lo haga.