Estuve viendo una serie que se llama Forbrydelsen. Ya tiene algunos años y su copia norteamericana se llama The Killing. La cuestión es que me sorprendió mucho la protagonista de esta serie, Sarah Lund, una policía danesa. Según parece, hubo hasta miembros de la realeza que quisieron sacarse una foto con uno de los pulóveres antiguos que usa el personaje. Se dice que para componer a Sarah Lund se aspiró que fuera una versión femenina de Clint Eastwood en las películas de Leone (Por un puñado de dólares, por ejemplo).
Ella hace batir en retirada a todos los estereotipos sobre lo femenino que andan por ahí, that is the question. Sobre todo, en lo que a mujeres policías del cine se refiere. Parece un poco loca: no se lleva bien ni con su hijo. Por supuesto, tampoco con su madre. Y manifiesta poco interés por su novio y los proyectos que tiene con él. O sea, completo desapego por los afectos. A lo largo de la primera temporada, sólo se concentra en el caso del asesinato que tiene que resolver y se va quedando sola. Por otra parte, los famosos pulóveres que parecen encarnarse, manifiestan su total desinterés por la ropa. Vos googleás “Sarah Lund sweater” y te aparece que se venden por aquí y se enseña a tejerlos por allá.
Ahora bien, si le sacás ese jean y ese pulóver y la hacés feliz con sus afectos cercanos, todavía seguís teniendo Sarah Lund, porque lo más notable es su silencio. Es muy frecuente que no conteste preguntas, que corte el teléfono sin saludar o se vaya en medio de una conversación. La extraordinaria actriz que asume este personaje, parece siempre estar pensando en otra cosa diferente a lo que está ocurriendo. Pone cara de estar en otro lugar. Su mente se adelanta a los acontecimientos. Es así nomás, sabe algo que todavía no ha aparecido como posible para nadie. En The Killing, la que hace de mujer policía le dice a su novio apenas empezado el primer capítulo: “Sabés que soy de pocas palabras”. Cosa que jamás diría Sarah Lund. No anda explicando quién o cómo es. Lo actúa. (Es decir, los daneses te respetan como espectador inteligente). (En cambio, Lund le dice a un compañero: “No es no quiero hablar con vos, podemos hablar de otros temas”. Y se calla.)
El silencio, sabemos, es imposible. Por lo menos, es lo que cuenta John Cage cuando relata lo que sintió cuando estuvo en una cámara anecoica de la universidad de Harvard: escuchaba dos sonidos que, le dijeron, correspondían al funcionamiento de su sistema nervioso y al de la circulación de su sangre. En la interacción conversacional, el silencio puede ser agresivo. Por lo menos genera incomodidad.
Hay el silencio de algunos conventos, hay el silencio que se le atribuye a Celan (autor, entre otros, del maravilloso poema Argumentum et silentio, dedicado a René Char). Pero a mí, más que remitirme a los personajes callados de Clint Eastwood, la actitud silenciosa de Sarah Lund me recordó a un personaje también entrañable de la literatura policial: el de Lisbeth Salander.
Sólo que vos de Salander sabés todo: lo perverso que fue su padre, la triste historia de su madre, cómo todas las instituciones sociales abusan o pretenden abusar de ella. Y cómo, entonces, deviene una adolescente llena de ira y coraje y silencio. Stieg Larsson hace una mujer que se convierte de víctima en victimario y que sólo accede a la ternura a partir del amor.
Acá no tenemos nada de eso. Ninguna infancia, ninguna historia, ninguna ternura ni redención. Es tan despojado este personaje, parece tan desnuda Sarah Lund ardiendo en su pasión, que no necesitás de nada más que no sea su rostro atento y distraído para saber quién es: una mina que hace lo suyo sin decir más que lo estrictamente necesario. Así, Salander y Lund hacen suya la frase de Wittgenstein: de lo que no se puede hablar, mejor es callarse.