Son las 6 de la mañana y Juan Carlos abre los ojos pocos segundos antes de que suene el despertador. Prepara el té con leche, enciende la radio y lo bebe lentamente, después se sienta en el inodoro con el Clarín del domingo. Le da de comer a la perra, tiende la cama y riega las plantas, al terminar cada una de estas acciones se lava rigurosamente las manos. Finalmente se pone la campera de jean de todos los días y sale camino a la escuela donde es profesor de físico química. Ni bien pisa la vereda un vestigio de sonrisa se le dibuja en la cara.
En el camino, recuerda, intranquilo, el cuadro que vio la tarde de ayer cuando iba a la cancha y pasó por la misma plazoleta que hay en la esquina. Había un coche de bebé sin nadie cerca, dentro del coche no había ningún bebé, pero sí un celular, una mamadera, las llaves de un auto, un libro y algunas cosas más. Juan Carlos pasó al lado y trató de registrar todo detalle posible, pero casi sin mover la cabeza, fingiendo indiferencia. Al cruzar la calle ya había olvidado el título del libro y algunos objetos. Juan Carlos tiene poca memoria visual pero ve muchas series.
Ahora recuerda, algo angustiado, el libro de Saer que se compró, el del limonero, le pareció que no lo entendía y lo aburrió, no pudo llegar ni a la mitad, adelantó hasta la hoja final y nada cambió. La angustia es por tener de comentárselo así a la nueva profesora de lengua. Se están haciendo amigos y ella siempre anda con libros de Saer. Él esperaba poder decirle algo interesante y no eso que pasó. Lo eligió por el título, porque una las joyas más preciadas de su balcón es el limonero de maceta.
En la escuela, cuando firma la asistencia piensa o siente lo mismo de siempre, el insoportable peso de los números. Un número de documento, un número de teléfono, un número de calle, un número de años, un número de sueldo.
En 3er año da con entusiasmo una clase sobre energía cinética, sus alumnos lo respetan y lo quieren, Juan Carlos es grandote y bonachón. En la sala de profesores la profe de Lengua no está, igual hace algunas bromas y come su manzana cortada en cuatro pedazos casi idénticos. Escucha algunas cosas que no le gustan y trata de cambiar de tema con los que tiene más cerca.
Cuando va al baño a lavarse las manos, descubre al portero lavando el trapo en el lavatorio, el mismo trapo con el que limpió todo el piso del baño, un agua negra llega casi hasta el borde de la pileta. Juan Carlos saluda, con tono fuerte y gran sonrisa, y vuelve sobre sus pasos, mientras siente que el universo entero se le derrumba por dentro.