Santa Fe vivió el estreno mundial de Birrilata, una vuelta en tren.
Un nuevo homenaje en vida a Fernando Birri tuvo su noche: Birrilata, una vuelta en tren, de Lorena Yenny, se estrenó mundialmente el viernes 30 en el Cine América. Con sala casi a tope de su capacidad, se pudo ver en pantalla grande un recorrido de “tantos posibles” por las herencias del director que vive en Italia.
La historia del siglo XX cuenta que en cada país en los que la guerra era actualidad, el cine fue otra de las cosas del mundo que no podían no decir nada al respecto. Rápido se dio cuenta la industria (o los gobiernos, que son más o menos lo mismo) de que la razón instrumental aplicada a la pantalla grande podía representar un beneficio en el corto plazo: el género bélico fue, justamente, el esbozado durante la Primera Guerra Mundial por Charles Chaplin (Armas al hombro, 1918); también pasó en la Guerra Civil Española, donde las productoras públicas y el Estado mismo desarrollaban estrategias propagandísticas en sus noticieros (que, recordemos, en esas primeras décadas del siglo se transmitían en las salas de cine) en detrimento de las testimoniales que eran la forma en la que las izquierdas, principalmente desde los sindicatos, rodaban sus filmes; para la Segunda Guerra, además de los noticieros, ya estaba en funcionamiento la maquinaria hollywoodense haciendo películas con presupuestos millonarios.
Pero la segunda mitad del siglo ya estaba ahí nomás y esa fragmentación imaginaria alcanzó para intentar separarse de ese tiempo (de ese mundo) en el que los tiros y la muerte de los jóvenes era solamente un valor para negociar intereses políticos. Roberto Rossellini (Roma ciudad abierta, 1945), Luchino Visconti (La tierra tiembla, 1947) y Vittorio de Sica (Ladrón de bicicletas, 1948) fueron hombres importantísimos para ese tiempo nuevo del cine: el neorrealismo italiano, un movimiento que más que estético fue emocional, si por encima de la trama y la fotografía y demás, lo que dominaba el desarrollo era el sentir de los personajes. De Sica y Cesare Zavattini fueron, además de hacedores, docentes, y el santafesino Fernando Birri aprendió con ellos en el Centro Sperimentale di Cinematografía entre 1950 y 1953.
[quote_box_right]Yenni y su productora, Ana Cutuli, conciben a Birrilata como una revisión inevitable del género: "volver sobre los orígenes".[/quote_box_right]
Tres años después, Birri fundó el Instituto de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral y filmó Tire Dié: ahí, las vías del Ferrocarril Mitre ya estaban sentadas, nunca pudieron echar a los pibes. Entre que se terminó la post-producción de esta primera película, el hombre de barba llovida (la descripción corresponde a un poema, que se llama Fernando Birri, de Rafael Alberti) empezó a hacer ruido en el ambiente con La primera fundación de Buenos Aires (1959), con música de Troilo y Piazzola.
En 1961, Birri se basa en un cuento de Mateo Booz para hacer Los inundados. Se lleva el premio a Mejor Película en el Festival de Venecia y, dicen Manrupe y Portela, que es un “film esencial y solitario de un posible neorrealismo argentino (o mejor litoraleño) que pinta a personajes, lugares y a la inundación, desde lo picaresco para describir una crítica sin panfleto.” Ya había una nueva corriente estética en marcha.
El Nuevo Cine Latinoamericano, con herencias de aquel cine social y del neorrealismo, ya era una realidad que estaban construyendo también otros directores como Edgardo Pallero, Dolly Pussi, Alfredo Guevara (Cuba), Miguel Litín (Chile), Jorge Sanjinés (Bolivia) y Glauber Rocha (Brasil), entre muchos más. Varios de ellos testimonian parte de toda esta historia en el film Birrilata, una vuelta en tren. Ante las puertas que dan a calle 25 de mayo, la vereda estaba copada de gente amuchada ahí mismo y también haciendo cola hasta la esquina. Como no hay bicicleteros (con suerte rampas) son los postes viales y de luz y alguna reja donde las bicis se enredan.
Birrilata, Una vuelta en tren (Trailer) from Latina Late on Vimeo.
La directora piensa que “con este estreno, aquí, se cierra un círculo de sentido”. Pareciera que eso ya estaba dado, aunque implícito. Sí es verdad que las distancias ahora son más cortas, porque los chicos de San Lorenzo y el cine no parecen –y no son– extraños entre sí, llevan más de 60 años juntos. Desde esos viejos nenes que corrían por los durmientes pidiendo diez centavos, pasando por la extinta Fundación Fernando Birri y hasta el Centro Social y Cultural El Birri, hay un universo de sentidos que parcialmente expone esta película que apenas sobrepasa la hora de duración.
En la persona de Fernando Birri se conjugan muchas cosas: sus películas, también lo que hizo en literatura, como el trabajo en conjunto con García Márquez y Fidel Castro, el legado de compañeros como el desaparecido Raymundo Gleyzer, el cierre del instituto que había fundado (cuenta Dolly Pussi durante la película: “un instituto cerrado en democracia”), la admiración de cineastas de todo el mundo y latinoamericanos en general, su “militancia de la imagen, de una nueva imagen, que sea una herramienta hacia la liberación de nuestra América Latina”. Todo orbita en ese universo.
Birrilata es una pieza que dos documentalistas como Yenni y su productora, Ana Cutuli, conciben como una revisión inevitable del género: “volver sobre los orígenes”, dijeron a la salida del cine, cuando La Birrilata empezó a sacudir los bombos, redoblantes y casetas y a bailar sobre la calle. Lo que se vio en pantalla fue un ir y venir constante por todas esas aristas que rellenan la biografía de Birri, una continuidad de digresiones, como la vida misma: fragmentos de películas (Los 40 cuartos, Barravento, Sangre de cóndor…), entrevistas entre palmeras cubanas y otras en los andenes del FC Mitre, el intento de desalojo, Fidel discutiendo en conferencia (“Como pescador que soy, conozco lo que es la luna llena o menguante para la marea”) con Birri (“Como lunático que eres, algo debes saber”).
El hombre de 91 años es uno de los personajes más importantes de la historia del cine, así nomás. Repasar su vida es lo mismo que revisar la historia del arte. En este caso, se usa un recurso a modo de diálogo imaginario entre Birri y George Mélies acerca de los sueños, con ilustraciones hechas en retroproyección. El cine como captor de los sueños y la pregunta por aquellos que todavía no soñamos organizan este viaje a través de utopías que llegaron a ser.