María Carman es antropóloga, novelista, investigadora del Conicet, docente y coordinadora del grupo de investigación Antropología, Ciudad y Naturaleza del Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. El pasado 6 de septiembre estuvo en el cierre del Seminario “Derechos de la naturaleza: perspectivas transatlánticas y transdisciplinares”, realizado en el marco de la Cátedra Abierta de Estudios Latinoamericanos José Martí, del que participaron disertantes de la Universidad de Münich, de la Asociación Civil Capibara e investigadores de la UNL-Conicet. La charla final, titulada “El caballo es mi pariente. Los movimientos en contra de la tracción a sangre en Argentina”, se basó en una serie de reflexiones de Carman sobre el derecho animal en Argentina, desde una perspectiva crítica que se esfuerza por advertir las trampas que pueden asociarse al discurso por el reconocimiento de los derechos de los animales.
En un mano a mano con Pausa, la investigadora afirmó que “en mi libro anterior trabajé sobre los argumentos ambientales que esgrimía el poder local, en este caso el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, para expulsar a los habitantes de dos villas ribereñas. Había una mirada hegemónica de que, por ejemplo, estos habitantes impedían la libre circulación de las especies animales, comían animales protegidos, etcétera. Entonces el ejercicio era expropiar la agencia de la condición humana para ejercer una violencia sobre ellos. Allí hacía un contrapunto con los argumentos ambientales que esgrimían los desarrolladores inmobiliarios para ofrecer las bondades de las organizaciones privadas, cuáles eran en cada caso la representación respecto de la naturaleza”.
En su último libro, Lo animal y lo humano –que será publicado en 2017–, María Carman trabajó con dos grandes procesos: por un lado la relocalización de las villas de la cuenca Matanza-Riachuelo tras la orden de la Corte Suprema de trasladar a los habitantes que viven a menos de 35 metros del río contaminado; y por otro lado en cuáles son las imputaciones de dignidad a animales y a humanos por parte de movimientos proteccionistas, en particular los movimientos en contra de la tracción a sangre. La hipótesis del trabajo “es que hay una disímil imputación de dignidad: o sea que en el mismo gesto en que algunos movimientos atribuyen cierta humanidad o dignidad a algunos animales, se deshumaniza a los sectores populares que se supone son victimarios de esos animales”.
Consultada sobre las decisiones que determinan dónde o no habitar, Carman las calificó de “puro presente” porque “en ningún momento hay un seguimiento de las vidas que se ven trastocadas por cuestiones políticas. Son casos equiparables a los desalojos violentos, como cuando el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires expulsa a los sin techo de madrugada, sin ningún respaldo visual, y es como si esa expulsión realmente no estuviese sucediendo. El fundamento implícito de estas políticas en muchos casos tiene que ver con no considerarlos ciudadanos de primera, que no son tan conciudadanos como nosotros. Son tratados como residuos extemporáneos de una naturaleza humana, como si no fuesen nuestros contemporáneos, como si no estuviesen realmente allí”.
—¿Qué pueden hacer los gobiernos para mejorar la situación?
—Habría que generar situaciones de interlocución más dialógicas donde haya una verdadera apertura ontológica al otro, donde se pueda trabajar en asambleas, reuniones con los propios sectores involucrados, viendo cuál es el presente y el futuro que se imaginan para ellos; y cómo poder diseñar en conjunto otro tipo de políticas para que sean realmente consensuadas y no un simulacro de consenso. Claramente la incautación del caballo como única medida no va a ser la solución porque en muchos casos no se logra ver que detrás de ese caballo hay familias que completan su circuito de reproducción con esa herramienta de trabajo.
Las narrativas ambientales
Sobre su trabajo con movimientos en contra de la tracción a sangre en la región metropolitana de Buenos Aires, María Carman señaló: “La pregunta que orienta este trabajo es qué colectivos y con qué atributos se incluyen en una comunidad moral y qué otros colectivos dejamos afuera, es decir cuáles son los procesos de producción, circulación y consumo de las representaciones dominantes sobre un hombre que sería más cercano a lo bestial, en este caso el carrero, cuyo accionar debe ser corregido, y cuáles serían las representaciones dominantes de un animal más bien cercano a lo humano cuyo ser en sí ameritaría el cuidado”.
“Uno de los supuestos es que la retórica dominante de estos proequinos pendula entre la exaltación del caballo, el desvelo por su salud y libertad y la abierta condena de sus victimarios. Mi interés apunta a explicar cómo operan, cómo se transforman los sistemas de clasificación hegemónicos, cuáles son los modos en que se delimitan las fronteras y las moralidades entre lo animal y lo humano, y los distintos conflictos de nuestras sociedades. Creo que los defensores de los equinos instauran un muy sofisticado sistema de jerarquía respecto de los animales y de los humanos merecedores o no de atención moral”, agregó.
[quote_box_right]"Hay una disímil imputación de dignidad: o sea que en el mismo gesto en que algunos movimientos atribuyen cierta humanidad o dignidad a algunos animales, se deshumaniza a los sectores populares que se supone son victimarios de esos animales".[/quote_box_right]Más adelante, la antropóloga focalizó en las características del activismo verde y en por qué “la identificación de los proteccionistas resulta más sencilla con aquellas especies que resultan próximas a sus experiencias; las luchas ambientalistas de la clase media pueden sintonizar o no con los padecimientos de los sectores populares. Y básicamente si para las clases medias el medio ambiente es concebido como un estilo de vida que va a incluir prácticas más o menos mercantilizadas, en cambio para las clases populares el medio ambiente se lleva debajo de la piel, sea por falta de agua potable, su proximidad a un cementerio de autos contaminado, un polo petroquímico, un basural, etc”.
La civilización y sus enemigos
Durante su presentación, la antropóloga explicó que en su último trabajo muestra cómo “el lenguaje de la civilización y la barbarie nutrió históricamente del debate contra el maltrato animal en Argentina. Su foco está puesto en aquellos animales humanos y no humanos que son identificados como sintientes, y los animales que no cuenten con un sistema nervioso central ni con una interioridad semejante a la nuestra quedan fuera de esta nueva comunidad moral que se teje”.
“Estos movimientos identifican un adversario común que proviene de sectores populares. Los carreros son vistos como un cuerpo obsceno en el espacio público, como un sobrepeso para el caballo e incluso como un estorbo visual que ofende a los ojos. La tracción a sangre es descripta como una práctica inhumana que remite a etapas superadas de la historia de la humanidad. Y en esa retórica emocional de los movimientos en contra de la tracción a sangre, los carreros son vistos como aquellos que provocan un sufrimiento a la persona que ellos defienden, que es el caballo. Así, los carreros se cargan con la peor combinación posible, que es vivir de los desechos y usar el animal noble para un propósito ruin. La interioridad de esos carreros nunca es tematizada, como si fuese estructuralmente deficitaria o sólo se pudiera expresar en prácticas de sacrificio o de sumisión a otros seres vivientes”, reflexionó María Carman.
En ese sentido, recogió el testimonio de la fundadora de un grupo proteccionista: “Me decía que se formó ‘una subespecie, gente sin cultura, sin sensibilidad’. Y fíjense la paradoja de la proclamación de una ética común a todas las especies y la alusión a los pobres como una subespecie, como si hubiera un carácter antojadizo en su condición de humanidad, como si a veces fueran humanos y a veces bestias. Los carreros impugnan estas atribuciones de identidad y a contrapelo de esos lejanos santuarios o refugios –donde terminan los animales ‘rescatados’–, suelen edificar espacios ad hoc para sus caballos en las proximidades de su hábitat. Los habitantes de villas ribereñas relocalizados mudaron sus caballos a terrenos lindantes a esos nuevos espacios habitacionales y se sienten impugnados moralmente por sus vecinos no carreros. En el marco de esas tensiones, los carreros definen al caballo como un instrumento indispensable para su trabajo y toman distancia de aquellos que no ejercen el oficio responsablemente, se van desmarcando a su modo de lo que objetan en ellos los demás, que es ese supuesto maltrato al animal. Y cuando fueron consultados acerca de la posibilidad de reemplazar el caballo por un carro eléctrico, rechazaron la idea porque al igual que muchos proteccionistas que denuestan su modo de supervivencia, algunos describían al caballo como parte de su familia”, continuó María Carman.
“Una identificación en apariencia similar entre proteccionistas y carreros que se sintetizan en esta idea de pensar el caballo como un pariente o un amigo, se articula con muy distintos modos de relación. Los proteccionistas buscan rescatar a los equinos, los carreros los usan para trabajar: un modo de identificación, en este caso similar, no está definiendo a priori un modo de relación, que puede ser de protección o de depredación. Yo decía que en este conflicto, esa práctica que es apreciada como ilegal o destructiva del espacio urbano que se deduce de una supuesta ausencia de cultura por parte de los carreros, nos remite a una concepción evolucionista de los sectores más desfavorecidos. Esa concepción evolucionista de la cultura, si bien fue superada, permanece muy arraigada en el sentido común y es la que termina operando como el fundamento implícito de muchísimas políticas. Ubicados en esos últimos eslabones de una escala de dignidad, esa capacidad de simbolizar y de producir cultura de estos sectores populares es permanentemente puesta en duda”, concluyó.