La mañana de Azucena

Debí darme cuenta de que esa forma de subir la escalera no podía ser de otra persona. Quizá tenía tiempo de tirarme por el balcón, no hubiera sido la primera vez que sobrevivía a un salto del primer piso. Ahora estoy segura de que es Montero el que toca la puerta, y de que se va a quedar ahí, el tiempo que haga falta. Especialmente después de que escuchó la caída de la taza que mi cuerpo empujó, en movimiento de marioneta y sin registrarlo, durante el sobresalto.

Profesor de música, de dibujo y de tecnología, árbitro de fútbol, pastor evangelista, cazafantasmas, actor porno, cantante de tango, cocinero y activista; son sólo algunos de los oficios que practicó o dice que practicó Montero, entre muchas otras cosas que dice. No sé a qué se dedicará ahora y preferiría haber saltado por el balcón y no tener que saberlo, tengo puesta una remera, calza y zapatillas, si no me doblaba el tobillo en el salto, podía aprovechar y salir a correr. Hasta podría haber tomado el té en silencio, elongar y después saltar por el balcón, con la botellita de agua y todo.

La palabra desagradable, sólo expresa un aspecto de la experiencia de estar cerca de Montero. Un conocido en común que nadie o casi nadie creía loco hasta entonces, comenzó a denunciar que Montero era un extraterrestre, cosa que cierta vez, Montero mismo me confesó, entre tantas otras cosas. Hablaba de una invasión que iba a evitar la rebelión de las máquinas y que Internet era una trampa.

Casi puedo sentir su olor pestilente del otro lado, adivino su pelo graso, su respiración sonora y su constante chasquido. Doy un par de vueltas sin sentido por el departamento, salgo al balcón y miro la calle, cualquier lugar del resto del universo resulta apetecible en este instante.

Vuelve a golpear pero ahora pronuncia mi nombre, abro la puerta con la escoba en la mano y sigo con lo mío, como si nada. “Maté a mi vieja”, por fin, dice Montero como extenuado y sorprendido, mientas atraviesa la puerta, en dirección precisa al sillón donde se desploma. Yo me doy cuenta de que Montero por primera vez encaja en su cara, en su gesto, en su expresión. Es decir, siempre tuvo cara de alguien que acaba de matar a su madre.

“¿Y cómo te fue?” le pregunto, mientras veo que la hoja del diario con la que envuelvo los restos de la taza es la que tiene las caras de los muertos.

 

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