El documental Audaz se eleva y el presente del sexo audiovisual.
Acomodado en la cama, el vago espera a que termine la descarga. En el video, el pelo de una chica rubia parece blanco por el flash, la única luz en la pieza además del televisor prendido por atrás. A la hora que todos salen a comer, ella se queda en su oficina, cierra las persianas, googlea Erika Lust. Tan explícito como Bangbros pero con otro cuidado artístico en el que, como no suele pasar, el goce no se para solo desde la perspectiva masculina. Además de hechos cotidianos verdaderos, estas oraciones podrían haber tomado parte en la sección de Relatos en Poringa! o ser la descripción textual de un video de los cientos que se suben a este mismo blog por día. El sexo parece haber restituido su libertad como discurso que se nombra sin el pudor restrictivo que le fue impuesto, dice Michel Foucault en su Historia de la sexualidad, por las antiguas instituciones educativas desde el siglo XVII. Por la Iglesia, para ganar en precisión, inquiriendo todo tipo de intimidades desde los sermones hasta las confesiones.
Algunas de estas cuestiones pueden reponerse en Audaz se eleva, el documental codirigido por Lisandro Leiva y Mariano Torres que se proyectó el viernes 14 en el Cine América, en el contexto de la 16º edición de Santa Fe Muestra de Cine Independiente. La película se vale de algunos ejemplos de representaciones explícitas de sexo entre pinturas y esculturas de varios siglos atrás para proponer el desarrollo de un mito no muy difundido: la primera película porno (El Sartorio/El Sátiro, de entre 1907 y 1912) podría haber sido argentina. Como los mitos no son ni falsos ni ciertos, la verificación no pasa a mayores. De cualquier manera, la película existe aunque no se pueda rastrear su origen y da cuenta de que el género tiene casi la edad del cine mismo.
Aunque nunca representaron un beneficio económico, político y ni siquiera de prestigio para los propios hacedores, las películas que muestran gente cogiendo nunca dejaron de hacerse y sobrevivieron a dictaduras, deslegitimación social, censuras y trabas de todo tipo y por todo el planeta. Victor Maytland, alter ego de Roberto Sena, es palabra mayor en el porno argentino: después de ser compañero de Pino Solanas y Octavio Getino en el Grupo Cine Liberación, de producir Feliz Domingo y Calabromas, dirigió más de 130 largos porno desde 1989 hasta 2007. Algunas de sus más películas reconocidas son Las tortugas mutantes pinjas (1989), Los pornosinson (1992) y Los pinjapiedras (1991).
Divulgadores de cine, curadores de arte, sexólogas, antropólogos, actrices y actores se pueden agregar al caldo y todavía no va a alcanzar para agotar las vetas de cómo el porno fue mudándose desde las salas clandestinas, pasando por éxitos inesperados como Garganta profunda (de 1972, se hizo con 47 mil dólares y ganó más de 50 millones) que se proyectó hasta en cadenas de salas comerciales, hasta la aparición del VHS (que habilitó la posibilidad del porno casero) hasta la explosión de Internet.
A causa de esta historia de represión de la libido, es difícil no encontrar prejuicios en el momento de explorar nuestra sexualidad, y mucho más complicado es exponer todo eso en una charla en el colectivo o con la del almacén mientras te corta el fiambre.
Por teléfono cambia
A todo esto, parece que el pudor se torna endeble apenas a un celular de distancia. Los grupos de Whatsapp se volvieron un canal para la viralización de videos porno, sobre todo amateurs: según un estudio publicado por el Observatorio de Internet en la Argentina, un 67% de los consultados dice acceder a este tipo de contenidos desde su celular, en compañía de un 69% que también lo hace desde la computadora. Además, en la web el porno lidera las tendencias de búsqueda por lejos: desde enero de 2004 a esta parte solamente cinco veces no fue lo más buscado del día, atrás de Macri dos veces, Maradona, el levantamiento del cepo y Pókemon Go.
En sintonía con esto, pululan los sitios que se proveen en su mayor porcentaje, cuando no exclusivamente, en el material que los mismos usuarios van subiendo: sean packs de fotos o videos (directamente desde el smartphone) en el baño, en su pieza o en la de un telo, a cara limpia o a veces con antifaces o lentes de sol; narraciones escritas en las que la cuarentona de al lado cumple la fantasía de su vecinito; parejas, de todas las posibles, hacen de pornstars espiando de reojo si la webcam los está enfocando bien, todo gratis.
Se van perdiendo cada vez más los contenidos industriales que muestran cuerpos desproporcionados, inflados con siliconas, para que ganen más volumen los caseros, o los que incluyen actores y actrices XL, trans, heteros, bi, mayores, de todas las formas y colores. Erika Lust, por caso, propone films con una perspectiva que desarrolla toda una estética y apuesta por escenificar verdaderas escenas en las que el placer no es fingido. Lo que se tuerce es el matiz heteronormativo, calificación que, según Michael Werner es el “conjunto de las relaciones de poder por medio del cual la sexualidad se normaliza y se reglamenta en nuestra cultura y las relaciones heterosexuales idealizadas se institucionalizan y se equiparan con lo que significa ser humano”.
Después de unos siglos adentro de una olla a presión, la opinión pública ya no puede contener en los márgenes a lo sexual. Los movimientos feministas y los colectivos que militan la cuestión de género en términos de diversidad contribuyen con fuerza a que la sexualidad salga de la zona de los tabúes y gane su peso específico en los noticieros, en la mesa, en las escuelas y las universidades.