Según Nacho, uno de mis grandes amigos y el otro amigo que tiene Barba, tener un gato significa no volver a cagar solo nunca más. Bueno, yo hay cosas que en el baño hago con la puerta cerrada… pero sí puedo asegurar que, al menos, es no volver a salir de la ducha y secarse solo ni una vez más en tu vida.
No sé qué fascinación tiene mi gata, que se llama Lorraine, o “Gato” (como ha sido bautizada íntimamente por su mejor amiga) por hacerme asustar cada vez que corro la cortina de la ducha, y la encuentro mirándome sentada con la cabeza para un costado y cabeceando como si convulsionara a lo Linda Blair en El Exorcista. Pero sé que desde que la adopté hasta espero dentro de mucho, padeceré su vigilancia epistemológica cada vez que me bañe. Ya Toronja, la primera gata con la que conviví en su casa durante 15 años, de adulta, incluso, se me metía en la ducha a tomar agua… y yo no hacía más que lo que ella me permitía hacer: dejarla hacer lo que se le cantara… y yo lo disfrutaba obedeciendo.
¿Qué quiero decir con esto? Que tener un gato en la casa es dejar de hacer solo casi todo, ¡y está buenísimo! Tanto así que me han dicho que “desde que tenés a Gato sos más gracioso”. Duerme en la cama (o sea, se depatarra en el medio de la cama y “vos arreglátelas con ese pedacito que te queda ahí si no querés dormir conmigo encima”), cocina con vos (o sea, te maúlla para que le des lo que sea que estés cocinando), come con vos (o sea, se las rebusca para subir a la mesa y rodeos de disimulo mediante se las arregla para meter el hocico en el plato), se despierta con vos (sí, eso… empieza a moverse en la cama y cuando abrís los ojos la tenés sentada en pose “no sé qué esperás para darme el desayuno; levantate holgazán”), estudia con vos (Toronja se sentaba arriba de mis apuntes y libros y me daba culpa sacarla así que así me fue en la facultad también y terminé escribiendo boludeces acá, ven), miran películas con vos y no hablan ni hacen conjeturas anticipatorias ni se asustan y te hacen cagar en las patas si ves una de terror. No babean, no tienen feo olor, no te quieren violar la pierna y no te dejan cubrecama sana o pantalón sin arañar.
Hay un temita con los pelos y las uñas. A mí Toronja me sacó el revoque fino de la pared de mi departamento… y Lorraine no me dejó pantalón hippie, cubrecama y papel de cocina sanos. Tema arañazos. Vos los estás acariciando, te confiás del ronroneo y de golpe tenés cuatro colmillos y 16 uñas (acabo de descubrir que Gato ronca… una vez relinchó, así que ya no me extraña nada) tatuadas temporalmente en tu antebrazo y mano. Respecto a los pelos, voy a replicar el consejo que me dio la chica del lavadero: adoptá un gato negro y listo. Si sos supersticioso, entonces bancate la pelusa (literalmente). Ya fue gente… son pelos, no ántrax…
Lo que sí es cierto es lo de la curiosidad (que a veces se convierte en una actitud un poco voyeur, pero, ¿quién no lo es? Ah, ¿no es normal? Ups). Chusmean todo, o sea, se entretienen con todo a un bajo costo. Ejemplo: el juguete favorito de Gato es una caja de manzanas que le traje de la verdulería y que, según ella, es su “Cubil Felino”, porque se cree un Thundercat.
También he escuchado que “los gatos son independientes y no tienen dueño”… bueno, si no leyeron lo que dije más arriba sobre que están todo el día encima tuyo y haciendo lo que vos hacés, no es culpa de los gatos (¿o dónde se imaginan que está ahora Gato mientras yo escribo la columna?)… y créanme que tanto Toronja como Lorraine saben muy bien cómo no darle pelota a su dueño. De todos modos, yo siempre preferí decir que no soy ni el dueño de ellas, ni ellas son mis mascotas: son mis amigas; y no fui yo quien las adoptó a ellas, sino al revés. Sí, en el barrio me conocen como “el loco de los gatos”… y la cosa no mejora gente, no mejora. De acá a unos años voy a ser “el viejo de los gorriones”, ya lo sé.
“Pero un día se mueren y uno sufre”. Y sí. Se te rompe el celular y sufrís, ¿no vas a sufrir porque se murió alguien que vivió con vos 15 años y está al lado tuyo hasta cuando, según Nacho, te sentás en el inodoro? Y si el que dice eso no sabe transformar el dolor en un bello recuerdo, acá no le vamos a resolver el problema. Pero quiero que sepa que si por ello no se permite ser adoptado por un gato, se va a perder de reírse mucho, de tener un perfecto motivo para quejarse cuando se tuerza el tobillo por esquivarlo cuando, sin saber cómo, se le aparezca por entre las patas y usted haga acrobacias para no pisarlo, del riquísimo sabor que tienen los ravioles cuando se cocinan con un “miau” al lado, y, fundamentalmente, de todo el amor y agradecimiento que se reflejan en sus ojos, hasta el instante mismo en que se les apaga la vida como nos va a pasar a todos algún día.