La música para el encuentro y la pasión está en Sargento Cabral y se llama Villa Dora.
Barrio Sargento Cabral los domingos a la noche condensa un movimiento de autos, motos y peregrinos que llegan hasta ahí a renovar una de las celebraciones más icónicas de la ciudad: desde su fundación -el 29 de junio de 1938-, el Club Atlético Villa Dora hace bailes con los que se banca el vóley, el patín artístico, y el taekwondo, entre otros tantos deportes que se pueden practicar. El género que gana es la cumbia. El público, históricamente popular, ahora está en pleno mestizaje.
Apretado entre la avenida General Paz y las vías del Ferrocarril Belgrano, sobre Ruperto Godoy al 1200, el club abre hasta en esas horas en las que la semana parece que ya está agotada. Las casas vecinas, petrificadas, seguramente por efecto del encanto del pizarrón verde, la marquesina más importante de la cumbia en Santa Fe que dice que esta noche toca Juanjo y su banda.
A las once de la noche casi nunca hay mucha gente sacando entradas. Se agotan temprano si al otro día hay feriado y baile largo (sino, a las cuatro ya salieron todos). El colectivo con los equipos de la banda llega al rato y el showroom de motos que se van acomodando en la calle, al filo del cordón sur, ya tiene forma. Muchas motos más pasan por la puerta pero no para quedarse, nomas para “ver cómo está”, muchos vienen o van al faro.
Hay una idea sociológica acerca de que el sujeto construye su identidad interiorizando valores y sentidos para saber encajar. Así, se refugiaría en estructuras que le ofrece un ámbito público en el que desarrollarse y relacionarse. La complejidad de esto tiene raíz en que parece ser una simplificación bastante grosera, lo es. Así y todo, este espacio tiene sus dinámicas y la mayoría se maneja dúctil, con habilidad, pero también hay una minoría que no y eso contrasta.
"A los bordes se reservan los menos entusiasmados con el baile, que se activa con más ánimo cuando empieza un tributo de Uriel Lozano a Leo Mattioli".
Desde hace algún tiempo, muchas más personas de clases sociales más pudientes perdieron el prejuicio a lo que el ambiente representa para el imaginario de estos nuevos cumbieros. Dice el antropólogo Pablo Semán, autor de Cumbia. Nación, etnia y género en América Latina: “Por un lado, se le asigna a la cumbia una carga negativa, al identificarla como música de mala calidad, para gente de mala calidad, que genera consecuencias sociales desastrosas. Es una música de negros. Pero desde otro aspecto, lo negro también puede ser reivindicado como un valor positivo, exaltando los ámbitos de goce de los pibes que hacen cumbia villera. En definitiva, lo que debemos tener en claro es que la música es parte de la trama de producción y conjugación de los sujetos sociales.”
Cinco policías varones y dos mujeres para cachear. Si encuentran porro o merca, llevan al portador a un cuarto lindante, lo hacen desnudar, le preguntan con quién fue, para buscarlos y volver a cachearlos. Al que le encontraron algo, lo sacan, sin reintegro de entrada. Si no encuentran nada, después de la inspección de billeteras y monederos un último oficial pasa un detector de metales por la suela de los calzados: “Levantá un pie… ahora el otro”. Los movimientos requeridos conforman una maniobra que no resulta automática, los menos tímidos se apoyan en el hombro del oficial.
Después del circuito de controles, el salón: se entra por una de las puntas, a la derecha una escalera al guardarropa, debajo, en dos ventanillas tipo boletería de cancha se comercian los tickets para la bebida. Al costado mismo, como una mandíbula rectangular se abre la barra que hasta hace poco servía en botellas de plástico cortadas y ahora está llena de vasos color flúor con el escudo del club apoyado en el slogan: El clásico de los domingos. El primer trago sale 10 pesos más, que es el seguro a cobrar por los vasos y se representa con una ficha de lata con la grabación “VD”.
En la pared enfrentada a la barra están los baños, a unos cuantos metros. Por lo menos el de varones, es muy parecido al de una tribuna popular, pero la canaleta tiene un sedimento de bolitas de naftalina verdes, azules, rosadas y moradas. En la esquina restante, otra barra, enrejada. El que cobra entradas, el que las recibe y hasta los que preparan las bebidas están todos con las chombas del club, blancas y celestes. Arriba de esta barra del fondo, está la cabina del Bocha, el DJ que perdió a su viejo el mismo domingo pero fue igual a poner música, como desde hace 25 años.
La pista es un cuadrilátero grandísimo que llegando a la una de la mañana ya está casi lleno. A los bordes se reservan los menos entusiasmados con el baile, que se activa con más ánimo cuando empieza un tributo de Uriel Lozano a Leo Mattioli, a quien sucedió como cantante de Grupo Trinidad en el año 2000.
"Difícilmente la electrónica, el reggaetón, el pop y el rock incluidos se cobren un valor afectivo tan potente como la cumbia, por lo menos en Santa Fe".
El recuerdo de Leo cala hondo en el sentimiento del gustoso de la cumbia y eso es algo que aflora con la circunstancia de un ídolo fallecido, pero que subyace todo el tiempo, canción a canción. A grandes rasgos, la relación que el público de Villa tiene con la cumbia es diametralmente opuesta a la que tienen, por ejemplo, los que asisten a los complejos de Island o Kwam. Nótese que hasta la concepción de los espacios es distinta: club/complejo.
Difícilmente la electrónica, el reggaetón, el pop y el rock incluidos se cobren un valor afectivo tan potente como la cumbia, por lo menos en Santa Fe. Los cumpleaños y fiestas en general suenan a acordeón, guitarra y timbaleta y la amplia mayoría de la gente que ya está bailando una de Grupo Alegría con Coty no lo puede disimular. Estas canciones reviven momentos de su vida. Y más que eso: reviven los momentos felices de su vida. Ese afecto da pie a un clima de intimidad que, sumado a lo que se toma (la cerveza es más barata que en cualquier bar, también hay ginebra, vino azul…), prepara los cuerpos para la búsqueda de una pareja para cortejar. Para eso, hay una situación de entrada ineludible, casi que obvia, capaz que no tanto como excluyente pero que abre una grieta, porque si no se sabe bailar, vincularse va a costar más. Al pasar, uno hasta dice: “esos dos deben ser de Rincón, mirá cómo dan la vuelta”.
Las distintas clases no solamente se encuentran ahora en Villa, sino que también delegan en la cumbia la tarea de romper el hielo, se animan a esa intimidad pública. Se guardan el último rato de la semana para cerrar la grieta.