Para aumentar la retención de los alumnos, analizan el nuevo perfil de los universitarios.
La deserción estudiantil constituye una problemática recurrente para las universidades argentinas. Según un informe del Centro de Estudios de Educación Argentina de Córdoba, que analizó la evolución de la matrícula y la graduación entre el 2003 y el 2012, tres de cada diez estudiantes terminaron sus carreras. Por eso se ha vuelto un desafío institucional conocer las posibles causas económicas, culturales y educativas que influyen en los estudiantes para dejar sus estudios.
Por caso, la Universidad Nacional de Litoral publicó recientemente un estudio que realizó durante la serie temporal 2010-2014 para obtener diferentes datos de los aspirantes al ingreso: el origen social, sus trayectorias educativas, las características y las lógicas de las instituciones formadoras. Lo novedoso del estudio es que sigue a los jóvenes desde el último año de la escuela secundaria hasta el primer año de la universidad, en cada uno de los eventos administrativos y académicos, bajo el supuesto de que en este breve periodo de tiempo se condensan múltiples decisiones individuales, familiares y desafíos institucionales.
Lejos de lo normativo
El estudiante típico-ideal que las universidades están diseñadas para recibir presenta dos características: tienen 18-19 años y terminó la escuela media el año anterior a su ingreso. Este ideal normativo presupone trayectorias educativas lineales, estables y consecutivas entre los distintos niveles educativos, donde la formación universitaria era una instancia previa para insertarse en el mundo laboral. Pero los jóvenes que habitan sociedades contemporáneas no están tan seguros de eso.
Actualmente casi siete de cada diez ingresantes cumple con ese ideal normativo. Y el promedio de edad de los aspirantes al ingreso es de más de 21 años. En las aulas se encuentran cada vez más alumnos de otro perfil: no sólo los que retrasaron su ingreso a la universidad y tienen entre 20-25 años, sino también los de 50 o 60 años que tienen una segunda chance para estudiar.
En cuanto a los promedios de edad, las carreras de derecho, ciencias sociales y humanísticas y las disciplinas artísticas son las que atraen en mayor medida a ingresantes de edades más avanzadas. En cambio, arquitectura, diseño y las carreras de las ciencias agrarias y veterinarias muestran un promedio de edad más cercano a la edad normativa de ingreso a la educación superior (19 años).
Al respecto, la docente la UNL Virginia Trevignani, plantea: “hace 50 años estaba establecido que la educación se componía por niveles que eran seguidos unos de otros. Si un joven tenía planeado ser un profesional, estudiar una carrera universitaria luego de la escuela media era una instancia consecutiva que no se posponía por otro tipo de actividades”.
Barreras invisibles
La creciente tendencia de participación de mujeres en el ingreso a la educación superior es una constante en la serie temporal, superando el 50% en todos los grupos y años analizados. Es más, a medida que avanzan las carreras, aumenta el porcentaje de mujeres: el desaliento o abandono temprano es un fenómeno que afecta más a los varones.
Si bien en todas las etapas de la trayectoria educativa indagada se observa mayor presencia femenina respecto a la masculina, esta tendencia varía según la carrera elegida. Mientras que las carreras agrupadas en ciencias de la salud, las humanísticas y las sociales muestran un mayor índice de feminización, carreras ligadas a las ciencias aplicadas (ingenierías) y las artísticas, tienen una mayor participación masculina. Según el informe: “eso pareciera mostrar que hay profesiones y oficios que siguen funcionando en el imaginario social como ámbitos masculinos y que estas representaciones moldean las expectativas de los aspirantes universitarios. El avance de la participación de las mujeres en el acceso a la educación superior pareciera encontrar barreras invisibles que no han sido franqueadas aún”.
El esfuerzo de los migrantes
La UNL sigue conservando la cobertura regional que siempre la caracterizó. Alrededor del 60% de los estudiantes no nacieron en el aglomerado urbano gran Santa Fe. Cerca del 40% de los ingresantes de 2013 y 2014 debió migrar a la ciudad para estudiar. Además, alrededor del 25% de los estudiantes se movilizan diaria o frecuentemente para cursar.
A partir de la información de los registros administrativos respecto de la localidad de donde proceden los aspirantes se puede observar que entre 2010 y 2014 los nacidos en la ciudad son el 35% y los nacidos en Paraná rondan el 13%. Según los datos, a los estudiantes migrantes les va mejor que a los locales. “Lo que a simple vista parece una desventaja termina transformándose. Esto es, como tuviste que hacer tanto esfuerzo para llegar y tu familia invierte en tus estudios, para esa persona el sentido de la experiencia universitaria es mucho más fuerte que para un estudiante local”, observa Trevignani.
Incertidumbres
Para comenzar sus estudios, los aspirantes primero deben inscribirse, luego realizar y aprobar los cursos de articulación y finalmente hacer las materias de la carrera que escogieron. Este estudio de seguimiento ha permitido identificar fenómenos emergentes.
[quote_box_right]Trevignani: "Hay profesiones y oficios que siguen funcionando en el imaginario social como ámbitos masculinos". [/quote_box_right]
Por un lado, se evidencia un abandono o desaliento temprano entre algunos aspirantes que se inscriben pero que no se presentan a las evaluaciones de los cursos de articulación. Esto muestra que, en estos casos, la deserción no se relaciona con aspectos académicos, ya que hasta entonces han tenido poco o nulo contacto con la institución. Quizás en ese momento surgen otras opciones de vida, donde los jóvenes reflexionan sobre la valoración social actual de continuar estudios superiores frente a otros cursos de vida posibles
Por otro lado, hay personas que se inscriben a más de una carrera en un mismo año académico: casi el 7% de los postulantes de las cohortes 2010-2014 se inscribió a más de una carrera. La inscripción múltiple se da con mayor frecuencia en varones que en mujeres y en aspirantes de mayor edad. Además, hay personas que cambian de carrera dos o tres años seguidos hasta optar por una o abandonar los estudios superiores.
Asimismo, casi la mitad de los ingresantes declaran haber decidido su carrera universitaria en el último año de la escuela secundaria y más del 20% manifiesta haber tomado la decisión en los últimos tres meses.
Según el informe, “estos datos permiten reflexionar sobre la elección de orientaciones en la escuela secundaria. Si más de la mitad de los alumnos que ingresa se define en el último año o en los últimos meses, la decisión de la orientación de la secundaria no está vinculada necesariamente con la carrera a seguir en la universidad. A su vez permite comprender que la elección de una carrera no siempre responde a intereses claramente definidos, sino a expectativas que están en construcción”.
Expectativas a futuro
El estudio consultaba a los ingresantes qué esperan lograr al finalizar sus estudios superiores.
Las expectativas vinculadas a la formación profesional y la referencia al “gusto personal” (estudiar y trabajar de lo que me gusta) son notorias en aquellos que se inscriben a las carreras ofrecidas por la UNL. Sin embargo, la expectativa vinculada a la inserción en el mercado laboral y la ilusión de ganar dinero van disminuyendo conforme avanza el trayecto educativo.
También son significativos otros deseos o expectativas asociados a la experiencia universitaria. Allí aparecen respuestas como “ayudar a los demás”, “ser feliz”, “ser alguien en la vida”, “emprender una empresa o negocio propio”, “viajar y conocer muchos países”.
Al respecto, Trevignani afirma: “Hoy los estudiantes tienen muy desdibujada la idea de que estudian en la universidad para después desempeñarse en esa profesión. En cierta forma, no se concibe una continuidad entre la universidad y el trabajo. Antes la universidad estaba más valorada, se la pensaba como la etapa necesaria para conseguir en el futuro cosas más valiosas o atractivas. Pero hoy los jóvenes ya no lo conciben de ese modo. Es como si ir a la universidad ya no tuviera relación alguna con un perfil profesional, como que no se concibe que allí voy a aprender un oficio del cual luego voy a trabajar. Obviamente que esto varía según las carreras: por ejemplo, en las ingenierías todavía se relaciona el mundo universitario con el del trabajo, pero en carreras donde el perfil laboral está más desdibujado eso se complica”.