No sé, fue como un cortocircuito y empecé a manotear el aire y a escuchar las clavas pegando en el asfalto, la última me dio en el mate. Me quedé inmóvil, la gente de los autos aplaudía, me tiraron plata a la calle, porque yo seguía inmóvil. Recién como a los tres semáforos junté la moneda y las clavas, la gente no entendía nada, yo menos.
Tres clavas están en el aire, girando, una parece detenerse por un segundo en el punto más alto de su órbita, a su lado otra está bajando y, a su otro lado, otra sube, la cuarta está a punto de ser lanzada pero esto último no sucede, o sí, pero no de la manera esperada, sino de una forma en que más bien parece que se cae, de hecho es lo que inmediatamente sucede, y casi al mismo tiempo también cae la que estaba bajando y tras ella la que estaba más arriba; la que estaba subiendo, no está claro si por un movimiento del cuerpo o porque algo se rompió en el aire, impacta en la cabeza incrédula del malabarista. Los obligados espectadores, dentro de sus vehículos, interpretan el accidente o lo que sea que haya sucedido como un chiste, un acto cómico o una intervención de clown, dependiendo de la edad y del nivel sociocultural de cada uno. El malabarista se queda como paralizado con gesto de consternación. El malabarista se llama Roberto Gamarra pero todos lo conocen como el Flaco.
No hay un solo día en que no me acuerde de esa mañana. Trato de reconstruir todos los detalles que puedo para entender qué pasó, casi diez años hice semáforos; nunca más pude tirar una clava. Ahora que lo digo, por ejemplo, una de las cosas fue que el semáforo estaba en cualquiera, no cortaba, cambiaba los tiempos, como poseído. El aire en un momento se puso raro también, como si la realidad se tildara, como un parpadeo. Tuve un escalofrío, creo. Entre las monedas y billetes que dejaron había una estampita de San Jorge, todavía la tengo y nunca sé si guardarla o tirarla a la mierda.
El semáforo, efectivamente, se descompuso ese mediodía, las condiciones climáticas, en cambio, se presentaban normales, incluso agradables: cielo despejado, 21 grados de temperatura, humedad 52% y presión atmosférica 1020 hectopascales (como casi siempre). El narrador se inclina por pensar que se trata de un síntoma psicosomático, por demás de común en el ámbito del psicoanálisis. Sin embargo, considera pertinente agregar que, cuando los autos pasaron, lentos, junto al Flaco que miraba el asfalto sin ninguna reacción, desde el asiento de atrás de una camioneta blanca, una nena le disparó con su dedo dos veces por la espalda, como si lo rematara. Acto seguido se llevó el dedo a la altura de la boca y, como si estuviera humeante, lo sopló fuerte y sonrió. La nena era albina, es preciso decirlo.