Ante un suceso de tamaña magnitud como el ocurrido este fin de semana, los argentinos, sin distinción de sexo, edad, clase social o religión, nos convertimos automáticamente en el mejor comentarista de cualquier cosa. Y no, no estoy hablando de la final de la Copa Davis: estoy hablando de la muerte del Comandante Fidel Castro.
Todo se vuelve opinable y, paradójicamente, todos somos los dueños de la verdad, aunque cinco minutos o dos días antes hayamos dicho exactamente lo contrario con la misma seriedad y pretensión de imponernos sobre la verdadera verdad del otro que, quizás, cinco minutos o dos días antes, también había afirmado su verdad opuesta. Y esto cuenta para temas superficiales o profundos que, gracias a la vocación innata que tenemos de hablar de todo sin saber nada, terminamos convirtiéndolos siempre en algo liviano. Y si no me creen, explíquenme entonces cómo es posible que hace ya seis años que escribo una columna en un periódico serio y prestigioso… y también escriba en el Pausa.
Gracias a una interpretación naif y para principiantes del democrático derecho a la libre expresión, todos nos creemos, justamente, con la libertad de opinar lo que se nos cante. Por más que lo que se nos cante sea falso, antidemocrático o no se sostenga en ninguna clase de argumentos racionales o válidos. Todo vale, si total “es mi opinión y vos me la tenés que respetar como yo respeto la tuya”. Amigo, nunca jamás voy a respetar tu opinión si no la defendés con fundamentos; o si es discriminatoria o atenta contra los derechos humanos o denigra la integridad de una persona. ¿Sabés por qué? Porque eso no es ejercer el derecho a libre expresión: eso es ser un tipo que desprecia la libertad, los derechos y la humanidad.
Otra de las características del opinólogo argentino es el extremismo. Por caso, tal como vi en el programa político por excelencia de la televisión argentina, Intratables (¿tengo que aclararles que es sarcasmo?), el panel de excelsas autoridades en todo (sarcasmo), se debatía entre “Fidel Sí / Fidel No”, mientras un impresentable (creo que este adjetivo le cuadraría mejor como nombre al show) Paulo Vilouta, oficiaba de moderador. Bajo esa consigna, yo me pregunto: ¿cuál es el 0800 al que hay que llamar para votar?, ¿cuál es el premio si acierto con mi voto? Y entonces, así encabezadas las posturas, comienzan los alegatos. Desde luego, este programa es la confirmación de los prejuicios de los televidentes, sea cual fuera la posición en la que se encuadren.
Y entonces, los que están del lado de “Fidel Sí” destacan que en Cuba no hay desnutrición infantil, el índice de mortalidad en niños es el más bajo de toda Latinoamérica, donde la expectativa de vida y el presupuesto destinado al sistema público de salud son notablemente mayores que en Argentina, por ejemplo, y la tasa de homicidios es sensiblemente menor a la nuestra.
“Sí, pero hay presos políticos”, responden los que adhieren al “Fidel No”. Y además dicen que no podés salir de la isla cuando quieras, que el Estado te dice qué tenés que comer (también te lo suministra), que hay pena de muerte avalada en la Constitución (la misma que acá muchos quieren imponer por decreto), que no hay libertad de expresión y que mientras el pueblo vive en la pobreza, él y sus asesores viven en la abundancia.
Así distribuidos los “argumentos”, parecería imposible ponerlos en diálogo por una cuestión central: no hay, de un lado o del otro, la intención de dialogar. ¿O acaso no conviven en cualquier país capitalista del mundo estas contradicciones y/o antagonismos también? ¿Acá no tenemos la libertad de decir lo que se nos cante, como dije recién, y al mismo tiempo una “inseguridad” galopante? ¿No tenemos la posibilidad de comprarnos un lindo celular y, al mismo tiempo, tenés que esperar cuatro meses para hacerte una tomografía en el hospital si no tenés obra social o guita para pagarte un médico? Y sí, porque nada es absoluto. Nada es exclusivamente blanco o exclusivamente negro. Bueno, sí: los alfajores Bagley. Pero estamos hablando de otra cosa.
Estamos hablando de “la grieta”. Como es imposible el diálogo, comienza en ese punto la acusación al defensor de un bando u otro. “A vos te importa más poder tener internet que los pibes se mueran de hambre, cerdo burgués”, le dice el Fidel Sí al Fidel No; mientras que este último le dice al primero “no te estoy viendo viviendo en Cuba a vos, eh comunista”.
Para culminar este desvarío, querría hacer un llamado a la paz, mediar entre estas posturas y pedirles a todos que, por favor, pensemos en Nico Del Caño y no seamos crueles: en Cuba no tendría Twitter para manifestar sus diferencias con Fidel y decirnos que todo es lo mismo. Aunque yo prefiero pensar que por suerte existió un tipo como Fidel; y que el mundo no sería el mismo sin su, ahora, eterna presencia y legado.