El sinuoso cruce de rock y política que analiza Rockpolitik.
En aulas de universidades nacionales el profesor Gustavo Lambruschini enseña que “política se le llama a la lucha de los hombres por ser libres”. Uno de sus estudiantes a cargo fue Gustavo Cortés, de Sig Ragga, que unos años después canta en los escenarios más importantes del país que “hace tanto que jugamos para otros, que los hilos no se notan”. Una cosa es teorizar y otra cosa es la práctica, como si nombrar y hacer fueran lo mismo (más allá de los declarativos y afines, claro). En un nivel más superficial de análisis de las distancias entre teoría y práctica, dos etiquetas dialogan con sus grises: la política y el rock, orden instituido y espíritu rebelde, mantienen una relación que no sólo es de hecho, sino que ya es tan seria como lo son las cosas documentadas: Rockpolitik, de Juan Ignacio Provéndola, es un libro que recuenta estos encuentros en el ámbito nacional.
Retomando la noción de realpolitik (la política basada en hechos concretos, no así en teorías) el periodista de Página/12, Rolling Stone, La Nación Deportes y Radio Nacional pretende no ir valorando los hechos reseñados. El primer acercamiento entre rock y política presentado es el Festival del Triunfo Peronista con un line up encabezado por Aquelarre, Pappo’s Blues, Pescado Rabioso, Sui Generis, así como por Billy Bond y La Pesada que fueron los únicos que llegaron a tocar antes de la suspensión por lluvia. Ese 31 de marzo, antes de subir al escenario montado en el estadio de Argentinos Juniors, a Billy Bond se le indicó “primero que gritara por Evita, que nunca debe ser olvidada; unos minutos después, otra persona dijo que mejor sería nombrar a Isabelita, para resaltar la figura de la actual pareja del general; y, justo antes de subir a tocar, alguien dijo que mejor sería ahorrar problemas y no hablar de política”.
Los años siguientes fueron de censura y exilio para muchos y de una resistencia para otros que, a su vez, se dividen entre “inocentes” (los que declaran no haber estado todo lo informado que se podía de lo que la dictadura escondía) y los que con mayor o menor esfuerzo maquillaban sus canciones para esquivar los filtros. El 16 de mayo de 1982, para el Festival de la Solidaridad Americana repitieron Spinetta y Charly, Porchetto, Lito Nebbia y, entre otros, León Gieco, que después reconoció el error de haber tocado en ese evento en el que la entrada era por donaciones que nunca llegarían a los combatientes de Malvinas. Amén de todas las razones y excusas esgrimidas, Los Violadores y Virus (contando con uno de los Moura desaparecido), parece que sí estaban al tanto de todo así que rechazaron participar.
La era dorada del rock argentino duró poco: la década del 80. El nuevo uso del rock ya no era el de sujeto de la persecución, sino del proselitismo: con un cartel de fondo que decía “la Juventud Radical va con vos”, tres dirigentes escucharon a Vicentico gritar desde un costado que la discográfica había aceptado su oferta para tocar en un evento radical sin consultarles y que ellos no eran radicales, además de que “no compartimos ninguna mesa con quienes votaron la Ley de Obediencia Debida”. La conferencia fue tapa de diarios y, al otro día, sí cumplieron con su show tocando en Obras el 22 de mayo de 1987.
A esta altura ya se podía hablar de “rock nacional”, porque esas palabras parece que las usaron juntas primero los milicos para aquel festival por Malvinas… “El nacionalismo es el último argumento de un canalla”, otra frase resonante del profesor Lambruschini. En 1989, Daniel Grinbank agarró la changa de armar una gira también proselitista para la campaña de Eduardo Angeloz que terminó, de nuevo, con Charly, pero esta vez en Ferro. García es un tipo cuya obra artística lo exime de cualquier declaración anecdótica o pose en fotos, como la que ilustra Rockpolitik abrazado justamente a Menem, con una mueca abierta a interpretación.
Se volvió a usar ese estadio el 10 y 11 de octubre de 1997 para el recital organizado por Madres de Plaza de Mayo por sus veinte años: las bandas ya estaban hechas por artistas de clases populares, se notaba en su discurso y en las causas que todavía hoy abrazan. Las Pelotas, Malón, La Renga entre otros el primer día, Los Piojos, Actitud María Marta, Todos Tus Muertos, el segundo.
El 30 de junio de 1999, Charly tocó en la quinta de Olivos para Menem, Zulemita e invitados. De ahí salió el disco no oficial Charly & Charly. En los años que siguieron, mezclarse con políticos era lo primero que cualquiera quería evitar, más todavía con la tragedia de Cromañón, que dio paso a la promulgación de leyes rigurosas que achicó rotundamente la cantidad de espacios aptos para tocar. No obstante, en 2005 el camino se allanó gracias a Música en el Salón Blanco, una iniciativa del gobierno de Néstor Kirchner de reconocer y promover la trayectoria de artistas argentinos como, claro, Spinetta y Charly. En cierta forma, podría decirse que se cumplió como con un ritual de institucionalización del género. Por primera vez los encuentros resignificaron su objetivo y ya no se trataba de “instrumento para acercarse a la juventud” ni de estrategia electoral, sino que sería el arranque de un tercer momento de la relación: quizás porque músicos y dirigentes ya eran cercanos generacionalmente, ideológicamente o solamente convencidos de que la convivencia sería lo mejor para ese tiempo que todavía es actualmente con los casos testigo de las simpatías de Fito Páez y la cesante Tan Biónica por Macri (a estos últimos los distinguió en 2014 como “Embajadores culturales de CABA”) y las bandas militantes del kirchnerismo como Científicos del Palo y La Mancha de Rolando.