Cuando el sábado 26 a la madrugada abrí Facebook, como quien hace zapping con la televisión, tres o cuatro “amigos” de la red social coincidían en palabras sentidas, cargadas de afectos y con el peso del recuerdo eterno de Fidel Castro. Hacía un rato que su hermano Raúl le comunicaba a los cubanos y al mundo que había fallecido el barbudo más famoso del siglo XX. Inmediatamente Donald Trump invadió mis pensamientos, la idea de digerir estos tiempos de salvajismo empresarial al sillón del poder total superaba mi bronca para meterse en la habitación de la tristeza. Nada de lo que pude soñar, nada que de lo que huela a un mundo menos desigual será posible para estos tiempos del siglo XXI. El último eslabón del siglo XX se terminaba de ir y en mi cabeza rondaba la repetitiva frase de Eduardo Galeano en su libro Fútbol a sol y sombra: “Fuentes bien informadas de Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, que iba a desplomarse en cuestión de horas”. En cada introducción a un Mundial (a partir de Chile 1962), el escritor charrúa contextualizaba el mundo en cada año mundialista, y en todos esos introitos Galeano repetía la frase de la inminente caída de Fidel. Una línea literaria para engrandecer la figura de Castro cada cuatro años de fútbol.
Fidel tuvo un vínculo con el deporte más popular del planeta en la escuela primaria, en Santiago de Cuba. “Era delantero, corría bastante. Fue en quinto grado cuando empecé‚ en el colegio Dolores, en Santiago de Cuba, en un patio de cemento, y el balón no era como los de ahora. El fútbol me ayudó a tener voluntad, a ejercer mi capacidad de resistencia física, me produjo placer, satisfacción, espíritu de lucha y competencia”, recordó Fidel en alguna nota periodística. En el secundario, cuando sus padres lo mandaron a estudiar al jesuita Colegio Belén de La Habana, se cruzó con un sacerdote catalán que le tiró las coordenadas del fútbol de los años cuarenta, le explicó el sistema piramidal que dominaba la época, con el arquero, dos defensores, tres mediocampistas y cinco delanteros. En un artículo del diario El País de España, un compañero que tuvo Castro lo recuerda “corpulento, musculoso, muy fuerte y, sobre todo, muy bravo”.
Bate en mano
Lo del líder revolucionario siempre fue el béisbol. Sobre Fidel como beisbolista se dijeron y escribieron miles de palabras, y en la obra The Baseball Timeline, de Burt Salomon, en la página 475 dice que “Alex Pompez, jefe para el Caribe de los Gigantes de Nueva York, recomendó el 7 de junio de 1950 la firma de un pitcher derecho cubano de 23 años llamado Fidel Castro”. En la página 424 da cuenta que “el súper escucha Joe Cambria, de los Senadores de Washington, recomendó en 1949 la firma del pitcher Fidel Castro”.
Los que saben de béisbol destacan que Fidel fue pitcher en el Colegio Belén entre 1940 y 1944 y en la Universidad de La Habana en 1945 y 1946, “llamando la atención de los escuchas de Grandes Ligas”.
Traidor
Hasta el Che Guevara tomó entre sus manos un bate, y se atrevieron a gritarle “¡Traidor!” en la cara. Fue Eduardo Galeano, quien ingresó al despacho del Che, lo saludó y le mostró la tapa del Granma. El argentino, sorprendido, observó su foto con un bate y le dijo que lo entendía, aceptando que un argentino no debería cambiar el fútbol por el béisbol. Guevara, que aprendió a jugar béisbol en la cárcel con Fidel Castro y en Sierra Maestra con Camilo Cienfuegos, terminó de reírse y le dijo a Galeano: “Es la primera vez que alguien me dice traidor y sigue vivo”. La anécdota se dio en los primeros años de la Revolución, durante una visita de jóvenes latinoamericanos a Cuba.
El valor del deporte
Castro creó las Escuelas de Iniciación Deportiva y, con ellos, se fundaron los Juegos Nacionales Escolares, donde los estudiantes de todas las edades comenzaron a forjar talento en las disciplinas de boxeo, béisbol, judo, ciclismo, atletismo y esgrima, entre otros.
Desde la Revolución, la proyección deportiva fue muy importante, al punto de transformar a Cuba en una potencia olímpica. Entre los Juegos Olímpicos de Roma 1960 hasta los de Rio 2016, Cuba conquistó un total de 207 medallas: 72 de oro, 65 de plata y 70 de bronce. Cuba no participó con sus atletas en los Juegos de Los Ángeles 84 y Seúl 88. La primera como obediencia al bloque comunista y la segunda para complacer a Corea del Norte.
En 1961, Castro eliminó el profesionalismo del deporte y cerró el flujo de talentosos peloteros a las Grandes Ligas de los Estados Unidos. Fue en un momento en el que Cuba era la principal fuente de jugadores extranjeros. Uno de los momentos más gloriosos del deporte cubano se produjo en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, cuando la selección caribeña de béisbol se colgó la medalla de oro al derrotar a Estados Unidos.
La importancia de la salud y la educación también es comparable a la del deporte. Sobre esta arista de la Cuba de los Castro, Fidel dejó una frase ilustrativa: “El deporte no es en nuestra patria un instrumento de la política, pero el deporte en nuestra patria sí es una consecuencia de la Revolución”.
La enciclopedia
El 28 de julio de 1987 Diego Armando Maradona se encontraba por primera vez con Fidel Castro. Cuenta el “10” en Yo soy el Diego de la gente: “Nos recibió en su propio despacho, justo frente a la Plaza de la Revolución. Yo estaba tan nervioso que no me salían las palabras... Menos mal que me acompañaba la Claudia, con Dalmita en brazos, porque era un bebé todavía, mi vieja, Fernando Signorini. Entonces nos pusimos a hablar de cualquier cosa, como por ejemplo si necesitaba un lugar para que Dalma comiera. Y yo le contesté: “No, quédese tranquilo, Comandante, que ella se autoabastece”. Claro, estaba dale que dale, con la teta. Nos entendimos enseguida, aunque algunas palabras, bueno, significaban cosas distintas para cada uno... Cuando él decía pelota, hablaba de béisbol; cuando yo decía lo mismo, hablábamos de fútbol”.
Al finalizar la charla, el Diego sintetizó con una frase maradoniana: “Yo tenía la sensación de que había estado hablando con una enciclopedia”.