El ex líder de La Cruda y actual piloto de Experimento Negro, Rodrigo González, se sentó a charlar con Pausa a días de uno de los shows más grandes que tendrá este año, aunque eso no le hace perder el foco de una situación más generalizada: “hacen falta más lugares como el Molino Marconetti, donde poder montar verdaderas propuestas de autogestión”.
Fanático de The Police, un varón de su casa que también necesita lugares públicos donde hacer arte, el Negro se siente maduro y seguro como para confesarse: “todavía no me siento cómodo con mi voz”, así como se anima a seguir descubriendo: “cuando llegamos con la banda a un pueblo nuevo, se siente un amor y un respeto únicos”.
Hartos del silencio
No pocos nombres son los que se agregan como importantes para la historia de la música de Santa Fe: Rubén Deicas y Marcos Camino, Ariel Ramírez, Horacio Guarany, Rubén Carughi y Carlos Guastavino figurarían en una supuesta enciclopedia, sin duda. Tampoco podrían olvidarse Gustavo Angelini, ni Rodrigo González (de acá en adelante “el Negro”). Los años puestos al trabajo, los escenarios recorridos, el reconocimiento del público y de los propios colegas serán presentados como credenciales.
Se escuchan unas cuerdas de nylon engordando el sonido que sale del parlante de la computadora. La grabación sucia se repite sin principio ni fin aparente, con unos balbuceos del Negro que el viento de tormenta, que entra por las puertas y ventanas abiertas, lleva por toda la casa.
El 23 de diciembre pasado cumplió 44 años y, hasta hace algunos atrás, le gustaba ocupar esa fecha con algún recital. La música no es una cosa más en su vida, no es la que le llena los bolsillos, pero sí los días: “siempre estoy pensando de alguna manera en hacer música; ahora me siento con la suerte de tener un buen momento de producción, de cosas que me salen de adentro, ahora estoy escuchando esto –la grabación que viene desde la computadora– y mientras ordeno y hago cosas le pego con los dedos a la mesa, imagino armonías y eso después se termina transformando en… ¡seguro debe ser también por el apuro de que tengo que sacar el disco!”.
Ese apuro no es tal, se nota que no le gusta apurar las cosas, sino más bien respetar su tiempo y no dejar que los detalles queden sin cuidado: “yo siempre fui demasiado realista, no proyecto en ningún sueño o meta más allá de ir laburando y laburando, que el próximo recital o la canción nueva salgan lo mejor posible y así”, dice mientras sigue sonando esa grabación que él mismo cree que va a ser un puente entre canciones, unos pocos segundos en el universo de un full álbum con la completa supervisión suya.
Mente en cuero
Una luz tenue en un ambiente dominado por colores cálidos domina el ánimo de su living-comedor-cocina, un corredor ancho dividido por el orden de los muebles sobre los que se van desparramando budas chiquitos y otras cosas de la cultura de la India. También en el patio hay alguna estatuilla de yeso con esta onda, además de muchas plantas: “disfruto mucho de estar en mi cueva, requiere muchas atenciones, pero siento que la casa misma algo te devuelve. Ahora mismo estoy detrás de ser un buen horticultor, me gusta también el contacto con la tierra y el juego ese de alimentar una planta, que te devuelve oxígeno y frutos increíbles que salen del suelo propio”.
Se nota un aire de paz en sus palabras, él lo reconoce y también se anima a confesar el amor por sus canciones y por su “público buena onda”, que además de “empezar a reconocer los intentos con la música”, lo banca hasta cuando tiene la iniciativa de despuntar el vicio de la cocina vendiendo canelones o hamburguesas vegetarianas.
Como sea que se presente su realidad inmediata, todo lo que hace lo hace en clave terapéutica para sí y para su familia, sus amigos, vecinos, “me gusta, qué se yo, tirarle una buena onda a algún vecino, ser amable con los demás es algo que me enriquece de por sí”.
Héroe del naufragio
La Cruda firmó con Universal en el 2000 y un año después, la crisis promovió la rescisión del contrato. En 2006, con Sony, devino la separación de la banda. La salida de Yo, el primer y único disco de Experimento Negro, también tuvo marchas y contramarchas por parte de un sello: “una feria de decepciones”, se ríe como quien sabe pilotear la nostalgia.
“El arte ayuda al escape, a armonizar y sobrellevar lo sistemático de la vida rutinaria, yo siento que uno de los grandes problemas que tenemos hoy es la falta de espacios adonde se pueda desarrollar el arte. Nos faltan lugares para tocar.” El Patio Catedral y el Molino Marconetti vienen a las mentes y a la charla: “el sistema bastardea a los artistas, siempre fue así, nosotros que aprendimos que la autogestión es la mejor forma, hoy nos la vemos muy difícil, cualquier cosa para nosotros ya representa un obstáculo muy complicado de pasar. Hoy no alcanza con percibir el ingreso de entradas y ya, muchas personas somos las que trabajamos para poder montar algo artístico. Necesitamos más incentivo para poder concretar propuestas culturales sustentables, que generan empleos y hacen felices a las personas.”
A días de cerrar una de las noches del primer festival Litoral Rock, el Negro se muestra contento por las oportunidades que su trayectoria le habilita: “me parece una buena propuesta que cierre alguien local, estamos armando un show recorriendo mucho del disco Yo, algo nuevo y también recordaremos algo de La Cruda, sí.”
Introspección y autoconocimiento son dos procesos comunes para la dinámica de su espíritu joven. Y el experimento, su método preferido.