El consumo per cápita de leche pasteurizada –el principal producto lácteo– fue más bajo en el 2016 que en los años en que explotó el país. Diciembre fue el mes en el que menos leche se tomó en la historia. Respecto de 2015, cayó un 19,82% la cantidad de litros que llegaron a la mesa, y la crianza, de los argentinos.
La crisis de Sancor, una de las mayores cooperativas lácteas del país, ya repercute en la prensa española. El año pasado, el consumo de todos los lácteos sumados (de la leche a los quesos, pasando por los postrecitos, la crema, el yogur y el dulce) fue más bajo que en 2005, y todos los años que vinieron después. Pero el caso de la leche pasteurizada es el más marcado. Infaltable en el desayuno y la merienda, su consumo es el más bajo desde que hay registro (2000). En 2016 se bebieron 23,22 litros per cápita en el año, contra los 28,97 de 2015 y, también, los 24,64 de 2001 y 23,31 de 2002.
Que el consumo de carne, vino y cigarrillos haya caído en 2016 por debajo de sus respectivos pisos históricos es un indicador amargo del ajuste, pero hasta suena razonable ante esta merma en el consumo de leche. Es el insumo básico de las políticas alimentarias del Estado en comedores escolares y, justamente, copas de leche. Los datos del Ministerio de Agroindustria de la Nación se producen considerando la producción total de lácteos sumadas a las importaciones a las que, luego, se le restan las exportaciones. A ese resultado (la cantidad de lácteos disponibles en el mercado interno) se lo divide por el total de la población. Así se obtiene el consumo per cápita. En el cálculo está contemplado lo que el Estado compra y distribuye, por lo que ponderar cuánto consumo de leche se perdió en los hogares –en la vida privada– permite vislumbrar un horizonte más alarmante. Una variable más: el consumo per cápita no distingue poder adquisitivo ni capacidad de compra. Es decir, clases sociales.
Las caídas son significativas en todos los productos, pero cabe señalar el derrumbe en el consumo de leche en polvo, que es la protagonista de la distribución con fines sociales.
La situación se fue agravando a lo largo del año, hasta llegar a los 1,64 litros per cápita de leche pasteurizada tomados en diciembre. Hay que remontarse a abril de 2002 para encontrar una cantidad tan baja pero que, aun así, la supera: 1,71 litros per cápita.
Si se sumara a todas las leches fluidas (pasteurizada, esterilizada y chocolatadas) el consumo en 2016 bajó un 9,32% respecto de 2015. La cifra es menor, los costos son distintos entre los tres productos: chocolatada toma sólo quien puede. Aun así, la suma arroja un total 40,06 litros anuales per cápita. Hay que remontarse hasta los 37,28 litros de 2003 para encontrar un nivel más bajo. Agregando todas las leches fluidas, diciembre de 2016 también da pena: es el cuarto peor mes desde que hay registro, hay que retroceder hasta agosto de 2003 (2,57 litros per cápita) para ver algo igual.