Mauricio Centurion y Agustina Verano
El 24 de marzo cubrimos las dos marchas que se realizan en la ciudad de Santa Fe por Memoria, Verdad y Justicia. Fotografiamos y entrevistamos a Ana Castro (nacida en cautiverio en 1976, hija de Jorge Castro y Milagros Demiryi) y a Facundo Maggio (hijo de Horacio Maggio y Norma Valentinuzzi, militantes Montoneros desparecidos). Cargamos un rollo con 24 fotogramas, 24 posibilidades de guardar un instante en el recuerdo. 24 horas y 24 capturas nos acercaron a historias atravesadas por pañuelos, búsquedas, relatos escondidos y reconstruidos en lo cotidiano. Hoy nuestra memoria no es la misma.
¿Es certero que la película fotográfica y la fotografía analógica han quedado obsoletas?
El significado de obsoleto para la RAE es “anticuado o inadecuado a las circunstancias, modas o necesidades actuales. Que ha dejado de usarse”.
Esta cuestión, transformada en interrogante transversal a nuestro registro, nos lleva a pensar en la relación entre la memoria y la fotografía.
La memoria a corto plazo o memoria activa es la encargada de retener la información útil, cercana, la que necesitamos para un uso urgente. Lo obsoleto, lo no útil, va a la memoria a largo plazo, donde la información se mantiene de manera inconsciente y solo se hace consciente cuando la recuperamos, recordamos o volvemos a utilizar.
¿Hasta qué punto una imagen es disparadora/activadora de una memoria que permanecía escondida? ¿Son imprescindibles las imágenes para que un recuerdo siga vivo? ¿Cómo construimos y defendemos la memoria a través de las imágenes? ¿Es obsoleta una fotografía que se encuentra en la memoria?
Roland Barthes en La Cámara Lúcida escribe “Lo que la fotografía reproduce al infinito únicamente ha tenido lugar una sola vez; la fotografía repite mecánicamente lo que nunca podría repetirse existencialmente”.
Las imágenes son herramienta, dicen más de lo que muestran, pero no lo hacen si no hay sujetos dispuestos a dejarse atravesar.
Las imágenes fueron enemigas de todas las dictaduras, o bien los dictadores fueron enemigos de ellas, porque sin significado que espeje no hay imagen potente. Lo que los uniformados de poder quisieron tapar, ha quedado fijado en los materiales fotosensibles y en las imágenes de un pueblo que no olvida y se niega (muchas veces con gran esfuerzo) a que queden obsoletas. La memoria se transforma en retratos y los retratos en relatos que buscan ser cimiento para que el pasado jamás sea futuro.
Cuando llega esta fecha, algunas y algunos toman provecho del feriado, viajan y descansan; pero hay quienes hace 41 años no se toman un descanso. Tres de ellas encabezan una marcha en sus sillas de rueda, que motorizan una larga fila que corea un solo canto: “Madres de la plaza, el pueblo las abraza”, y ahí están los nietos, los hijos, las hijas, las 30 mil voces que se encarnan en una frase: “La única lucha que se pierde es la que se abandona”. Hicieron de la lucha una cotidianeidad que se materializa en pañuelos blancos y abrazos, en arte y búsquedas pensadas e impensadas. Y, lo fundamental, hicieron de la memoria una palabra en construcción constante y continua, la socializaron para decir al unísono dos palabras que significan 30.000: Nunca Más.
La marcha transcurre, el escenario ya nombró a quienes lucharon en nuestra ciudad y hoy no están. La euforia sigue, pero se necesita la voz de quienes plantaron la semilla de esta lucha. El micrófono baja del escenario, la plaza llena se hace una ronda, y en el medio dos mujeres habilitan su voz para recordarnos por qué estamos ahí. El retrato son sus voces: la Queca y Otilia no necesitan descripción.
“Con la emoción de ver esta plaza llena, a 41 años del golpe genocida más terrible de la historia, las Madres de Plaza de Mayo recibimos este homenaje en nombre de nuestros hijos, a una edad en el ocaso de nuestra vida que tuvimos que salir a la calle, a pelear y luchar por memoria, verdad y justicia, las Madres de Plaza de Mayo, hemos levantado sin haber sido políticas antes, las banderas revolucionarias de nuestros hijos, porque eso fueron nuestros hijos, revolucionarios, y socializamos la maternidad, nos transformamos en las hijas de nuestros hijos, y hoy vemos, las plazas llenas de jóvenes, y estamos seguras de haber cumplido nuestro objetivo, de pasar el sueño y el proyecto político de un país para todos, para jóvenes generaciones que están dispuestas a luchar, por eso decimos que nuestros hijos están más vivos que nunca, marcando el camino que tanto reciben, que tanto entienden. Por eso, acá, en nombre de todas las madres, en silla de ruedas, pero con la fuerza para seguir luchando, decimos con toda la fuerza: 30 mil compañeros detenidos desaparecidos, presentes ahora y siempre, ¡hasta la victoria siempre!”
Otilia, que minutos atrás levantó el puño y sostuvo su mirada por cada compañero y compañera detenida desaparecida que se nombraba en el micrófono, remata el relato improvisado y perfecto de su compañera diciendo: “la lucha que se pierde es la que se abandona, sino no se pierde”
Ana. Nacer en cautiverio, enseñar libertad
Pasando tres kilómetros de la ruta 1, una calle de arena nos invita a atravesar el silencio. Allí nos espera Ana Castro en la galería de su casa de barro, construida con la ayuda de sus hermanos. Nos invita a entrar en el rollo de su memoria y desde la luz que entra por la media sombra nos revela sus recuerdos expresados a través del arte y nos comparte las cartas que permanecían guardadas en una caja de cartón y los álbumes de su infancia, que hoy sigue construyendo.
Ana es artista plástica, “profe de plástica” como la llaman sus alumnos de primaria, tiene 20 años de antigüedad en escuelas de los barrios de Santa Fe y las bases sobre las que empieza su historia la atraviesan.
“Yo ahora que soy mamá, tengo hijos chicos, uno está en primaria, y se me hace muy difícil contarles, que entiendan, por qué su mamá nació en una cárcel, por qué su mamá vivía con sus abuelos, y no con su mamá y papá, por qué va a la casa de su bisabuela y hay muchas cosas de su mamá, por qué tengo tantos hermanos más chicos, por qué nosotras somos dos hermanas grandes y por qué después al retorno de la democracia, mis viejos ahí recién salen de estar presos después de ocho años, nace otra tanda de hermanos”
La cámara todavía sigue quieta en la mochila. Por ahora, su relato nos envuelve en imágenes que construyen una historia que tiene como base una oscuridad que caracteriza lo que las botas llamaron Proceso de Reorganización Nacional. Es difícil encontrar la luz para que el lente capte cuando hay tantos porqués arriba de la mesa.
“La dictadura te destruye, en un montón de sentidos, en nuestro caso destruyó nuestra familia, al medio, en cuatro, entonces éramos cuatro personas separadas: mi mamá, por un lado, mi papá en otro, mi hermana en un lugar y yo en otro. Mis viejos recuperan su libertad, vuelve la democracia, ellos salen, nosotros vamos a vivir con ellos, nos juntamos. Ahora, esos espacios vacíos que hubo en ese momento, por estar alejados, nunca se acercaron, ni se van a acercar, yo soy consciente de eso. Yo nací en una cárcel, cuando mi mamá fue detenida estaba de tres meses, yo nací en la cárcel y salí al año y pico, cuando yo salgo de la cárcel es porque tengo un accidente ahí adentro que me quemó el brazo y la pierna”.
“Entonces, todas estas cuestiones que te alejan son espacios que nunca se vuelven a llenar. Por más que uno después esté con sus padres otra vez y trate como de reconstruir esa familia que nunca tuvo, hay un tiempo que no se recupera con nada ni con nadie. Yo lo pude comprender recién cuando tuve hijos. No es casualidad, cuando te parás desde otro lugar, entonces ahí se entiende que el vinculo que un hijo tiene un tiempo es sagrado y que lo que no se hace en un momento es muy difícil hacerlo después”.
“En todas las fotos de mis cumpleaños no están mis padres, siempre están solo mis abuelos, entonces fíjate qué relación tan fuerte tengo con la imagen, tengo una cosa desmedida casi psicótica de sacar fotos, de todo, necesito el registro, necesito que en algún lugar quede eso que pasó".
Su relato empieza a responder nuestro interrogante principal, la respuesta es clara: la fotografía es memoria, la memoria es registro y de su relato deviene una imagen que decidimos que el rollo de los 24 fotogramas incluya: la de su infancia, que es búsqueda, que es recuerdo, que es presente.
“Un día, mostrándole fotos a mi hijo, él me pregunta ‘¿Cómo eras vos cuando eras bebé?’. Ahí entro en razón de que yo no tenía fotos de cuando era chica, yo no sé cómo era cuando era chica. La indago a mi abuela, le reviso la casa, encuentro una valija llena de fotos, y busco. Encuentro una sola foto. La foto es hermosa, chica, en blanco y negro, la sombra de mi abuelo y mi abuela y yo. Habré tenido dos años, sentada en la vereda de la casa de mis abuelos, un atardecer. La foto está porque yo tenía la venda de la quemadura, entonces me sacaron la cara”.
Su hijo, Gaspar, de ocho años, se acerca, toma la cámara con la que los habíamos fotografiado hace unos minutos, mira el álbum de fotos, fotos que ya vio, pero que hoy mira distinto. Se sube a una silla y toma la foto, la memoria, otra vez, es reconstruida
“Yo lo que intento hacer en este momento es acercar las cosas, no que esta cuestión sea aislada. Mi lugar, que vivo acá, porque elegí estar acá, tiene que ver con encontrar espacios donde yo pueda seguir construyendo la memoria, que tiene que ver con poder seguir encontrándole la salida a esta cuestión, por suerte con el tiempo pude encontrar algo que me atraviese y que me permita transformarlo en otras cosas, y en ese sentido como que mi vida este atravesada por cuestiones estéticas, con expresiones que tienen que ver con hablar de mí pero desde otro lugar, y eso tiene mucho que ver con como pude yo pararme a lo largo de la historia del 24 de marzo”
Una de las fotografías que componen el álbum de fotos familiares de Ana. Autor: Mauricio Centurión.
Facundo. Retratos de un volver
“Con esta foto vuelvo a ese lugar, al útero de mi mamá, el mar. En medio de una vida cotidiana de militancia decir ‘Bueno vamos a veranear’. Eramos tres familias ¿Era una locura? Sí, era una locura, pero cuál hay. Vamos a veranear... Ellos querían vivir bien y promover eso”
La escena es contada por Facundo Maggio, hijo de Horacio Maggio, “El delegado bancario y militante montonero que en 1978 se fugó de la ESMA para denunciar ante el mundo las torturas y crímenes de la Armada”, como lo describen en un artículo en Página/12.
El lugar donde estamos sentados charlando se vuelve mar y nos muestra una cotidianeidad que esa foto transmite, cuando nos dice que sus viejos, mientras militaban “querían también tener su cotidianeidad”.
Facundo cuenta su historia a través de la descripción pura de escenas, detalladas desde las imágenes que su memoria conjuga desde el recuerdo, con el presente.
“Un recuerdo muy intenso de mi papá es el día de la fuga, que justo coincide el final de Argentina en el Mundial 78. Provincia de Buenos Aires, avenidas de noche, muchísima gente, un Renault 12 blanco, que se sube un tipo, y yo tenía 6 años, y de a poco me va cayendo la ficha, hasta que llegamos a la casa de Caseros, prenden las luces, mi viejo se arrodilla, nos abre los brazos, y salimos corriendo a abrazarlo después de año y medio de no verlo”
Caseros, Buenos Aires 1978, la siesta encuentra a Facundo con sus 6 años mirando la televisión. Sus padres ya estaban en la clandestinidad. En la pantalla: la peregrinación de la virgen de Luján, una cámara fija muestra a miles de personas desfilando, el rostro de una mujer hermosa le resulta familiar, ella saluda a cámara, él se siente mirado, la reconoce, esa mujer es su madre.
“A ella la secuestran el 11 de septiembre del 79. Ella percibe una patrulla, le avisa a mi abuela, que la patota estaba afuera, que agarre lo q pueda, que es inevitable, que había que dejar la casa, así que ella sale, la secuestran ahí, mi abuela se da cuenta por el tiempo que pasa lo que había pasado, agarra lo que puede, le habla a mi abuela de acá, de Santa Fe, para que viaje allá, mientras nos deja con una vecina, y ya empieza a recorrer comisarías, se entrevista en la Catedral, imposible. Después volvemos acá y nos cría nuestra abuela materna"
Facundo es músico, percusionista, cantante, actor y bailarín, y su madre era bailarina clásica y profesora de Expresión Corporal en el Liceo Municipal de Santa Fe.
“La acción de comunicar es algo que me liga a ellos. ¿Qué es después eso? Formas universales, de cosas mas claras, mas terrenales, misteriosas, del amor, del abrazo, de ver, hay cosas que son intransferibles, de héroes a enojarme, o a tener desencuentros, y recordar”
Al final de la entrevista, Facundo confiesa que al caminar las calles de otras ciudades le gusta recorrer, meterse por todos sus recovecos. Él sospecha que inconscientemente está buscando algo que aún no encontró, que no aparece. Sus padres aún siguen desaparecidos.