El cielo muestra un gris que opaca los humores y resalta los colores: verdes, violetas y rojos se mezclan con el negro que predomina en Bulevar y San Martin. Es el lugar de encuentro de las autoconvocadas, los colectivos feministas y las distintas organizaciones que se reúnen para decir una vez más “Ni una menos”, “Vivas nos queremos”.
8 de marzo de 2017, Día Internacional de la Mujer, o mejor Día Internacional de las Mujeres que Luchan y Trabajan. Porque no hay una sola forma de ser mujer (aunque muchos así quisieran que fuera), porque no hay una sola forma de trabajar (no todas son amas de casa ) y no hay una sola forma de luchar que incluya a todas con sus diversidades de gustos al amar, trabajar, vestir, peinar, hablar, gritar, callar, caminar, parir o elegir no hacerlo.
Viendo los carteles y escuchando los gritos de reclamo muchas/os distraídas/os ya advierten que no es el día de festejar lo groso que fue Dios al traer a las mujeres al mundo para que sean nuestras dulces y tiernas madres que nos cuidan y en silencio nos cambian los pañales, se desvelan y en silencio nos lavan la ropa, nos curan, nos retan, nos limpian y en silencio hacen todo el trabajo de la casa y esperan divinas a su marido con la comida lista.
Para algunoas no hay nada que festejar porque es una conmemoración de la lucha histórica de las trabajadoras que siguen teniendo condiciones laborales inferiores a las de los hombres y para otroas se celebran los derechos conquistados y se sigue haciendo hincapié en que la única forma de conseguir paridad laboral es en la calle, unidas, firmes en la convicción de que la igualdad es posible.
La humedad y el calor están más pesados de lo normal, los medios de comunicación pronostican lluvia pero, ya sabemos, los medios no siempre dicen la verdad, más cuando se trata de un tema referido al género femenino.
Un espejo sale a la búsqueda de miradas, de encuentros, reflejos diversos, como un dispositivo más de expresión. Con la intención de que quien lo haga, lo realice mirándose a sí misma/o, dando lugar al deseo y a las transformaciones que hacen falta, a través de las preguntas, escuchándose quien es (sic) y qué quiere modificar mirándose a los ojos, para saberse protagonista inevitable del cotidiano futuro que nos queda por caminar.
Retratos y relatos de algunas mujeres y varones que participaron de la marcha acompañan este escrito. Diversidad de edades, colores, rasgos, vivencias y opiniones. Mujeres que mientras dura la marcha pueden salir y caminar la calle sin preocuparse, acompañadas, hermanadas, sabiendo que no va a haber ningún macho que les grite o que intente manosearlas, ese miedo desaparece en el sentirse acompañadas.
Una amiga dijo una vez: jamás vas a sentir lo que siente una mujer, por más esfuerzo que hagas y por más que te intentes poner de nuestro lado jamás vas a poder sentir el miedo y el asco que se siente cuando andas por la calle sola.
Soledad, de 29 años, al responder por su deseo como mujer en ese día dijo: “Que nos respeten. Cuando llegamos a la plaza fuimos intimadas por una serie de tipos que nos tiraron besitos y cosas, me gustaría por lo menos, por hoy, zafar de eso. No pudo ser”.
Stella, de 17 años, frente al espejo opinó que “Debería haber mucho más respeto, se debería concientizar en el respeto de que somos todos personas y laburar el amor, porque somos seres humanos. Quisiera poder caminar tranquila por la calle y no sentir tanta impotencia y también que se den los espacios de diálogo, porque por ahí cuando uno quiere decir que basta o manifestar algo que le está molestando no existe ese espacio y eso tampoco está bueno”.
Los varones presentes estaban sigilosos, acompañando pero con miedo de meter la pata, queriendo apoyar una lucha que los involucra tanto como los aparta, que los hace sentir tan culpables como impotentes. Nacer del lado que oprime no es estar liberado, más aún si no se elige ese lado, más si ese lado te sujeta el cuello con estereotipos que te dicen que dejes de comportarte de determinada manera porque pareces maricón, que debes ser fuerte, heterosexual y promiscuo por obligación. Nacer del lado que oprime es estar oprimido, no hay un patriarcado sano, ni una sana manera de ser machista. El feminismo no es el machismo al revés, es una invitación a una liberación colectiva en la que nadie pague con muertes la opresión, una invitación a otra realidad posible si estamos unidos y renunciamos a las estructuras heredadas de nuestros abuelos y ellos de los suyos.
Lionel, de 17 años, manifiesta: “Que mi hermana pueda sentirse libre. Que no sea el sexo fuerte yo, no sé, no está bueno tampoco eso, me limita mucho a mí, a los varones. Porque hay cosas que yo quiero hacer. Estoy signado por el sexo, si yo quiero vestirme de rosado, no puedo, tengo el pelo largo, obvio, siempre me confunden, me dicen por qué, cuándo me lo voy a cortar, todo eso… Es bastante molesto, eso me gustaría cambiar”.
En el patriarcado no hay ganadores, solo géneros atados a un sistema que nos aleja de la liberación de nuestros cuerpos y nuestras relaciones, para mantenernos produciendo alienados para otros. Donde quien muere es la mujer, donde quien muere es la travesti, donde quien muere es el puto, donde el que mata es el macho. Un sistema donde el asesino ya murió hace rato por la explotación, un círculo vicioso atravesado por la lucha de clases donde el zapato aprieta desde arriba, donde lo enfermo es lo natural, es lo esperable. Un plan siniestro, nunca inocente, del que nos toca liberarnos unidos y despatriarcándonos día a día, sin ayuda del Estado, porque es el zapatero cómplice de este dolor.
Indiana, de 63 años, ante la pregunta sobre qué cosas deberían cambiar, dice: “Tantas cosas, la justicia principalmente, los gobiernos, las autoridades que están en eso principalmente y la mujer, por supuesto, que no debe tolerar un montón de cosas”.
Comienza la marcha, las primeras cuatro cuadras se desarrollan como un flujo de agua negro que busca la salida, desprolijo, potente y natural. La peatonal se colmó de personas y no era Navidad, la gente no recorría vidrieras en distintas direcciones y sentidos, no había algo que comprar, algo que consumir, pero sí algo que tomar, algo que arrancar a un sistema que cada 30 horas asesina a una mujer en Argentina, siendo Santa Fe la segunda provincia con el índice más alto de feminicidios.
Caen gotas que alivian, los pocos paraguas abiertos tienen colgados en sus extremos algunos nombres de las víctimas de violencia de género, todas ya muertas. Los paraguas inclinados dejan caer las gotas sobre los rostros de las mujeres, un poco aliviando el calor, y otro poco mezclando las lágrimas, de tanto dolor guardado, con el agua del cielo, que no es más que otro llanto, uno universal, el de la madre tierra llorando por todas las violencias e injusticias cometidas entre hermanos.
Las mujeres hicieron paro, pararon el mundo, para volver a moverse. Un cartel dice “La que no se mueve no siente las cadenas”, otro al lado dice “Yo reafirmo que mi rabia proviene del dolor”, de fondo un grupo de marchantes al pasar frente a un local de Mc Donald’s miran fijamente a dos trabajadoras uniformadas del lugar y cantan “Mujer escucha, únete a la lucha.”
Belén, de 33 años, explica que está en la marcha “Porque creo que debemos unirnos en foco común a nivel mundial. Creo que es un momento único y quedan muchas reivindicaciones todavía por conquistar, pero creo que esto demuestra que sumos muchas más de las que pensamos”.
Llegando a la plaza, lugar final de la marcha, las 19 cuadras caminadas no se hacen notar, los gritos crecen aún más, la energía en el ambiente moviliza a quien presta atención, empieza el acto, suenan los tambores de la cuerda de candombe femenina del Centro Cultural y Social El Birri. La unión fortalece la esperanza de un futuro con mayor igualdad, menos opresión y una lucha codo a codo por la liberación, en lo alto se corren las nubes y sale el sol.
Fotografía: Mauricio Centurión
Texto: Veronica Martin y Mauricio Centurión
Colaboración con la puesta: Santiago Monje, Lies Nazer y Pablo Centurión.