Soy un mentiroso. Bueno, sí: todos mentimos, dice Dr. House. Pero ya no puedo seguir ocultándoselos. Yo soy comunicador social. Y licenciado, encima. Tengo un compromiso para con la verdad, ponele. Para con este medio también, supuestamente, que me permite escribir casi cualquier cosa. Pero, por sobre todas las cosas, el compromiso y la responsabilidad deberían ser para con aquellos por los que estuve todo enero y febrero contando las horas que no pasé a su lado. Sí: estoy hablándoles a ustedes, queridos lectores (ay, no se dan una idea cómo extrañaba la demagogia quincenal). No puedo permitirme caer en la trampa de la mentira porque no tengo nada para escribir. No señor. De todos modos (léase “detó omó”), lo seguiré haciendo… y cada vez con menos culpa.
¿Se acuerdan que en la última columna del año pasado les dije que no me iba de vacaciones a ningún lado? ¿Y que en Santa Fe no hay nada bueno para hacer? ¿No? Dudaría de su intelecto si se acordaran de semejante estupidez (yo corrijo a los que usan mal el condicional en las oraciones, por ejemplo, “acordaría”… por eso la gente me quiere tanto, vieron). Así que mejor que no se acuerden. Está en la web pausa.com.ar bajo el título “No me voy a ningún lado”.
Bueno, la cosa es que no hice nada de lo que les dije que no iba a hacer. Ni yo me entiendo. De nuevo: hice todo lo que dije que no iba a hacer. Y lo disfruté un montón. Por eso se los voy a contar. Y porque no tengo otra cosa para escribir, como se nota.
Para empezar les dije que culpa de Macri no me iba a ir a ningún lado y por eso me las tenía que rebuscar para cagarme de calor con onda. La primera opción en la ciudad del empleado público es ir al predio del gremio correspondiente. O sea, una pileta de agua tibia y turbia llena de mocosos (literalmente) que mean a escasos centímetros tuyos (las viejas también mean las piletas; sepa que lo sé, señora vieja) y mucha gente más. Un espanto.
Pero no tengo pileta, mi amigo con pileta siguió sin invitarme y en la única pileta que me metí fue pasando Paraná, a unos 15 kilómetros, y me agarré conjuntivitis; entonces renuncié a mis principios (como siempre) y fui al predio de ATE… y hasta empecé el gimnasio en enero, cuando dije que odio a los que creen que haciendo ejercicio en noviembre llegan bien al verano. Pero no fue gratis. Dios me castigó.
Un viernes tipo 9 AM (no me juzguen, por favor) fui a la pileta a intentar nadar y resulta que la ocupa la colonia de no sé qué cosa. Me fui, entonces, a la pileta recreativa. Ahí era la clase de acquagym de los jubilados. Y los hacían bailar reguetón y cumbia concheta en el agua. Yo por un momento creí que estaba por ser extra en la versión litoraleña del clásico del cine de los 80, Cocoon. No sabía por qué tenía que estar viendo eso. No sé por qué me quedé por voluntad propia tampoco. No, no tiene nada que ver con Margarita… ya se van a enterar quién es Margarita.
En ese contexto bochornoso, decidí irme unos días a Capilla del Monte. La ciudad del Uritorco, los ovnis y algo muchísimo peor: los hippies. Y yo me hospedé en un hostel de hippies. Subí el Uritorco y no me contagié de ninguna energía de nada; me afanaron el marote para subirlo y encima no ví ni un solo extraterrestre… aunque había más de uno que parecía de otro planeta. Así como en Seguí conocí el bar más sucio de la ciudad, en Capilla conocí el hostel más sucio del condado. Pero bueno, me vengué de todo eso leyendo un tomo de la saga del Apocalipsis Hippie en sus caras. Ah, y en Los Cocos no hay nada. Qué desilusión.
¿Por qué tanta insistencia con el detalle de los mugrientos? Porque yo el año pasado también escribí un ensayo titulado “Hippie chic” sobre lo ridícula que me parece la gente que colecciona cactus, como yo; se saca una foto en el cerro de los Siete colores, como yo; escala el Uritorco, como yo; y conoce Uruguay y le encanta… como hace unos días me pasó a mí. Sí, también les mentí en eso: parece que soy un hippie chic. Qué desastre, dijo Sartre.
La pasé muy bien. Muy lindo todo lo que recorrí. Se ve que los uruguayos hostiles son los 11 que juegan en la selección y nada más, porque el resto es más bueno que Lassie dopada. Y es mentira que dicen “impecable” todo el tiempo. Y si me faltaba algo para culminar la metamorfosis, hasta alquilé bicicleta y todo (no, no manejé fumando un faso. ¡No, tampoco fumé faso en todo el viaje, señora!). Sí, hippie mal. Al punto que volví a mi casa y puse en condiciones mi balón. Ya sé: en pocos días cada vez que me despida de alguien le voy a decir “bike, bike”. Lo único que puedo decir a mi favor es que, al menos, no fui a Cabo Polonio.
Soy un mentiroso, queridos lectores. Y no me importa. Porque al final me divertí muchísimo haciendo todo lo que dije que no iba a hacer. Y también disfruto mintiéndoles.
Hasta la próxima mentira, dentro de 15 días.