Desde febrero y durante marzo, las internas de la Unidad Nº4 de la cárcel de mujeres de la ciudad pudieron trabajar durante seis encuentros en la producción de cortometrajes, coordinadas por el colectivo Mujeres por la Libertad. La proyección de las producciones, más lo hecho en los talleres de manualidades y marroquinería y el show de Cumbia Sur, completó la grilla de actividades del Festival Por la Identidad y los Derechos Humanos que se hizo el lunes 27 de marzo en uno de los patios de la cárcel de Uruguay al 2600.
Las temáticas trabajadas se propusieron como objetivo servir para reflexionar acerca de las condiciones de la vida en reclusión y sobre la visibilización de sus derechos. En el horizonte: generar un espacio para generar políticas de inclusión y debate, con predilección por posturas feministas.
En una de las piezas del pabellón hay 30 sillas que se ocupan rápido, quedando algunas y algunos parados atrás. Por las dos ventanas que hay el sol entra filtrado, una se tapa con una frazada para que se vea mejor, ahora tiene un poco más de onda a cine salvo por el murmullo. Antes de que empiecen a verse ya se están riendo entre ellas. Con la excusa circunstancial de cerrar el mes de la mujer, se aprovechó para problematizar cuestiones que se dan de manera permanente y constante, y no solamente en marzo cuando muchas instituciones se limitan a “ponerse en sintonía”.
La creación de personajes y tips para el desarrollo de una historia fueron las consignas de las que se hicieron cargo las internas, a partir de disparadores pegados en la pared de la sala de proyección: “Sería bueno que se pongan una vez en nuestro lugar, que se cambien los roles”; “Para el hombre, la mujer es fuerte para llevar adelante la familia y es débil para la toma de decisiones”. Empoderarse o nada.
Los cortos pasan y en la sala hay muchas risas por verse ellas actuando en estas ficciones carcelarias, filmadas ahí en el mismo patio desde el que pueden ver un cielo recortado, parece que no se quieren dejar ganar por sus propios testimonios: “mi sueño es estar con mis hijos y ser feliz como yo me lo merezco”. Por un traspapeleo de tarjetas de memoria, uno de los films no se puede ver completo y una de las chicas sale a fumar para que no la vean haciendo puchero. Quedó afuera de la función.
Mirna, una de las internas, muestra un cuaderno con textos suyos y de memoria busca un concepto para señalarlo con el dedo: “Lado A, mi meta es llegar a esa versión mía, acá, estoy en el lado B”. Su nombre aparece en los créditos de casi todos los cortos, pero su cara no: “como yo vivo en el pabellón del otro lado, no me dejaron salir”. Por lo menos pudo meter uña como guionista, autora de un poema que se recita y como musicalizadora aseguró El Marginal, de Sara Hebe, que en agosto pasado dio un show para las internas.
Algunas pocas sillas se llevaron para el patio, dos asaderas bastante con bizcochuelos se vaciaron casi al mismo tiempo que las jarras de matecocido y leche que se convidaron a los que ya estaban recorriendo el stand armado con bolsos, estuches, cartucheras y muñecos hechos en los distintos talleres a los que pueden acceder las internas. Algunas además están acostumbradas a la constante disputa burocrática para poder acceder a distintos niveles de la educación formal: “yo quise estudiar periodismo y no me dejaron”, comenta una a la que ahora le cuesta pasar el bocado de su pedacito dorado de torta.
Para pasar el rato que faltaba hasta el mediodía (momento en el que caducaba el permiso programado), una banda de cumbia de barrio Centenario: Cumbia Sur, una reformulación cumbiera de melodías clásicas bailables y no tanto. Fiebre de cumbia, versión propia de Bee Gees; el punteo de Come as you are en el teclado de Pico González; el bis con un cover de Perra de Viejas Locas. El piso áspero de baldosas blancas y negras sirvió de pista de baile para las internas, que dieron vueltas con sus compañeras, con las chicas de los talleres, con las asistentes sociales que trabajan ahí y hasta con alguna que otra guardiacárcel a la que la gastaban por pata dura.