Hoy hay paro general, ni más ni menos que eso. Los trabajadores están ejerciendo un derecho que no está amparado por una ley o decreto, ni por una resolución administrativa o edicto policial. El derecho a la huelga es un derecho constitucional. La huelga es una acción colectiva muy precisa, no hay quizá otra práctica social tan delimitada que tenga rango constitucional. El capítulo que ampara y le da semejante jerarquía a la huelga también garantiza otras cuestiones que por estos días fueron sometidas a críticas feroces: el derecho a la “organización sindical libre y democrática, reconocida por la simple inscripción en un registro especial” y a los Convenios Colectivos de Trabajo –las paritarias– son apenas algunos de estos aspectos que son esenciales para la república y la democracia.
Las opiniones sobre este paro están completamente polarizadas, no es un descubrimiento decirlo. Hubo plazas para todos los gustos. Los trabajadores y las organizaciones sociales protagonizaron un mes histórico en lo que refiere a la tradición de las movilizaciones de masas –seis al hilo–, los adherentes del gobierno superaron las expectativas del oficialismo y exhibieron sin pudor todas sus diatribas. Su eje principal: defender la democracia contra el golpismo, tal como la movida del 1° de abril se postuló a sí misma.
Hoy hay paro general, no es para tanto, tampoco para tan poco. Baste señalar: por definición, principio y concepto, el ejercicio de un derecho garantizado en la Constitución es exactamente lo opuesto al golpismo.
No por ser indicada esa inmediata contradicción se va a disolver la furia y los temores de los oficialistas de a pie, que le marcaron al gobierno que endurezca la agenda a niveles insospechados, de cacería. Los atraviesa la idea de que la actividad sindical –en particular– y la política del peronismo en la oposición –en general– son golpistas y desestabilizadoras de manera inmanente. Cuentan: los 13 paros generales a Alfonsín, las protestas y piquetes previos a la caída de De la Rúa, el apoyo en bloque de los dirigentes gremiales al ajuste y las privatizaciones del menemismo.
No vamos a recordar la historia de golpes, proscripciones, represión y desapariciones previas a 1983 sobre el sindicalismo, las organizaciones sociales y el peronismo; el argumento es de una obviedad tal que aburre. Pero sobre lo que sucedió después de 1983, todos esos recuerdos de los oficialistas de a pie son ciertos; no menos cierto es que los burócratas de mierda que se violaron a sus representados a comienzos de los 90 van a ser recordados por la historia y por los trabajadores como unos traidores. Fue uno de los capítulos más vergonzosos que todavía hoy no fue digerido por sus impresentables y en algunos casos vigentes protagonistas.
Pero los gobiernos caen por sus propias impericias y decisiones combinadas. A Alfonsín se le deben las instituciones de la nueva democracia y el piloteo de la transición, a sus ministros de Economía se le deben planes que continuaron de manera renga con los pilares establecidos por Martínez de Hoz en los años de plomo. La economía alfonsinista no desactivó ni reconfiguró los poderes reales a los que sirvió la dictadura, esos poderes reales se lo deglutieron al último gran hombre del radicalismo y dejaron un país con inflación de cuatro cifras y una feroz pérdida de salario real. Es demasiado triste expresarlo así, pero Alfonsín renuncia y deja a un pueblo que estaba en condiciones económicas mucho, mucho más peores que cuando recibió la banda presidencial.
Asombra que todavía haya quienes creen que De la Rúa fue víctima de algo que no sea su incapacidad para gobernar y su fidelidad a la voracidad de los poderes económicos concentrados. A ver: el tipo se quedó con los ahorros bancarios de la clase media y media alta para sostener la fuga de capitales.
Los gobiernos caen por sus propias impericias y decisiones combinadas, las protestas sociales no son golpistas. ¿O acaso fueron golpistas los más de 100 días de lock out rural en 2008? Cientos de piquetes, chacareros con sus armas, presiones, escraches y persecuciones a cielo abierto, una víctima fatal de la protesta, islas quemadas que le dieron a la Capital Federal tres días de humo y un cielo de película futurista.
Tooodos esos días la protesta rural tuvo sus derechos garantizados siempre. Siempre, y de manera explícita. Apenas la Gendarmería se lo llevó una vez en andas a Alfredo De Ángeli, en un operativo deliberadamente mal planificado. Al fin y al cabo sí hubo diálogo con los ruralistas: decenas de reuniones y el Congreso sesionando a pleno para resolver algo que jurídicamente podía zanjarse por decreto simple. Diálogo, democracia, instituciones y protesta social: derechos constitucionales en acto.
Y hoy hay un paro general, es apenas uno, es el primero. Más de un año se demoró la dirigencia sindical en realizarlo, mucho tiempo pasó desde que fuera ordenado por las organizaciones. Tanta fue la demora que las bases lo empujaron en asamblea callejera a las corridas. Apenas un paro general, el último gobierno de CFK tuvo cinco paros generales, todo por el ¿derecho? de la crema de los trabajadores registrados a no pagar impuesto a las ganancias. Uso los signos de interrogación, ahora el Congreso los empaló por ley, el sentido común cambió “ganancias” por “ingresos”, ahora está bien visto.
Se dice, también con razón: las marchas hablan de “dictadura”. Oh, vamos. Todas las marchas del actual oficialismo de a pie en contra de los gobiernos del kirchnerismo tenían en el frente la divisa “Diktadura”. El término flota y sobrevuela nuestra historia, quizá quien lo sacó del closet del vocabulario político fue Bersuit Vergarabat, cuando se preguntó en 1998 “Si esto no es una dictadura, ¿qué es?” iniciando la mitología pública del estallido social como horizonte de liberación y realidad de desvanecimiento político.
El kirchnerismo llamaba a sus opositores “destituyentes”, el macrismo los llamas “golpistas”. Falta de pudor pero, también, más transparencia en las intenciones del lenguaje. Ironías de la historia.
Cabe distinguir, por hacer una glosa, por qué se corea “Macri, basura, vos sos la dictadura”. El cántico no es de reciente creación y no refiere a la calidad institucional de su gestión gubernamental presente, más allá de la represión de hoy a los piquetes en Capital Federal, el encarcelamiento escandaloso de Milagro Sala, la presencia de policía en las escuelas apretando por listas de huelguistas o las demandas judiciales para quitarle personería a varios sindicatos. El cántico tiene sus raíces en las marchas del movimiento de Derechos Humanos y alude a una cuestión de Justicia. La mayúscula tiene que ver con la impunidad que gozaron durante la dictadura sectores empresarios que se enriquecieron hasta volverse factores de mando en la economía real, como el Grupo Macri.
Pero lo único cierto es que el gobierno de Macri depende mucho más de sí mismo, de sus propias impericias y decisiones combinadas, que de otra cosa. CFK transitó sus últimos cuatro años con el campo en contra, el sindicalismo más poderoso en contra, el poder financiero en contra y todos los medios –menos la TV Pública y C5N– en contra. Macri tiene el campo a favor, las finanzas a favor, tuvo los sindicatos bien mansos durante todo un año, tiene todos, pero todos los medios descaradamente a favor –menos C5N– y el beneplácito de las fuerzas de seguridad y armadas.
No hay inestabilidad posible y no hay fuerza con capacidad de desestabilizar. Hoy hay un paro general, qué tanto lío, cuánto silencio amodorra las calles. Hoy hay un paro general, y es mucho más y mucho menos que tomarse unos mates en la casa. Del país de la alegría y el todo es posible con buena onda pasamos al país del sacrificio de los mártires, del esfuerzo voluntario y la abnegación, el país donde no hay que aflojar. Sangre, sudor y lágrimas.
Ese país, sin embargo, es el que hoy está de paro, no otro. El país que se está sacrificando es el que hoy hace paro, el país que se esfuerza. El país que sigue a la letra el mandato de no aflojar que largó el presidente, ese país está hoy de paro. Por la sencilla razón de que ese sacrificio hoy lo está haciendo la gran mayoría de la población trabajadora mientras un pequeño, muy pequeño sector que siempre fue el que se más se la llevó hoy la está levantando con pala más que nunca.
Capaz que los trabajadores necesitábamos un descanso después de tanto llevar el país al hombro. Capaz que ya estamos cansados de eso.