La Escuela de Oficios Papa Francisco se convirtió en una referencia para todo Alto Verde.
La lluvia se ha ido y gracias a un día de sol la calle de tierra ya está transitable. La parada del 13, en la manzana siete, sobre Demetrio Gómez, es la referencia. Allí se encuentra la parroquia y detrás la Escuela de Oficios Papa Francisco. Son cerca de las 14.00 y los alumnos se encuentran uno al lado del otro, formando una línea, frente al mástil de la bandera argentina. En Alto Verde impera cierta calma, como si se tratara de un pueblo chico, lejano del ruido del centro.
Las clases ya están en marcha y en el aula de albañilería se encuentra Paola. Ella tiene 33 años y es mamá de dos niñas. “Tengo mi casa y quiero aprender a revocar el piso. Terminé tercer año de la secundaria. Como las nenas van a la escuela, vengo y también me distraigo”. Uno de sus compañeros es Nicolás, de 20. Él quiere ser albañil y “un poco más”, como por ejemplo trabajar en una empresa. De hecho, ya estudió electricidad. En otro salón, repleto de herramientas y junto a un grupo de mujeres, Clara barniza uno de los bancos que construyó en el taller de carpintería y que se destinarán a la parroquia. A sus 66, inició esa carrera tras haber pasado por la de cocina. Se siente encantada. Su cara lo refleja. Ya piensa en construir muebles para su casa.
Fiama tiene 17. El año pasado finalizó la escuela secundaria y ahora se prepara para ser electricista. Para ella lo importante es “aprender cosas buenas”. Pero no es la única mujer. Son tres las chicas que concurren a esa carrera. En la misma aula, está Nicolás, de 25, que busca “expandir un poco más” lo que ya aprendió. Para este año tiene previsto finalizar la secundaria y su “idea es seguir estudiando otras cosas”.
Son muchas y diversas las historias que se pueden conocer en la institución que dio sus primeros pasos en 2015 por voluntad del Colegio Inmaculada y de la mano de la Fundación Manos Abiertas. “El colegio siempre aportó para la administración de las parroquias y capillas del barrio. Este barrio tiene la parroquia Jesús Resucitado y tres capillas: una en la Vuelta del Paraguayo, la de acá y otra en La Boca. Siempre estuvieron administradas por sacerdotes jesuitas. Siempre han estado presentes en el barrio tratando de ayudar a la gente”, indicó a Pausa Wilson Stegmayer, director del establecimiento.
Sin embargo ese tipo de ayuda “termina convirtiéndose en asistencialismo” y lo que se necesita “para levantar el barrio” es “mejorar la educación”. “Cuando nació este barrio, tenía dos mil habitantes. Era la gente que construía el puerto. Pero cuando se terminó y después cerró, entre los 80 y los 90, toda esa gente se quedó sin trabajo –continuó–. Y el barrio creció mucho: hoy tiene 20 mil habitantes. Hay mucha gente desempleada. Nos encontramos con alumnos que nos dicen ‘yo nunca lo vi a mi papá trabajar’, ‘la vi a mi mamá y nunca trabajó, iba y cobraba (un plan social) y de eso vivíamos’. Había que construir una escuela porque los que más necesitan trabajar son los adultos”.
Así fue como la Escuela de Oficios de Alto Verde se abrió, en 2015, con 51 inscriptos. Comenzaron 35 y se recibieron 14. “Pero la explosión se produjo el año pasado: tuvimos 150 inscriptos, arrancaron 110 y se recibieron 70. Este año se inscribieron 150 y ahora tenemos 120 alumnos. Todos los cursos están llenos. El año pasado tuvimos mucha gente mayor de 30 años, este año tenemos la mayoría de 18 a 24”, agregó el directivo. Al principio se dictaban albañilería, electricidad y cocina. Luego se sumó carpintería y, recientemente, el Profesorado de Formación Primaria. Para ingresar los requisitos principales son saber leer y escribir y ser mayor de 18 años, aunque también rige una concepción de la enseñanza que debe ser aceptada. A propósito, Stegmayer subrayó que las instalaciones “no se ven en ningún lugar de Alto Verde, somos como un pequeño oasis. No queremos enseñar albañilería en un piso de tierra, ellos ya saben lo que es un piso de tierra. Queremos mostrarles lo que es trabajar con las herramientas que corresponden. A veces me dicen ‘profe, no tengo plata para comprarme el cuaderno’. Les damos el cuaderno, pero tienen que venir con zapatillas, con pantalones largos. Somos una escuela de hábitos, que además enseña oficios”, definió. Dicho de otro modo, “si les damos una enseñanza blanda, se golpean contra la realidad y se caen. Somos muy rígidos en ciertas cosas y tratamos de ser muy humanos porque más de uno nos ha dicho ‘profe téngame paciencia, lo que usted me está enseñando no me lo enseñó nunca nadie y tengo 20 años’”, ilustró.
La escuela cuenta con el aval del Ministerio de Educación y todos los títulos tienen validez nacional. Si chicos de 16 o 17 años han dejado hace mucho tiempo la secundaria, son admitidos. “Aceptamos alumnos dentro del Plan Vuelvo a Estudiar. La idea es incentivarlos a que una vez que terminen los cursos ingresen a un Eempa”. Ocurre que “la mayoría de los mayores de 30 años tiene terminada la primaria y la secundaria incompleta. En la franja de 18 a 24, la mayoría terminó la secundaria o llegó hasta cuarto año. Y entre los 40, 50, la mayoría sólo llegó a la primaria”.
—¿Se ha logrado la inserción laboral?
—No tanto como nos gustaría. La realidad del país no acompaña. Pero los que logramos insertar, la mayoría quedaron efectivos en las empresas. Los de albañilería los insertamos en empresas constructoras; los de electricidad, en una constructora o sino en empresas metalúrgicas; los de carpintería en carpinterías o empresas de armado de muebles y los de cocina en restoranes. En total tenemos 19 egresados trabajando en empresas. Además, tenemos un régimen de pasantías con empresas con las que hemos hecho convenio.
—¿De qué manera repercutió el funcionamiento de la escuela en la dinámica del barrio?
—Apuntamos a que los alumnos se inserten en el mundo laboral. Buscamos que sepan lo que es una obra social, tener un plan médico, una jubilación. Pero no podemos meter 120 personas en el mercado laboral y para no generar una situación de frustración les damos un curso en informática para hacer el propio curriculum, una carta de presentación, armar un presupuesto. Viene un contador y les da un curso sobre cómo se inscribe un monotributo social. Tratamos que salgan de acá trabajando. Tenemos alumnos, un albañil y un electricista, que hacen trabajos juntos. La mayoría de ellos ha hecho algo en su casa. El gobierno provincial nos está ayudando bastante tanto económicamente como con el asfalto. La llegada del asfalto ha cambiado mucho. Hay muchos electricistas y albañiles trabajando en el barrio. La EPE está haciendo una instalación nueva en el barrio, con medidores nuevos. Para que la EPE permita conectarlos hay que tener térmica y para eso se necesita un electricista.
Al mismo tiempo, Alto Verde está en movimiento. No sólo aumentó la cantidad de negocios, sino que también la llegada del asfalto y la mayor seguridad (con más policías y Prefectura) provocaron un cambio. “Se han dado muchos mensajes, como meter preso a alguien acusado del manejo de narcotráfico en la zona. Antes de ser director, daba informática en Jesús Resucitado. En esa época me iba y sentía el zumbido de las balas –relató Stegmayer–, se producían choques de bandas entre cinco motos y dos en autos y se agarraban a los tiros en una esquina. En 2014 eso pasaba, pero desde que está la escuela eso no pasa. No por la presencia de la escuela, sino que se fue desencadenando una serie de cosas. Con la llegada de la policía es un barrio mucho más seguro. Salvo ajustes de cuentas por personas que están peleando por una zona, pero no pasa que vayas caminando y te saquen la billetera. Por lo menos, no de día. En estos dos años, nunca me pasó nada, ni a los docentes, ni a los alumnos. No hemos tenido ni un solo acto de vandalismo desde 2015 hasta ahora”, aseveró.
—¿Qué realidad social y personal narran los alumnos que asisten?
—Es muy variada. Hay chicos que tienen droga en su casa, chicos que no tienen nada y gente que vive bien, que tiene una cámara de video en su casa porque se la pudieron comprar. Hay gente que trabaja. No podría generalizar ni que son todos pobres ni que son todos de clase media. Hay casas de madera, hay ranchos y casas de material muy hermosas. La idea de una escuela de oficios para adultos es que gente que tenga un rancho tenga la iniciativa por levantar sus propias paredes. Desde 2013, cuando empecé a venir, hoy más que nunca la realidad es súper heterogénea. Hoy hay gente de otros barrios que se viene a vivir acá.
Para el barrio
Desde este año, la escuela dicta el Profesorado de Formación Primaria, una carrera que tiene 65 alumnos. La idea es formar docentes del barrio para el barrio. “La rotación docente es muy alta. Los maestros que vienen a dar clases acá recién empiezan en la docencia, pero cuando consiguen trabajo en una escuela del centro, se van. Buscamos suplir esto con docentes del barrio”, explicó el director.
Un docente del barrio “tiene una relación propia y le sabe llegar a los alumnos de una manera distinta a lo que sería una persona del centro”, recalcó Stegmayer.