La producción –en títulos y tirada– y la venta de libros en el mercado interno cayeron muy fuerte en 2016. El Estado se retiró como comprador y distribuidor a través de sus programas de lectura: su participación cayó un 93%. En ese marco, las importaciones volaron como cohete.
Si cayeron al piso los consumos de leche, carne, vino y hasta puchos, ¿por qué no va a caer la compra de libros y, con ello, su producción? Según el Libro Blanco –un informe producido por la Cámara Argentina de Publicaciones en base a los datos de registro legal de los libros, el ISBN– 2016 fue el peor año para el mercado editorial en su conjunto –excepto para los importadores– desde 2011.
La cantidad de títulos publicados por editoriales comerciales bajó de 14.700 en 2015 a 12.480 en 2016. Es la marca más baja desde 2011. La merma en un año en la diversidad de títulos es de 15,1%. En la cantidad de ejemplares impresos en total, se bajó de 55 millones a 47 millones, un 14,5%. Es la menor cantidad desde 2012.
Sin embargo –como sucede en casi todos los sectores industriales– las importaciones subieron. Esto podría ser una noticia positiva: más ediciones distintas de orígenes más diversos significan más ideas nuevas en el público lector. No es el caso, ya que lo que se importa son títulos como los de las colecciones de kiosco. Es decir: obra conocida.
Para cerrar el panorama, también las ventas de libros bajaron. Se lee menos y, dentro de esa torta más reducida, se lee más importado y menos nacional. Además, el Estado no aporta ni remotamente lo mismo que en 2015, en ningún mostrador: compra menos a las editoriales y, por el otro lado, distribuye menos en sus planes de fomento a la lectura.
Dejar de leer
Este período es una gran oportunidad para finiquitar con los anaqueles de libros con polvo inmaculados de las bibliotecas hogareñas.
Las ventas de libros para el mercado interno cayeron un 25,4% entre 2016 y 2015. Se vendieron 39,3 millones de libros en 2016, la cifra más baja desde que hay registro (2010, cuando se vendieron 47,4 millones de libros). Sin embargo, las ventas al mercado privado (las que llegan al lector a través de las librerías, los kioscos, online o puerta a puerta, por ejemplo) cayeron apenas el 12,2%. ¿Qué pasó?
El sector público dejó de comprar libros. Literalmente. En 2015 compraba 8.600.000 libros, en 2016 compró 600.000. Es una caída del 93% por parte de uno de los compradores principales para varias editoriales nacionales. En su punto más bajo anterior, el Estado compró 4.400.000 libros, en 2012. La caída es vertical e implica mucho más que un ajuste: es el fin de una política pública básica de fomento de la ilustración y la recreación. La distribución de libros por parte del Estado sostiene a las bibliotecas públicas. En innumerables casos los libros provistos por el Estado –de máxima calidad en los últimos años– son el único contacto letrado de vastas capas de la población.
En un antológico artículo, el escritor Mempo Giardinelli enumeró todas las políticas de promoción de la lectura que se disolvieron con el cambio de gobierno, de la mano de la gestión del ministro de Educación Esteban Bullrich. Entre otras pérdidas significativas, se reventó el Plan Nacional de Lectura y el Programa “Libros y Casas”.
Según el Libro Blanco, “durante 2016 sólo hubo compras oficiales de textos escolares, y no hubo compras de literatura complementaria. Es así como la proporción del mercado que representaban las compras públicas pasó de ser un 14% en 2015 a un 1% en 2016”.
No son más ideas, es menos trabajo
En todo concepto, las importaciones (en unidades) subieron de 20.038.080 en 2015 a 33.585.000 en 2016. En facturación, la suba fue del 70%. Las importaciones pueden catalogarse en industriales de edición argentina y de edición extranjera, comerciales (de menor cantidad por título y con derechos del exterior: estas son las importaciones que le dan más diversidad al mercado editorial) y ajenas al mercado editorial (como libros de los mormones).
El Libro Blanco explica que las editoriales internacionales “suelen unificar tiradas e imprimir donde las condiciones sean más favorables”. Así, se importan colecciones completas para ventas en kioscos desde Brasil, Chile o China. Esas importaciones subieron un 793% en su facturación. En 2015 representaban el 3% de las importaciones totales de libros, ahora son el principal rubro importador de los cuatro mencionados, ocupando el 29% del total de importaciones. En unidades, aumentaron de 608.328 a 9.900.000. Es una suba del 1527%.
Según el Libro Blanco, las importaciones comerciales –las de libros que "sólo pueden ofrecerse en las librerías argentinas a los lectores argentinos si son importados", los libros que abren las cabezas de los lectores a ideas nuevas del resto del mundo– apenas subieron de 6.725.625 unidades en 2015 a 6.900.000 en 2016. Es un 2,59%.
Lo que bloqueaba el cierre de las importaciones era la transferencia de trabajo al exterior, no el ingreso de nuevas ideas.
El Libro Blanco lo explica: “del total de importaciones industriales de libros extranjeros, el 31% de las unidades y el 21% del valor correspondió a los llamados ‘coleccionables’ (libros que circulan en kioscos, como parte de la oferta de diarios y revistas), que se imprimieron el 88% en China, en su mayoría de editores españoles”.
La oferta global de libros cayó un 4% de 2015 a 2016. Pero no fue para todos igual. La oferta de libros editados en Argentina e impresos en Argentina cayó 19%, mientras que los libros editados en Argentina pero impresos en el exterior subieron un 41%. Al menos ahí se emplea fuerza de trabajo editora argentina. Pero los libros editados en el exterior e impresos en el exterior –como las colecciones de kiosco– subieron un 142%. La oferta se contrajo y se desnacionalizó, al mismo tiempo.