Uno de estos días de lucha, aplaudí fervientemente en la plaza la primera frase dicha por una referente gremial y me decepcioné al ver que la reacción no era masiva entre mis compañeras y compañeros, como sí lo habían hecho ante otras declamaciones. Lo que dijo esta docente, que era la tercera o cuarta persona en hablar en el escenario y era además la primera mujer en tomar la voz ese día, fue: “Y ahora sí venimos las mujeres, detrás”. Lo pronunció con fuerza ante una plaza llena de colegas de toda la provincia, donde era fácil adivinar que las mujeres éramos la mayoría, a grosso modo un 70-75%. Hermosa fue esa chicana de la que muchos hicieron oídos sordos. En su discurso además defendió la lucha por el cupo femenino, criticó duramente el accionar del arzobispado que pide listas negras y habló de la difícil lucha de los compañeros trabajadores de escuelas privadas. Esto último fue una reivindicación necesaria para reparar la dicotomía en la que muchos caímos, cuando el presidente haciéndose el caído del catre se pronunció con perversidad digitada sobre la educación pública. Y acá hay algo de lo que es importante hablar, uno de los elementos que facilita el bastardeo y el menosprecio a la labor y a lucha docente es que principalmente e históricamente está llevada adelante por mujeres. Y esta es una sociedad donde aún no existe la igualdad de género. Los cargos de poder en docencia, los de mayor jerarquía institucional y los gremiales, están ocupados desproporcionadamente por hombres. Recordé estos días un artículo que pensaba el género y sus desigualdades en las instituciones educativas. Donde por una parte se planteaba que a las maestras se las asexualiza y domestica: señorita, segunda mamá, escuela como segundo hogar, etc. y en contracara se hipersexualiza a los hombres bajo diferentes prejuicios al realizar una tarea que se considera “femenina” (1, 2, 3… piense rápido cuantos maestros jardineros o de grado conoce). Y por otro lado remarcaban esta información tirando crudos números y crudas declaraciones políticas de los 90, donde es necesario recordar que los dichos y los tratos hacia los docentes eran también perversos. En 1997 en la ciudad de Buenos Aires los hombres constituían sólo el 10,8% de los docentes de escuelas primarias, pero eran el 31,6% de los directores y el 57,2% de los supervisores de distrito.
La última hora de clases del viernes me volví a casa con esta oración resonando en mi cabeza: “Usted me da lástima porque es toda chiquitita”. Me la dijo una alumna mientras yo aguantaba el embate a la puerta del salón cinco minutos antes de que tocara el timbre. Detrás de esa frase leo otras cosas, que quizás sólo mi imaginación sustenta. ¿Y si quiso decirme: “usted me da lástima porque es mujer como yo y vivimos en una sociedad machista donde masculino muchas veces es sinónimo de autoridad”? Ella no dijo eso, pero ochenta minutos antes le había contestado fantásticamente a un compañero que le dijo petera preguntándole si lo que quería él era que ella se la chupe. Y sé que no lo hizo como una oferta, sino como una defensa, como la puesta en evidencia de que nada en ella es responsable de las fantasías de él. Acto seguido de ese “diálogo” el chico me miró y me pidió que la rete por la “guarangada”, o quería que la rete porque lo había puesto en su lugar. Sé que seguiremos respondiendo y desnudando perversidades hasta que un día nada quede como está.