En esta ciudad se cuenta, por ejemplo, que el loco Martoccia, y cuando digo loco, como se le dice, yo digo más bien poeta, decía, se cuenta que el loco Martoccia contaba las baldosas desde su casa hasta la facultad de derecho, y sabía, por ejemplo, las coordenadas de cada una de las baldosas rotas.
Yo no sé muy bien qué decir de esta ciudad, a veces, con esfuerzo, puedo decir en esta ciudad. No sé qué gusto me deja nombrarla y sospecho o espero que no siempre es el mismo. En cualquier caso, no quiero probar ahora, sino advertir que hay en ese recuerdo del loco Martoccia algunas cosas más menos significativas para mí, una es que lo primero que pensé cuando pensé en esta ciudad fue en Martoccia, y con él en muchos otros personajes y poetas, cuya lista, felizmente, sería larga. A las ciudades se las recuerda, o mitifica, a partir de lo que de ellas dijeron sus poetas mucho más que, por ejemplo, sus abogados y digo abogados solamente por la comodidad del lugar común.
Las ciudades se trasmiten en postales y en relatos. A mí me parece un poco deprimente la Santa Fe folclórica de Triferto, Luis Mino y El Litoral, se me ocurre pretenciosa y chata: el puente colgante, la cerveza y los alfajores, Midachi y Monzón. Por otra parte, cada vez que piso la playita de Rincón me acuerdo de Saer (como si lo hubiera conocido), pese a eso, suele resultarme un poco rara o sobreactuada esa Santa Fe poética que, en su nombre, se defiende y promueve, desde la cultura, el turismo y alguna literatura. Seguramente por limitación propia, casi nunca logro percibir esa ciudad Saer fuera de sus libros, que por otra parte no pregonan santidad, ni fe. En todos los casos me parecen visiones que sin quererlo quizás, se pretenden o se instauran como totales y por tanto estáticas, congeladas. Fotos con relato de postal, es decir, sin relato. Las ciudades están vivas y solo se perciben fragmentarias y en movimiento, las ciudades solo ofrecen recorridos. La ciudad de la que no se me ocurre qué decir son los recorridos que hice desde mi primera salida, en mi primer barrio, hasta el que me trajo hasta acá hoy, y el que me llevará a otro lado más tarde. La ciudad que mira Martoccia es constante potencia que se vuelve acto, repetición y acontecimiento, hay dos baldosas rotas hoy en g8 y f5.
Laprida desierta una noche cualquiera, el sol entero en un atardecer en Santa Rosa, la miseria de chapa y barro en el barrio Las Lomas, las avenidas del norte, los pibes en los semáforos. Los micro universos del Fonavi como una colmena de cemento barato, el sol dorando las torres del pozo, la gente en todas las esquinas esperando el colectivo cargada de cosas, los colectivos repletos de gente deslomada, la opulencia del puerto, los carritos, los gendarmes, los pibes de gorrita, los narcos, los soldaditos, una pareja de viejos tomando mate dulce y escuchando LT9 en la puerta de su casa. Las gárgolas que resisten, invisibles y vigilantes en las alturas del centro. El Monte Zapatero, un recuerdo y un nombre que resuenan como peligro y promesa.