La Asociación Civil desarrolla su tarea en el noreste de la ciudad desde la crisis de 2001.
Mayo sorprende con un calorcito típicamente santafesino y en la huerta de Manzanas Solidarias se ven crecer acelga, achicoria, tomatitos cherry, mangos, calabazas y tantas otras verduras. Con el fin de ayudar y de abrir posibilidades, esa no es la única actividad que promueve la asociación. También se dictan talleres de computación, internet, manualidades, cuentos, periodismo, slackline, murga y música, dirigidos a personas de todas las edades. Además se dispone de “una hermosa biblioteca” y se organizan viajes para chicos y adultos con el propósito de posibilitar el acceso a bienes culturales, como los realizados a Tecnópolis, Teimakén, la Casa de Santa Fe en Alta Gracia, Rosario y, sin ir más lejos, paseos en nuestra propia ciudad. Y a ello se suman las proyecciones de películas para los más chicos “con la intención de que conozcan otra realidad”.
Si bien la sede se halla en Guadalupe, la tarea se extiende, desde hace 16 años, hacia Coronel Dorrego, Bajo Judiciales y Playa Norte. Lo que ha primado desde los inicios es la “coherencia”. “Luchamos por los derechos de todos los excluidos. Existimos con ellos y para ellos”, remarcó Liliana Berraz, presidenta de la entidad, al dar cuenta de la misión que contempla el aporte y la capacitación para los vecinos de aquellos barrios que sufren el impacto de la marginalidad.
“Lo más injusto está bien a la vista. Si hay una cuestión que la pobreza nos demuestra es la inequidad en la distribución de la riqueza. Es tan evidente, tan alevosa y con consecuencias a muy largo plazo. Implica el no acceso a bienes materiales, pero también a bienes culturales. Se genera una autoexclusión por la imposibilidad de acceder y de conocer los derechos”, argumentó al dialogar con Pausa.
Aquellos arduos años
Esa concepción movilizó a Liliana y a otras vecinas a fines de 2001, cuando el país explotaba en cada esquina, a dar una mano. “Veíamos pasar vecinos, que vivían en los barrios más pobres de la zona, y abrir las bolsas de basura. Se veía que estaba pasando en Buenos Aires, pero acá era tal cual. Esa crisis alcanzó a la clase media y empezó a limitar no solamente servicios, sino también servicios de chicas que limpian en casas o jardineros. Todas las personas con trabajos informales quedaron sin la posibilidad de hacer nada. Hasta los cirujas que pasaban tampoco podían usar las cosas de la basura”, evocó. Frente a semejante realidad, la iniciativa fue registrar los datos de esas personas que carecían de todo y organizar la colaboración.
“Se nos ocurrió que cada manzana podía relacionarse con una familia que estaba peor que cualquiera de nosotros y así se podía establecer alguna ayuda como para salir del hambre. Empezamos a hacer un censo cualitativo, sabíamos cuántas personas formaban la familia, a qué escuela iban los chicos, si había alguna enfermedad, lo que calzaban los chicos”, relató. Así fue como unas 64 manzanas de Guadalupe asistieron a familias carenciadas. “Era una ayuda muy personalizada. La coordinadora de cada manzana establecía una relación muy personal con esa familia. La clase media estaba golpeada, pero aprender a vivir en la pobreza total fue shock, un aprendizaje”, reflexionó, al tiempo que observó que “fue una cuestión antidepresión porque hubo un aprendizaje de las dos clases que, de alguna manera, se encontraron en la crisis. Los barrios excluidos pasaron de la pobreza total a la miseria, a lo indigno, a como comer basura”.
En el espíritu de la asociación, “siempre hubo intención de hacer cosas a largo plazo como los talleres, el apoyo escolar, los deportes, la panificación, la capacitación y la cocina”. Una vez que el golpe más duro pasó y la crisis fue menguando, se armó una estructura de trabajo a largo plazo. “Alquilamos una sede, nos metimos en un proyecto para conseguir computadoras, venía gente para enseñar teatro, el padre (Edgardo) Truco nos prestó un terreno –donde hoy día se emplaza la huerta–, se empezó a dar teatro, manualidades, cine, educación sexual, taller de cuentos para los chicos. Los talleres siempre se mantuvieron y se fueron renovando”, recalcó.
—¿En la actualidad se acercan vecinos para pedir ayuda?
—Siempre decimos que Manzanas Solidarias algún día tendría que desaparecer junto con la pobreza. Hemos visto un mejoramiento durante todos estos años, desde la crisis de 2002 y, de a poquito, la cosa fue mejorando. Pero de repente nos encontramos otra vez con el desempleo, la carestía de los alimentos. La inflación para el sector más humilde es mucho más grande porque la diferencia en el precio de los alimentos, semana a semana, es impresionante. Y todos los recursos que puede tener el sector más humilde quedan estancados y desactualizados. Vemos otra vez chicos pidiendo, cosa que ya no veíamos, otra vez gente sacando cosas de la basura, cirujeando. Estamos otra vez con las pautas del neoliberalismo y las consecuencias no pueden ser otras que la pobreza, la marginación. Cada vez que se producen estos ciclos, después tenemos que pensar en años de hipoteca generacional.
Nuevos desafíos
La inquietud, la voluntad y el desafío parecen ser los motores de Manzanas Solidarias, siempre a la luz de las nuevas necesidades y realidades. Es por eso que un nuevo proyecto se pone marcha. “Un día en la playa, viendo la resaca de la laguna, pensamos qué se podía hacer para vender y para sustentar nuestras casas. Esa resaca se puede usar como fertilizante y engordar la tierra, se puede abonar la tierra”, contó Teté Aranda, una de las referentes de la asociación que vive en Playa Norte.
De esa forma surgió Aromitos Productos Cooperativos y el nombre “es lo que más nos identifica como barrio porque en todos nuestros patios hay un aromito”, agregó Teté y adelantó que “el 28 de mayo vamos a hacer una venta en la Costanera, frente a la Universidad Tecnológica Nacional”. En esa ocasión también se podrán elegir plantas aromáticas y conocer cuáles son sus propiedades.
En consonancia con ese ánimo, la huerta exigió un arduo trabajo para revitalizar el terreno y tuvo como hacedores a niños y jóvenes. Lo que se produce en la huerta, generalmente, lo consumen los mismos chicos. Aunque al principio lo recolectado se destinaba a la venta, poco a poco “aparecieron las ganas de llevarse para cocinar, para los buñuelos, la sopa, las torrejas”. Una de las que se sumó fue Norma Molinas –también vecina de Playa Norte– “para aprender”. “No sabía cómo hacer una huerta, ahora le estoy enseñando a mi hija. Estamos preparando la tierra en mi casa”, contó. A propósito, los principios que se siguen son los de huerta orgánica, bajo la capacitación ofrecida por Pro Huerta del INTA. “Hay mucho detrás de la huerta, hay conocimientos ecológicos, mucha solidaridad en el trabajo, todos hacemos todo y lo que se cosecha es de todos”, precisó Liliana, mientras que Dully Vega destacó “el cariño, el afecto, la responsabilidad, el portarse bien y el respeto” como valores primordiales de la tarea cooperativa.
En primera persona
Al momento de describir la realidad del barrio y el vínculo con Manzanas Solidarias, Norma destacó la ayuda recibida. “Soy casada, tengo seis chicos y cuatro nietos. El barrio ahora está un poco más tranquilo que antes. Hay problemas de falta de trabajo. Por ejemplo, ahora mi marido no tiene trabajo y algunos se las arreglan cirujeando”, comentó.
Teté en referente barrial y se aboca particularmente al tema de hábitat. Es decir, “a todos los derechos de la tierra, a pelear con los vecinos para que el gobierno no venga y nos atropelle. Nos pasó muchas veces (de hecho, un ambicioso proyecto inmobiliario motivó el desalojo de habitantes de General Paz al 8300 hace pocos años). Tenemos un trabajo activo”. Y consignó: “Ayudamos cooperativamente. Crié siete hijos, era muy chica cuando fui mamá y cuando empecé a trabajar con Manzanas maduré en aspectos que no tenía conocimiento como pelear por el derecho a la tierra”.
También ella, como otras vecinas, se capacitó en torno a las cuestiones de género. “Se nos enseñó lo que es violencia, los derechos de la mujer, la diversidad sexual, el maltrato psicológico, no visual. Hay casos de violencia de género en el barrio –apuntó–, pero no son visibles. Muchas mujeres piden ayuda por lo bajo. Yo fui una persona violentada toda la vida y hoy por hoy no me dejo levantar la mano”, subrayó, mientras Norma narró que gracias a ese conocimiento pudo ayudar a su sobrina. “El marido le pegaba mucho. Y le di el número para que haga la denuncia. El hombre se tuvo que ir y ella ahora está tranquila”, definió.