Nunca la política venció a un plan de ajuste, sino que cesó por derrumbe o por estallido.
Jamás fue derrotado un plan de ajuste. Tampoco un plan de ajuste fue impuesto sin la mentira, o la masacre.
Parecen enunciados contradictorios. ¿Por qué hay que mentir –o masacrar– si nunca se conoció la derrota? ¿Cómo es que no se puede derrotar al ajuste, si para llegar al poder produce un deseo tan débil que necesita de la falsedad o el exterminio?
Sin embargo, ambas claves explican las mareas desde el Rodrigazo hasta el último tarifazo de Aranguren. El ajuste sólo pudo detenerse por derrumbe o estallido. El ajuste volvió como Salariazo y Pobreza Cero.
Necesario, suficiente
En 1979 la CGT le clavó el primer paro general a la dictadura. Un olvido metódico cae sobre las luchas sindicales durante el genocidio, también oculta que la mayoría de los desaparecidos fueron obreros rasos, delegados de fábrica o plantación, o ni siquiera. Las huelgas y las movilizaciones continuaron, más de una vez mixturadas con las peregrinaciones de San Cayetano y la consigna Paz, Pan y Trabajo. Llegó el 30 de abril de 1982, en plena guerra de Malvinas, y la CGT de Saúl Ubaldini convocó a una movilización a Plaza de Mayo. Nunca pudieron llegar las columnas, la represión utilizó todas sus herramientas, agua, palos, plomo.
La Plaza de Mayo ya era el lugar de un grupo de mujeres que no podía encontrar a sus hijos en ningún lado. Pibitos, en su mayoría. Para identificarse se ponían una tela blanca, como un pañal, en la cabeza. Desde el 30 de abril de 1977 las Madres hacen ronda en esa plaza. Al poco tiempo la repercusión internacional de las demandas desesperadas de las Madres hizo temblar al mayor evento propagandístico de nuestra historia, el Mundial de Fútbol 1978. El 9 de diciembre de 1981 organizaron y bancaron la primera Marcha de la Resistencia: 24 horas en la plaza, bajo la consigna “Aparición con vida”.
La ferocidad del ajuste que inició la megadevaluación del último ministro de Economía de Isabel Perón, Celestino Rodrigo, y que perfeccionó el siniestro José Alfredo Martínez Hoz, en la dictadura y por gracia de sus métodos, explica que aún bajo la amenaza concreta de la muerte los trabajadores salieran a la calle. La ferocidad de un hogar lleno de fantasmas explica la valentía de las Madres. Sus luchas fueron absolutamente necesarias para el fin de la dictadura y el trazado de un plan económico expansivo, al menos por los dos años que duró el mandato del primer ministro de Economía de Alfonsín, Bernardo Grinspun.
Fueron luchas necesarias, pero no suficientes. El hecho que rajó la sólida hegemonía marcial de la dictadura militar fue la derrota de Malvinas. Los reclamos por la malaria y el terror de Estado fueron la condición necesaria pero no suficiente para la caída de la dictadura. El delirio malvinense aceleró el fin del partido militar en el Estado. En Uruguay la dictadura continuaría hasta 1985, Pinochet retendría el mando hasta 1990 y luego se volvería senador vitalicio.
Es imposible conjeturar el fin de la dictadura sin la derrota de Malvinas. A su vez, tomando el camino inverso, si hubiera alcanzado con el movimiento obrero y de Derechos Humanos para empujar al agotado autoritarismo, ambos movimientos hubieran tenido un peso político y social infinitamente mayor del que detentaron en los 80 y, sobre todo, los 90. Sin ellos, el final de la dictadura –y su ajuste– era imposible. Sólo con ellos, no hubiera llegado en 1983.
En esa primera oportunidad, los argentinos no vencimos ni a la dictadura ni a su regresivo plan económico. La única victoria total sobre el régimen terrorista fue la victoria británica.
Estallido y fracaso
Inventó un dispositivo automático de ajuste, estable gobernabilidad y entrega del futuro que dominó toda la imaginación política durante más de 10 años. Hasta la llegada del kirchnerismo, fue el paradigma económico que más tiempo se sostuvo inalterado. Todavía hay estragados mentales que añoran la Convertibilidad, la creación de Domingo Cavallo en 1991 que frenó la hiperinflación y tuvo como destino el estallido de 2001. En la elección de 1995 era el programa económico de todos los candidatos, en la elección de 1999 fue la promesa de continuidad del ganador (Eduardo Duhalde se atrevió a decir en campaña que había que devaluar). Tras haber sido eyectado del menemismo en 1996, el 20 de marzo de 2001 Cavallo volvió como ministro de De la Rúa, contado hasta con el apoyo simbólico del ex vicepresidente, Carlos Chacho Álvarez.
La historia de la Convertibilidad y de Cavallo es conocida. La paridad cambiaria con el dólar pudo imponerse porque el Estado fue previamente desguazado a precio vil –eso sí que fueron despidos en masa– y los mercados encontraron una plaza que emitía bonos y bonitos sin parar, sosteniendo una rosca financiera que apalancaba el 1 a 1 e hipotecaba el país todo, en el mismo movimiento. Las hipotecas se pagan: en noviembre de 2001, junto a la ministra de Trabajo Patricia Bullrich, recortaron el 13% de los salarios y jubilaciones del Estado. El 1° de diciembre, le confiscaron los ahorros a toda la gilada bancarizada del país. Los señores bien ya la habían fugado al exterior hacía rato, los amigos de los señores bien hacía menos y los entenados, novias y afines la salvaron hasta el viernes 30 de noviembre por la noche. La TV mostraba la procesión de camiones caudales rajando de los bancos en la oscuridad.
[quote_box_right]Se trata de romper la falta de alternativa de la verdad del mercado con la alternativa de un sueño político que se pueda hacer carne.[/quote_box_right]
En 1998 Bersuit Vergarat sacó su primer disco con impacto en el gran público. La banda tenía 10 años de vida, pero nunca la había pegado como con Libertinaje. La juventud letrada, revoltosa y todavía biencomida, antes de entregarse luego al exilio, gustaba del roce latinoamericanista y combativo. Había mucha deuda con los abandonados, mucha indiferencia, mucho Tinelli en el corazón. Manu Chao, la Bersuit le ponían picante al baile. Con “Señor Cobranza” se puteaba cantando a Cavallo y Menem, con “Se viene” se le cantaba al estallido, se lo veía venir, se lo esperaba. El estallido se volvió carne bailando, un fervor, deseo, una victoria.
El estallido fue una mierda. Fue la masacre de un pueblo exhausto, fue la resultante de la superposición de un modelo de ajuste con la totalidad del espectro partidario. Los muertos por represión en su mayoría pertenecían a la generación que no dudó en tomarse el buque. El horizonte vital era Ezeiza, para quien pudiera, o la miseria. Nada en el medio. Todavía no hay historia ni lírica sobre ese exilio económico, que existió y que fue quizá más individualista y menos heroico que el de la dictadura, pero tal vez más masivo.
Lo que nunca pasó
Tres modelos fuertes de ajuste conoce nuestra historia reciente: Martínez de Hoz, Cavallo y el team de CEOs. El primero mintió parejo con el destino de los huesos de sus torturados asesinados y en los medios respecto de los efectos del plan económico. El segundo y el tercero, para llegar, mintieron abiertamente. Y, una vez en el poder, fusionaron los resultados de sus decisiones políticas con la doctrina de la transparencia y la verdad única de las fuerzas privadas chocando en el mercado. La mentira inicial trocó en sinceramiento –término compartido con igual sentido por Menem y Macri– y en apología de las acciones lógicas de los factores de mando económico en pos de su reproducción y crecimiento.
Nada de lo que sucede asombra, nada de lo hicieron fue imprevisible, nada de lo que va a suceder está fuera de lo obvio. La concentración no va a cesar, el empobrecimiento va a crecer y la desigualdad se va a ensanchar. Puede el crecimiento volver, o ni siquiera. En ningún caso significará una mejora de vida para las mayorías. Ya se sabe, ya pasó, ya está estudiado, da impotencia observar la cantidad de estantes con libros que narran al detalle cómo suena esta oda fúnebre, cómo sonó y cómo se pueden anticipar los compases de este remix berreta.
Lo que nunca pasó es que en un contexto así surgiera una fuerza que pueda derrotar al ajuste. La historia está abierta a la imaginación. ¿Qué hacer con la soberanía alimentaria y los pueblos fumigados, pero con plena consciencia de cuáles son las fuerzas en pugna? ¿Cómo superar el punitivismo y el honestismo para penetrar en los pretorianos y sus redes ilegales, para abrir la gestión pública al escrutinio real de la ciudadanía y no esperar el reinado de los inexistentes incorruptibles? ¿Cómo las instituciones pueden generar nuevos espacios interclasistas de progreso, intercambio y diversidad? ¿Cómo recuperar en la Nación la ruinosa descentralización de la salud y la educación? ¿Cuál es el camino material –basta de pedorras batallas culturales– para salir del ruralismo y pasar a la industria sustentable? El camino material: las alianzas se hacen con lo que existe y no lo que se desea, los combates se traban cuando el triunfo es obvio, sino se espera. Se trata de romper la falta de alternativa de la verdad del mercado con la alternativa de un sueño político que se pueda hacer carne.
El futuro está abierto a la imaginación porque no hay experiencia histórica de referencia. La dictadura se derrumbó, la Convertibilidad estalló. La primera experiencia es irrepetible, la segunda expresa un fracaso político de orden mayor: no saber cuándo hay que superar la pura resistencia.