En Alto Verde es conocido el trabajo social y misionero del Colegio Inmaculada. Una madre los acompañó y, luego, nunca se fue de allí.
Marcela Degrossi, santafesina nacida hace 51 años, hace más de 7 que acude a Alto Verde, barrio costero de nuestra ciudad, para realizar una labor de militancia social y espiritual, actualmente en la Capilla Nuestra Señora de los Milagros, ubicada en la Manzana 7. A lo largo de la charla que Pausa mantuvo con Marcela, deslizó diferentes conceptos a cerca de la espiritualidad católica, sus costumbres, el trabajo de la Iglesia dentro de los barrios más afectados por la pobreza y la ausencia de políticas inclusivas.
Alto Verde, barrio que alberga a unas 20 mil personas, periférico no por su lejanía sino por la poca presencia del Estado, problemática que se revela en inconvenientes de accesibilidad cuando llueve (tormentas prolongadas se convierten rápidamente en inundaciones dentro del barrio), de salud, porque los centros de atención primaria no cuentan con las herramientas necesarias para garantizar el correcto funcionamiento (en algunos dispensarios se han entregado pastillas anticonceptivas vencidas o no cuentan con preservativos, por ejemplo), o de seguridad, porque en reiteradas oportunidades las fuerzas policiales abusaron de su autoridad, violentando a pibes por llevar una gorrita con visera. Estas condiciones en las que se desarrolla el distrito costero, han llevado al sentido común santafesino a tildar a Alto Verde de peligroso, generando un estigma en sus habitantes, con consecuencias como la imposibilidad de conseguir un trabajo, a causa del domicilio que figura en su DNI.
—¿Qué te lleva de vivir en el centro de la ciudad, lejos de esta realidad, a enfrentarte a los prejuicios y conocer Alto Verde?
—Yo empecé a ir a Alto Verde en el marco de una misión pastoral del colegio Inmaculada, a la que uno de mis hijos estaba invitado a ir. A los padres también nos convocaban, pero nuestro rol era más que nada de logística. Después, nos empezamos a organizar con otras madres y terminamos en la capilla Nuestra Señora de los Milagros haciendo otras tareas, más abocadas a lo social, como organizar diferentes talleres para acercar a la gente del barrio herramientas a las que quizás no podían acceder de otra forma, o simplemente para prestar un oído a dificultades personales.
Marcela confiesa que uno de sus referentes es el padre Carlos Mujica. Asesinado en 1974 por la Triple A, y reconocido mundialmente por ser impulsor de las luchas populares, Mujica fue uno de los fundadores del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que luego devino en lo que hoy se denomina Curas Villeros. Esta rama de la Iglesia Católica ha impulsado a muchas personas a llegar a las barriadas más postergadas, para no sólo llevar la Biblia, sino también aportar militancia social. “La oración sin acción no sirve, o mejor dicho, le falta una pata importantísima”, sostiene Marcela, en referencia a aprendizajes que conoció a través del sacerdote fallecido.
“Nuestro trabajo son granitos de arena, que quizás puedan ayudar a los que vienen a las actividades que hacemos. Yo no sé si va a poder dar soluciones concretas a una familia que pasa hambre, pero vamos a darles un poco de oxígeno y que puedan pensar salidas a los problemas que atraviesan a diario”, dijo Marcela y luego recordó: “Una de las primeras veces que fui al barrio, volví a mi casa destrozada de la tristeza e impotencia de no poder hacer lo suficiente para cambiar la realidad. Luego el padre que estaba en la Capilla en aquel año, me dijo que con cambiarle una tarde triste a un pibe o piba, en ese día mi misión estaba cumplida”.
Desde hace siete años, la vida de Marcela Degrossi transcurre de manera distinta. Al referirse a los altoverdenses, los nombra como “mis amigos y amigas del barrio”, eliminando la diferencia entre ellos y nosotros que muchos santafesinos establecen con los habitantes del barrio costero. Además, prescinde de juicios de valor, como el de aquellos que se creen con una suerte de luz que alumbra a los que están en oscuridad. “La mitad de mi corazón siempre está del otro lado de la orilla. El barrio es mi lugar en el mundo, donde me siento que soy valiosa y lo que puedo llegar a dar, es bien recibido”, afirmó Marcela. Hasta hace un tiempo, brindaba un taller para aprender a tejer en la capilla, actualmente está reinventando su función porque la Escuela de Oficios Papa Francisco se desarrolla allí.
En la ciudad es posible encontrar muchas historias similares a la de Marcela, que entrelazan trabajo en los campos populares con espiritualidad, en este caso católica. Quizás no garantizan mejorar las condiciones de vida de todos sus habitantes, quizás tampoco las de uno solo. Lo que sí es cierto es que personas como Marcela, que trabajan diariamente en la enseñanza informal (con los talleres que brinda), parafraseando al pedagogo brasilero Paulo Freyre, cambian a través de la educación a las personas que cambiarán el mundo.