Los políticos están expectantes. La crisis es la variable central que demora las decisiones.
Los diferentes actores partidarios están casi agazapados mientras el calendario electoral corre vertiginoso. Se trata de una elección anómala, el reparto de chequeras y posiciones sólo puede semejarse con la contienda de 1985: el oficialismo no era peronista y dominaba la Nación, la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires. La distancia epocal es excesiva, alcanza con dos datos nomás para disolver la pertinencia de la comparación: no había redes sociales y estábamos a dos años de la dictadura.
Hay rasgos que permiten darle matices a lo que parecen verdades absolutas. Es un lema que a las elecciones las decide el bolsillo. Eso es falso: en 2015 el bolsillo había mejorado muchísimo, no sólo en comparación con 2014 sino con todo el ciclo kirchnerista, y el oficialismo perdió; en 1995 el menemismo triunfó en el marco de la primera recesión de los 90 –el efecto Tequila– y una ola de despidos que llevó la desocupación al 18%. Otro lugar común reza que en las votaciones de medio término se castiga al Ejecutivo. Sin embargo, en 2005 el kirchnerismo se fagocitó al duhaldismo y en 1991 y 1993 el menemismo arrasó en todo el país, con el extravagante espectáculo de darle a la Capital un gordillo riojano llamado Antonio Erman González como senador.
Sobre seguro
Así que, no hay que esperar que al voto lo decida la crisis económica ni que el votante busque expresarse necesariamente crítico. Dicho esto, hay algunas certezas.
Por un lado, la profundísima mancha amarilla rural transgénica de 2015 tiene todo para repetirse en el interior de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos. Aunque está lloviendo mucho, realmente mucho, y el agua no escurre demasiado.
Por el otro, está la malaria, que pega con despareja intensidad. Eso opaca la mirada, que siempre tiene el color del entorno próximo. Para un santafesino es inimaginable qué pasa en el Luján textil, la Mar del Plata turística, las barriadas manufactureras de Córdoba y Rosario, los pueblos o pequeñas ciudades dependientes de una sola gran industria o de una verdadera economía regional (la fruta, la yerba, el vino), que están entrando a una zona crítica y palpan de verdad los efectos concretos de las medidas del gobierno.
La crisis económica no se revertirá, con suerte se estabilizará y con más suerte todavía mostrará números positivos en materia de crecimiento, de nulo impacto en los ingresos populares. El país puede crecer, destruir empleo y generar pobreza a la vez: eso es justamente el funcionamiento del mercado cuando es libre la concentración del mando económico y el capital. Aparte de la afirmación teórica, hay un comprobante histórico en el período 1991-1998. El impacto más profundo se dará en las capas más desprotegidas e informales y en los jubilados, luego en los sectores industriales expuestos a las importaciones y la contracción del mercado interno y finalmente en los asalariados públicos y pequeños comerciantes. El aumento de los planes sociales no significa nada: sustituye mal lo que antes era trabajo precarizado. Los abiertos y variados insultos del presidente sobre los trabajadores, en general, no dejarán de tener repercusiones: algunos reaccionarán enojados frente al repudio; otros encontrarán que por fin se hace justicia con vagos y holgazanes.
El conjunto cerrado de todos los factores de poder organizado apoyará al oficialismo, con la excepción variable y difusa de los sindicatos y movimientos sociales de base. Sus ocupaciones en las contiendas legislativas son más bien sectoriales, sólo una demanda sin debida contención puede activarlos hasta volverlos decisivos para la oposición. Esto vale para la gobernadora Vidal y el ultracatólico ministro de Educación Esteban Bullrich. Las paritarias al 25% para los docentes de Santa Fe dejan muy mal paradas a las administraciones centrales.
En la suma oficial va la banca, la Unión Industrial, el ruralismo, las fuerzas represivas en bloque y en todos sus niveles, desde las policías provinciales hasta los servilletas, pasando por los milicos, todos simbólica y materialmente ensalzados por el gobierno (el riesgo: que la represión se siga pasando de rosca). El aporte de este combo no se traduce automáticamente en votos, sí en estabilidad temporaria. La alianza con los medios es la que incide en las urnas. La univocidad propagandística supera al tinellismo menemista.
Como le sucedió a Aníbal Fernández cuando se lo llamó la Morsa, en la campaña de 2015, habrá una serie de montajes y carpetazos y escuchas divulgadas por todas las propaladoras. La inteligencia jugará fuerte, poco importa la veracidad, relevancia o legalidad de sus revoleos. Las repercusiones de la disputa entre Elisa Carrió y el juez de la Corte Ricardo Lorenzetti pueden devenir en inesperados escenarios tanto en lo que sucede tras bambalinas como en la danza judicial de la política. No hay dudas de que Gerardo Morales presiona para que no se libere a Milagro Sala, tampoco de que –si la orden bajara– el gobierno tendría demasiado que explicar en los estrados respecto de lo que ahora se llama, con elegancia, “conflictos de intereses”. No está cabalmente mensurado el precio real de esas internas palaciegas.
En una visión general, desde 2009 el kirchnerismo cuenta con un núcleo de votantes del 30%, nunca menos. Ese núcleo seguirá existiendo hasta la muerte de CFK, su fortaleza es inversamente proporcional a las acusaciones que reciba. Lo mismo vale para el macrismo, arranca con el seguro 34% de la primera vuelta de 2015. Pero esta no es una elección nacional, son centenas de elecciones distritales. Cada provincia es mundo aparte y, dentro de esos mundos, también se eligen autoridades comunales, municipales, etcétera. El kirchnerismo puede ganar en Buenos Aires y perder en Santa Cruz, el oficialismo puede sumar todos los votos del campo y, sin embargo, no repetir las victorias de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos.
Escenarios
El desconcierto frente a cómo pueda resultar la crisis aletarga las alianzas y lanzamientos de los satélites a los núcleos M o K. Las definiciones se demoran. Además, el oficialismo se pintó la cara y salió a polarizar la elección, el kirchnerismo recoge gustoso el guante.
Es muy probable que en los diferentes distritos el peronismo vaya a internas con todas sus corrientes adentro, estén hoy dominadas por kirchneristas duros o por filomacristas. Estas primarias reconfigurarán otra vez al peronismo y le darán una cuota de oxígeno. Parece que van a transcurrir sin la aspereza propia de cuando están en el poder. En el llano hay revulsión, pero también diálogo y mutuas lamidas de heridas.
El oficialismo todavía tiene que zanjar su delicado balance interno. El PRO domina las palancas más decisivas, la UCR los territorios. No parece tan incómoda la ecuación: los amarillos no tienen dirigentes de peso sin tarea ejecutiva (de hecho, rascaron todas las gerencias privadas), las boinas tienen mucho para facturar por los servicios prestados con la moneda de cambio más preciada, bancas y cargos.
Mucha tinta corre sobre la presentación o no de CFK. Sea quien sea la cabeza de lista del peronismo bonaerense, la respuesta oficial será una sola: son todos el pasado, son todos corruptos y autoritarios, mirad a Venezuela. La ausencia de CFK no va a cambiar esa ecuación, apenas puede morigerar un poquitititito la virulencia. La mira no está en una dirigente particular sino que la impugnación es global y pretende ser definitiva. En Buenos Aires todos los peronistas serán perseguidos como la misma KK, incluso Florencio Randazzo.
A la inversa, el kirchnerismo va a machacar con la consigna “gobiernan para los ricos” y a retozar en el empalme del discurso con la crisis y el agravamiento de la grieta real. Hay diferencias: como oposición todavía no propone un futuro nuevo ni pudo elaborar respuesta alguna convincente a los bolsos de López; el macrismo sí tiene para devolver como revés la “pesada herencia” para justificar su política económica de empobrecimiento. Para el caso, poco importa el sentido y mucho más los canales: la difusión simbólica es un hecho material y allí gana el oficialismo por goleada en la TV y las redes. No es que “comunique mejor” o que tenga mejor marketing, es simplemente que cuenta con todos los medios para hacerlo.
La monotonía de esta trifulca binaria abre cierto camino al massismo, estrecho, menor, azaroso. Tanto repiqueteo con el mismo material que viene desde 2015 puede agotar y abrumar, más si se siguen repartiendo denuncias de negociados e indicadores de cómo la desigualdad crece y todo se va al tacho. La polarización volverá la atmósfera bastante insoportable, acaso Massa pueda colarse por ahí. Nunca será un ganador, carece de candidatos en las provincias, pero puede tallar en la disputa principal, la de Buenos Aires. En el machaque de unos y otros, también se le abre la puerta al mal más temido por los protagonistas, la réplica de octubre de 2001 y el triunfo del voto en blanco.