Rafael Bruza escribió la obra y Walter Alemandi le puso la dirección a Rotos de amor. Se presenta en el Centro Cultural Roma y en la Sala Marechal.
En el Teatro de la Abadía se dan cosas buenísimas no solamente por la calidad sus producciones sino también porque su resonancia provoca a las que siguen. Fue ahí donde el destacadísimo actor, director, dramaturgo y profesor Rafael Bruza escribió Rotos de amor, obra que desde hace algunas temporadas tiene vida en Santa Fe gracias al Grupo La Reja (también arraigado en el mismo teatro), que sigue las funciones en el Centro Cultural Roma (San Jerónimo 2673), desde las 21.30, este sábado. El 9 y 10 de junio, estará en la Sala Marechal del Teatro Municipal 1º de Mayo.
Cuatro visitadores médicos que están igual que como se llama la obra exponen las consecuencias del amor no correspondido, del amor ausente, del amor fracasado: el divorcio y la viudez, por nombrar solo dos de las formas en las que el amor se ennegrece en la misma medida en la que se revierte a chistes. El contexto de la obra recrea con aire de tango a Rodríguez, Artemio, Berlanguita y el Mudo, todos de traje negro, buscando en sus cabezas y en sus portafolios alguna forma de calmar esa dolencia que se le asigna al corazón pero que también se les/nos puede notar en la cara, en la voz, en las cosas que se hacen. La exhibición de esa fragilidad, podría decirse, está para contestarle al machismo compadrito que presuntamente le cabría a estos visitadores médicos que piensan también en el suicidio y en las drogas, para ver si así pueden evitar los efectos colaterales del amor.
También los vínculos se resienten de ese estado de ánimo depresivo. En Rotos de amor la amistad es lo que ejerce el contrapeso para no dejar que el humor no decaiga. De hecho, las risas no paran ni siquiera cuando la esposa de uno de los muchachos acaba de ser cremada.
Sergio Gullino, Hernán Rosa, Fabián Acosta y Lautaro Ruatta se pasan una hora tirando lujos varios, entre gags y remates a situaciones impredecibles como el amor mismo: Berlanguita interpretando los balbuceos del genial Mudo, las interpelaciones de Rodríguez, Artemio interpretando los estados de ánimo de sus compañeros de trabajo, que progresivamente vemos transformarse en sus amigos.
La dirección de Walter Alemandi con asistencia de Javier Bonatti dispone poco material escenográfico, siendo los sonidos y la iluminación parte más que importante en el desarrollo narrativo de la obra: el humo del cigarrillo abombado en un cilindro de luz amarilla, tangos y unos ladridos, la mirada fija en una ventana imaginada.