... y a las galletitas, masitas. Basta, en serio. Es suficiente. Llamemos a las cosas por su nombre. ¿Qué estamos haciendo, por el amor de Manu Ginóbili? Nos estamos dejando estafar por un par de nombres sofisticados con palabras de desfile de Giordano en Punta del Este. Es como una “sohoización” de los nombres. Te lo tunean un poco y vos (yo también) crees que te están vendiendo algo mejor… y eso, desde luego, hace que lo paguemos más caro. Es una estafa voluntaria. Es marketing. Es Durán Barba. Es Macri. ¿Me fui al carajo? Tal vez. El tiempo lo dirá.
De esto nos avivó Capusotto, que en el sketch del Restaurante Uy, nos rompieron el orto, emula al restó style Puerto Madero o Candioti Norte. La carta dice, por ejemplo, “Cuarto de libra de ternero rebosado en harina de trigo molida y untada en huevos y finas hierbas, acompañado por cubos de tubérculo freídos”. Lo pedís y te traen una milanesa con papas fritas. ¿Las finas hierbas? El orégano con el que condimentan el huevo. ¿Cuánto sale una milanga con fritas? ¿120 pé? Bueno, el otro coso te lo cobran $279,99 + IVA. ¡Y más vale! Ese nombre lo merece. Vos pensás que vas a comer algo nuevo, sofisticado, elegante, gourmet, ¿se entiende? Te sentís Frank Underwood, Walter White, el enano de Game of Thrones. Pagás lo que sea. Sí, viste: somos unos giles. Lo sabemos, pero lo volveremos a hacer.
Entonces, usted ahora me dice: “¡Pero no! Eso les pasa a los caretas. A los conchetos. A nosotros que somos pobres, no”. Cuchi, se llama publicidad. Ya te dije: Oscar Aguad (lo meto a Macri, así medio forzado, como homenaje a mi viejo que me dice “vos siempre con Macri. Todo Macri. Y dale con Macri”. Y tiene razón… se lo hago a propósito). A lo pobres también les pasa. A la clase media, mucho más. Acá van unos ejemplos.
Si no tengo razón, explicame la diferencia entre los ravioles y los sorrentinos. Sí, dale. Contate uno de cordobeses ahora. ¿Uno es más grande que el otro? ¿Dos gramos? ¿Tres milímetros por lado? Y además todos sabemos que el relleno de los ravioles lo hacen con lo que sobra de lo que sobra. O con pan rallado. No insistan. Yo también caí. Los sorrentinos de ricota son mis favoritos. Pero eso no significa que no tenga razón. Y no se termina ahí. Hoy almorcé con mi viejo (si le digo “papá” cree que estoy enojado). En la sección “Pastas” del menú decía: “Ñoquis / Agnoloti / Ravioli”. No, no me equivoqué: ra-vio-li. Huele a estafa, ¿vieron? “Viejo, ¿qué es un agnoloti?”, le pregunté sospechando la respuesta. “Un raviol más grande”. Acerté. No me contuve: “Ah, un sorrentino”. Y así podemos seguir en un loop eterno. Está claro que la oferta se reducía a “Ñoquis/Ravioles”. Los ravioles valen lo que un lomo al champiñón. Ya se imaginan lo que comí. No lo digo yo para no perder la poca dignidad que me queda. ¡Último momento! Me soplan por la cucaracha que también existen los tortellini, o sea, ravioles más grandes.
“Baguettes”. Pan para panchos largos. ¿Hasta cuándo la manía de usar otro idioma o de ponerle apóstrofe “s” a todo? Los “Pinchos” son brochettes minimalistas. El precio duele más que un pincho en el quetejedi. ¿“Pashmina” significa “Pañuelo para el cuello” en ruso? Y si me apurás te digo que todo eso es bufanda. Y así ad infinitum. Pero quiero explayarme en dos cositas más que fueron las que me hacen convocar a la revolución (o contrarrevolución, me perdí) en esta columna para derrocar a los soheros o sohistas.
“Boutique de Frutas y Verduras”. ¿Con qué necesidad? ¿Para qué? No le hagas eso a Doña Rosa. ¿Qué vendés? ¿Capelinas para zanahorias? ¿Strapless para remolachas? ¿Pashminas para cebollas? Y una boutique no es una pilchería o una tienda. Es algo fino, ergo, caro. Pagás la papa el doble y contento. Justo con la verdulería se metieron. Uno de los pocos lugares con derecho a ser sucio.
Pero mi paciencia se colmó hace unos días, cuando vi un cartel en un patio de comidas que decía “Ciabatta parrillera”. ¿Qué es? Según la foto que acompañaba la inscripción: un choripán. Sí, eso. Un chori de 138 mangos. Insoportable.
De todos modos, tiene lógica si uno lo contextualiza. El choripán es un símbolo de la cultura popular. Al que se considera vago bancado por el estado se le dice “choriplanero”. Contra el gobierno, dice el gobierno, se protesta por el chori y el tetra, que serían como el martillo y la hoz peronistas, que son todos “chorizombies”. Ajá, entendió perfectamente: ¡Macri nos quiere sacar el choripán para que no haya más manifestaciones en la plaza! ¿¡Quién se va a movilizar por una ciabatta y una Levité light de pomelo rosado!? ¡Nadie! Viste, viejo: yo tenía razón: Macri. Todo es Macri y horrible… menos Manu Ginóbili, que cuando está adentro de una cancha hace que este mundo sea un poquito más lindo.